Nacido en Valencia, filólogo y profesor de latín, Blas Muñoz Pizarro cuenta con varios premios como el de la Crítica literaria valenciana en 2021, Premio Fray Luis de León, Miguel Labordeta del Gobierno de Aragón, Ernestina de Champourcín de la Diputación de Álava… Entre sus libros están Naufragio de Narciso (1971-1973), La mirado de Jano, El que silba entre las cañas, La herida de los días, Viva ausencia, La mano pensativa, En la desposesión y De la luz al olvido. Antología Personal (1960-2013) en la editorial Vitrubio (2015). El subtítulo es doce poemas encadenados y cuenta con un preciso prólogo de José Antonio Olmedo López-Amor, “un poeta sin generación”, dice de Blas Muñoz Pizarro. La luz es el concepto clave. Cada poema ocupa “el espacio reservado a veintidós líneas, medida a la que el poeta llega con todos los poemas contabilizando tanto versos como espacios” (p. 11). Además, cada poema comienza con el último verso del anterior, todo eso da el carácter de un “poema río”. El libro se escribió originariamente entre 2011 y 2013 y se completa con una entrevista que firma José Antonio Olmedo López-Amor. Las ilustraciones son del argentino Pablo Santín. Los poemas numerados con 2, 3, 4 obtuvieron Premio Internacional de Poesía Ciudad de Archidona y los 8, 9, 10, 11 y 12, en el Certamen Internacional de Poesía “Laguna del Duero”. De todas formas lo que debe impresionar de un poema no es la destreza técnica sino su capacidad de emocionar. Y, efectivamente así es.
Es la luz uno de los temas básicos de la poesía de Blas Muñoz, aportando toda la simbología y la potencia expresiva. El paso del tiempo es el otro elemento sobre el que pivota este poemario. Ambos motivos se trenzan a través del yo poético que atraviesa cada uno de los meses y conversa en la intimidad: “No quiero hablar de mí, sino –contigo– / del mundo alrededor, del aire dulce / que te envuelve y me lleva, de la breve / sombra de las delgadas nubes sobre / mis ojos, porque sé que tú me amas” (1).
Elementos del paisaje despojados de detalles superfluos componen el escenario de los poemas: “La pureza de un cielo desusado / ya vacío de odio y compasión; / en el aire, la ráfaga el vuelo / diminuto y feliz entre dos cantos; / y el trasiego, en la calle, de unos seres / que se aleja sin ver el ofertorio / con que el día celebra el sacramento / de la unión de la luz con la inocencia” (2). Sobre ellos es sobre donde la luz incide, un tanto a la manera platónica de considerar al sol como luz y como esencia que comparten los cuerpos: “De la unión de la luz con la inocencia, / ¿No nace la verdad, esa certeza / que cada ser inventa en su destierro, / con tanta confusión como esperanza, / para darle calor a su novicio / corazón” (3). Por esa dualidad es importante la sombra que concede los perfiles y dota de volumen a las cosas, a los objetos y los sentimientos: “Y digo sol y sombra y frío (y amo) / aún sin saber por qué pero sabiendo / que, al nombrarlo, le doy a cada ser / mi ser y su sentido” (4); “Donde crece la luz y alguien la canta / vuelve a hacer el universo, vuelve el acto inaugural de la conciencia / que dijo en su silencio fiat lux” (5).
El sentimiento, los afectos, construyen el discurso sobre el que pasa la luz:“…Qué profunda / piedad hay en mis labios cuando siento / esta tibia inquietud que alienta ahora / que está más alto el sol” (4). Podríamos seguir con la metáfora platónica a lo largo de varios poemas, pues en ellos confluyen la Belleza, el Bien y la Justicia: “Duele tanta perfección / incomprensible, la belleza injusta / que no nos pertenece, que nos deja / fuera a pesar de que nos debe ahora / su intacta realidad” (5). En contraste, el mundo se antoja áspero, casi inhóspito, esperando que la luz pueda hacer brotar la vida (o los afectos): “La fatiga del mundo, mientras llueve / en este extraño día de contrastes / –en esta sinrazón que no parece / verano todavía–, va buscando / un pecho en quien anidar” (7); “Duele esta luz en la que espera, dóciles / figuras bajo la opresión del mundo, / que la mañana pasé” (10).
Un río no es estático, cambia su agua y ésta transcurre por el cauce, recibiendo los afluentes y llegando hasta la desembocadura. Un poema río como es este no es ajeno al paso del tiempo, no pretende una imagen estática, un cuadro de sentimientos inmóvil, al contrario, se detectan las mutaciones, los cambios y la conciencia de ellos: “Nunca has sido más débil la impostura / del tiempo” (7); incluso recurriendo a la metáfora del río: “Como si nunca hubieran de morir / los cuerpos buscan la piedad del agua” (8). El mundo sigue afuera mientