domingo, 26 de noviembre de 2023

Sombras luminosas en 17 sílabas: Reseña de Mónica Dona: ‘Oscura hierba’. Sonámbulos. 2023. Col. Macasar.

 Oscura Hierba - MONICA DOÑA, Mónica Doña Jiménez -5% en libros | FNAC

Después de Mundo fantasma (2020), Mónica Doña se adentra en el peligroso océano del haiku. Sus comienzos incluyen Nueve lunas (2000), La cuadratura del plato (2011), Adiós al mañana (2014), ¿Quién teme a Thelma y Louise? (2017), demostrando una versatilidad compatible con una personalidad poética muy definida, tan influida por la música. El formato haiku es un instrumento métrico para el “instante poético” que tiene sus trampas. El lenguaje poético debe hacer recaer la atención sobre el lenguaje mismo. La disciplina del haiku es bastante exigente en este sentido puesto que, a menos que se tome como un ejercicio mental a la hora de conjugar 5, 7, 5 sílabas, hay que conjugar la mirada, esencia misma de la estrofa, con una depurada técnica que realce la belleza del texto sin oscurecer el instante al que se refiera. En el prólogo define este volumen como “el viaje de una funámbula inalámbrica que ha ido de acá para allá y de allá para acá, que ha visto cosas y sus analogías, que ha tenido que sesgar la mirada para encontrarlas y reencontrarse con la veraz naturaleza de la que forman parte” (p. 17). Esta es la prueba de que Mónica Doña no se deja arrastrar por los convencionalismos sino que pone en juego elementos de imagen y de relaciones conceptuales, sensoriales, incluso oníricas. Así lo señala en la contraportada Ángeles Mora.

El libro se divide en tres secciones: Caída libre, Oscura hierba y Caligrafías. En ellas se conjuran los ecos de Chantall Maillard, de Tanizaki y Szymborska, una sensibilidad extrema y un sentido del juego que tan poético supone: “Bosque de otoño. / Miro bajo las setas / pero no hay duendes”; “La mariquita / vestida de lunares / se va a la feria”. Hay homenajes tan queridos también a Carmen Canet: “Dorado y tóxico / el gran ojo de Vincent / gira en el lienzo” (Vincent van Gogh); “Cubre el desierto / la inmensa rosa blanca / de Georgia O’Keeffe” (Georgia O’Keeffe).

Mónica Doña hace gala de una ternura exquisita: “La niña triste: / su gracioso flequillo / sobre dos lágrimas”; “Las alamedas / cantan nanas y mecen / niños de aire”. Estos pequeños instantes están llenos de magia y de lirismo: “Cesa la lluvia / y en la hierba aparecen / gotas de olvido”; “Obsceno octubre / bajo las arboledas / que se desnudan”. Despliega haikus filosóficos tan deudores de lo oriental: “Sueño que vuelo. / Se desvanece el sueño. / Sigo en el aire”; “El agua quieta / ser en el espejo donde / se mira el cielo”; “Duele la espina, / mas un dolor tan leve / consuela el grave”. Se detiene en el gusto por atender al instante y el devenir: “Amo las horas / lentas de los veranos / sin hacer nada”; “En el laurel / duermen aves cansadas. /No las despiertes”. Pueden ser motivo de goce tanto como de tristeza: “En la ciudad, / mil gorriones muertos / que nadie entierra”.

No faltan momentos de pasión: “Mi corazón / está donde tu mano / quiera tocarme”; “Te amó Luzbel. / Cayó del cielo / que vio en tu boca”; “Por si viniese / mi amigo en plena noche, / duermo desnuda”. Y compromiso constante con el mundo que nos rodea, desde lo más concreto a lo general: “Pasan dos chicas. / Andan sobre tacones / sus pies sumisos; “¿Nadie ha pensado / extinguir a las águilas / de las banderas?”. Tampoco faltan los destellos de ironía que resultan ser críticas como una carga de profundidad: “Prohibido el paso. / Luego dicen que el campo / no tiene puertas”; “Al cazador / le excita sobre todo / no ser la pieza”; “Ah de la vida / cocido a fuego lento / por un caníbal”. De vez en cuando salpican versos melancólicos, dolientes, que en su serenidad traslucen un hondo sentimiento de pérdida: “Mido los pasos / de mi casa a la suya / en años luz”; “Luz y rocío / van creando las lágrimas / que necesito”; “El temporal / ha deshecho el sendero / por donde huías”. Es precisamente en la segunda parte, la titulada como el volumen donde habitan estos sentimientos de manera más clara, aunque parezca un homenaje a Tanizaki y la sombra: “En el alféizar / una paloma blanca. / Y yo sin paz”; “Hay solo quiero / luz lunar, solar sombra. / Ser en penumbra”

“Entre dos luces

todo cambia. Me acoge

la oscura hierba”

Con una cita de Szymborska (“Hasta donde alcanza la vista / aquí reina el instante”) se inicia la última sección, Caligrafías. Aparecen poemas dedicados al acto de la escritura, ya en su momento de contemplación, ya en la traducción a sílabas y versos: “Escribo un verso. / Pasa una golondrina /y hace el poema”; “Esa libélula, / madre del helicóptero, / odia las tildes”. Versos reflexivos para saber mirar el paisaje y la vida: “Nunca sabemos / si el camino elegido / es una trampa”; “Trucos del cielo: / confundir las auroras / con los ocasos”. Versos que interrogan a la vida: “Podé el rosal. / No le quedaban rosas / a las espinas”; “Gracias al polen / –oh polvo enamorado– / la flor existe”. Mónica Doña escoge el camino de la poesía como forma de conocimiento a través de las imágenes: “El eco es / la discusión del aire / con la montaña”; “Los desconchones / y las grietas murmuran: / Lee el pasado”; “La telaraña: / esa obra de arte / entre las ruinas”; “Fuiste gusano. / Ahora suave seda / que anudo al cuello”.

Podemos destacar mucho de este volumen, especialmente, la versatilidad dentro de un formato tan parco, la mirada precisa y sabia, pero sobre todo el inmenso lirismo que aparece en los versos: “La negra mancha / de estorninos en vuelo. / Oscura danza”.

“Noche en el mar

con estelas de luna:

caligrafías.”

 

domingo, 19 de noviembre de 2023

Reseña de Marina Casado: ‘Otros sabrán de mí’. Fundación Valparaíso, 2023

Otros sabrán de mí | Marina Casado

La solidez en la trayectoria de Marina Casado es patente. Este poemario ha recibido el Premio Paul Beckett de Poesía 2022. Dentro de un abanico de registros, la autora presenta una de las voces más personales de su generación. En todos sus libros, incluso los de narrativa y ensayo, subyace una manera muy esencial de comprender la poesía y el compromiso literario. Otros sabrán de mí pertenece a lo que llama el “ciclo de Carabanchel Bajo”. Uno de los topoi en los que se enraízan los poemas. Otros van de Villafranca de los Barros a la playa de Conil. De igual forma se sustenta en la familia, más que como unidad temática, como eje central de la vida y concepción lírica.

La primera parte, Todo cuanto supe, refiere la memoria más antigua, la que tiene que ver con la infancia, con la familia, con el peso de la historia pequeña: “Yo no sé qué decirte. / La historia escondida extraños laberintos / detrás de las pareces. / Nacemos, caminamos, nos recoge la tierra / (La tierra guarda muertos que nunca creerías). / Cruzarán una puerta, la llamarán ‘futuro’ / y no podrán seguirte los que tanto te aman” (Hablo a la niña que un día fui). Son los pequeños detalles los que funcionan como disparadores de la memoria, los que simbólicamente nos transmiten el paso del tiempo y el paso de nosotros por el tiempo: “Sobre el teclado beis de una Olivetti. / no sabía escribir mucho más que mi nombre / con pulso tembloroso, con el feroz empeño / de dominar el territorio de la página en blanco” (Avecilla, número 2). Una nostalgia anticipada por un tinte de Peter Pan: “No quería crecer / y fue todo tan rápido” (San Lorenzo).

Lo apasionante de este periodo que se describe en la primera parte es el descubrimiento de la literatura y de la vida, de la cultura. El recurso al cine es básico, ya sea el de Buster Keaton tan del gusto de la generación del 27 hasta Hugh Grant: “Habrá alguien que llora una vez más, / se apagarán las luces de la sala / y seré como el canto último de un cisne” (Cine Avenida). Es el momento de nacer al mundo, de mirar el afuera, con ilusión adolescente y cierta precaución; “Todas las sombras se proyectan / desde algún cuerpo, / pero el fuego no existe y, sin embargo, / veo tu sombra inmóvil” (Física elemental). Desde el presente se advierte cómo el paso del tiempo ha desdibujado la viveza de los colores del recuerdo: “El tiempo ha desgastado la realidad, / los recuerdos se esconden entre ninfas y cíclopes / agitando mi sueño, plantando fogonazos de ternura / en la mitología azul de nuestra historia” (Mitología).

Si la infancia es la patria del hombre, no sin razón la segunda parte se titula Destierros: “Qué vacíos se quedan los paisajes / y qué ferocidad la de los pájaros / irrumpiendo tras otra madrugada en vela. / Hace siglos, fui joven sin saberlo /..,/ El mar fue todo aquello / que hoy no me pertenece” (Toda la noche el mar en mi ventana). Un desarrollo dialéctico entre la necesidad de avanzar y el ansia hacia el recuerdo, una búsqueda de una identidad en la que se integren el pasado y el futuro, la memoria y la utopía son los elementos que van desgranándose en los versos, por eso “Pero la huida no implica necesariamente el abandono; /…/ La costumbre es un lobo / que aúlla en el silencio / recordando que un día / tú / aquí / fuiste feliz” (La costumbre). O con el uso del oxímoron: “Busco algún tiempo inmóvil” (Invierno en Praga).

Entre las referencias localizamos los elementos identitarios de Marina Casado que ya pueblan sus anteriores poemarios: Cernuda, Von Sternberg, Blas de Otero, Jim Morrison, la sirenita, Peter Pan, el mar, los cisnes… Igual van surgiendo los retazos de aventuras como Capitanes intrépidos: “Llámame por mi nombre / cuando rompa la lluvia, / ayúdame a cruzar este violento océano. // No quiero ser testigo el naufragio”; o la tristeza sublime de Albinoni: “mientras me mimetizo inútilmente con el frío / y sé que no soy joven, que no puedo ser joven / con toda esa nostalgia colgando de los ojos”.

Perpetuar la memoria es la última parte, la que intenta conjugar el pasado dentro del futuro, como señala el propio título. La emoción más intensa es la que surge tras la pérdida: “Mi padre ya jamás podrá ser viejo, / ni enterrarán sus huesos firmes / bajo esta tierra rota en la que no nació. /…/ Ahora vuelve la primavera y me pregunto / por qué mi madre todavía es joven, / por qué su voz resuena azul y blanca”. La familia, la madre y el padre (Crónica de estos años) son los protagonistas de una sensación de desgarro: “Algunas noches siento también / me voy deshilachando y que en el mundo / existen cada vez menos personas. / Y sin embargo, amo desesperadamente / esta herida en el pecho / que el tiempo me ha dejado” (Esta herida).

Igual que se abre la herida personal e íntima, se reivindica el pasado común con la memoria histórica: “Dicen que no importa. / Que los gustos de entonces y las lágrimas, / las despedidas secas sobre el barro, / los muertos en la noche, con sus ojos abiertos, / son parte de una historia que atardece” (Nos dicen). Y así, los ecos de Pavese y Cernuda describen la intuición del final: “Me vestirán con la edad exacta de los muertos” (El Oeste).

Para terminar Otros sabrán de mí, un soberbio poema que concluye la tesis y la búsqueda:

“Nadie quiere reconocerse en el silencio.

La ciudad es un grito que ahoga la derrota

/…/

Y cuando el día ya decrépito

hunda el cabello rojo en el crepúsculo,

nos callamos al fin, miramos nuestros cuerpos

y no reconocemos más que otra larga sombra,

otra voz que no puede arañar las paredes

y muerte como un triste campanario olvidado” (Meditación para el fin del día)

domingo, 12 de noviembre de 2023

Reseña de Luis Roca Jusmet: 'Manifiesto por una vida verdadera'. Ned ediciones, 2023

Ned Ediciones

Después de los Ejercicios espirituales para materialistas (Terra Ignota, 2021), Luis Roca Jusmet aboga por una propuesta radical. Pretende reivindicar una auténtica vida, la vida verdadera a partir de la hibridación de los textos –y actitudes– de tres filósofos  de muy distinta tradición e incluso de ideología. No se trata de reelaborar textos o ideas ajenas bajo un nuevo prisma o de enfrentar posiciones que puedan diferir pero que compartan similitudes. Este ensayo conjuga las tres dentro de un marco común y un objetivo concreto. Este libro no es un recetario, sino, dice el autor, una “caja de herramientas para pensar una ético-política de lo que llamo una vida verdadera” (p. 9).

Se agradece que el autor no haya tomado el camino tedioso de ir discutiendo diferentes acepciones de cada uno de las nociones de su propuesta. Parte, eso sí, de una concepción básica de lo que sería una “vida verdadera” a la que va añadiendo propuestas enriquecidas de un diálogo entre Oriente y Occidente. Parte de una cita de Rimbaud, “la verdadera vida está ausente” Rimbaud. Pero, ¿qué es una vida verdadera? Frente a la banalidad y la irreflexión la vida verdadera asumiría el mandato ilustrado sobre el saber aplicado a la búsqueda de la felicidad, poniendo los pies en la tierra tanto en los presupuestos como en el objetivo. El método es hacer corpóreos los procesos filosóficos. Como ya analizó en su libro anterior, los llamados “ejercicios espirituales”.

Comienza analizando las aportaciones de Foucault, en especial los procesos de subjetivación. La subjetivación implica, tomémoslo literalmente, tanto hacerse sujeto único como estar sujetado. A Foucault le interesa tanto uno como lo otro pues insistió en la cualidad creativa del poder –micro y macro–, al que siempre se describe como represivo y coartador: “Ese Otro que es la Ley que nos quiere normalizar”. Si aceptamos la sentencia de Marx sobre que todo lo sólido se desvanece, la modernidad conlleva la disolución de vínculos y certezas, más aún con la globalización. Tendríamos ahora un sujeto vacío de la modernidad con derechos: “El poder neoliberal no se opone a subjetividad, sino que la atraviesa con la propuesta de ser sujetos gobernados empresarialmente” (p. 15).

La vía filosófica es el nombre de la primera parte donde se presentan estos tres filósofos contemporáneos: Pierre Hadot, Michel Foucault y François Jullien en un diálogo con los antiguos. Tienen en común la filosofía como forma de vida. Hadot a partir de la lectura atenta de los antiguos, procurando desentrañar tanto el sentido original de cada concepto como de su transformación a través de la tradición filosófica. Así aparece el concepto de “ejercicio espiritual” que, avant la lettre, se rastrea en la manera estoica de entender el modo de vida estoico. Se trata de aprender a vivir, a dialogar, a morir y a leer lo que nos interpela para emprender una acción justa. Más bien podríamos decir que es un estoico que aprende del epicureismo con el gozo. Hadot conseja huir de la fantasía, que nos evade del presente, hacer con lo que se tiene, imaginar las posibilidades. La filosofía “es una forma de vida que nos hace mejores y más sabios (…). Viene a ser, por tanto, la vía para una vida verdadera” (p. 29).

De Foucault podemos aprender a cómo pasar de sujeto sujetado a sujeto activo. La subjetivación puede ser un camino para la libertad. Dependería de cómo el sujeto se trata a sí mismo. Foucault propone, en especial a partir de la segunda y tercera parte de su Historia de la sexualidad, un combate para ser libre, contra las pasiones (a nivel interno) y contra las formas de dominio (a nivel externo)[1]. En su práctica como activista y en su literatura, Foucault empuña la virtud de la parresía, el valor para decir la verdad frente a posturas acomodaticias. Ese sería uno de los ejercicios, de las técnicas, de la gimnasia para fortalecer al sujeto. Otras serían la escritura, como las hypomnemata de Marco Aurelio. A este tipo de prácticas, ejercicios espirituales incluidos, es a lo que llamamos ejercicios espirituales, concepto actualizado.

François Jullien, en lugar de partir de Grecia, parte de China. La civilización oriental prefiere basarse en el texto, no en la palabra. La vida buena, sostiene, es buscar las raíces, nutrirse y que circule el principio vital (qi) y evitar obstrucciones (p. 40). La referencia china es la agricultura, un proceso, la “persistencia de lo ordinario” y de “maduración, sin las prisas del carpe diem. “Vivir existiendo” Es un flujo, en fin, cultivarse a sí mismo. Esta visión, añadimos, conecta con las propuestas de Sloterdijk, e incluso con la razón vital de Ortega cuando propone vivir para superar el cogito cartesiano. Para Jullien sería una “segunda vida”, entendida como una transformación. Utiliza la metáfora de un “buen invierno”.

El diálogo entre Foucault y Hadot es fecundo en sus diferencias. Hadot no escribe para transformar al yo (Foucault), “sino para eliminarlo” (p. 55). Foucault descubre el cuerpo y los placeres. Otra diferencia está en la versión política, el cuidado de los otros.

En la segunda parte, La vía psicoanalítica, Luis Roca Jusmet introduce en el juego el psicoanálisis. En principio podría considerarse que el psicoanálisis es una forma de sujeción, es decir, una relación de dominio como forma contemporánea del poder pastoral (Foucault), o, por el contrario, una práctica que posibilita formas éticas de subjetivación. En el primer caso partimos de un ideal del Yo, que siempre nos han presentado como dependiendo del “Otro”. En el segundo habría que construir un deseo propio, plantear el psicanálisis como superación de la alienación, el conformismo y sometidos al amor del otro. El Psicoanálisis de Lacan, en este sentido, aboga por el discurso como alternativa a la sujeción, frente a la uniformización: “Todos estamos locos, todos deliramos”.

Tanto Lacan como el autor toman con todas las precauciones el carácter de cartel de psi y la “catarsis” como método. El psicoanálisis aborda técnicas son “prácticas meditadas y voluntarias mediante las cuales los hombres no solo se fijan reglas de conducta, sino que procuran transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular y hacer de su vida una obra de arte” (Foucault, citado en p. 68-69). En el proyecto de sublevación, Lacan intentaba (1) liberar el psicoanálisis de su vinculación con las técnicas psi y con el discurso médico; (2) “que el psicoanálisis no fuera un proceso de normalización, sino una teoría del sujeto”; (3) liberarse de la visión tradicional del sujeto y (3), utilizar un lenguaje hermético para hacer trabajar.

Como conclusión, La apuesta por la vida verdadera, termina por condensar los ingredientes propuestos. La filosofía es la gran enemiga de la retórica y las prisas del mundo contemporáneo no dan tiempo a elaborar experiencias y no da tiempo a que aparezca el deseo y de ahí el sectarismo y la violencia. Se pregunta Luis Roca Jusmet, ¿cómo pararse a pensar? Las técnicas heredadas de  los estoicos vía Hadot y Foucault incluyen la lectura, escritura, examen de conciencia y visión global. Y, con el psicoanálisis lacaniano, “atravesar el fantasma” y responsabilizarnos de nuestro deseo. No se trata de un proceso solipsista, hay un compromiso político, “un yo con los otros”, no contra los otros ni con el sujeto aislado. Somos individuos dependientes que queremos autonomía. De ahí que debamos estar en defensa siempre de los derechos de los gobernados, de la vida digna, y reivindicando lo singular para vivir la pluralidad. Una vida verdadera.

 



[1] Cabría preguntarse si el autodominio no podría comportarse como una forma de tiranía extrema al servicio de un sujeto no consciente de cómo es inducido a desear en una dirección concreta.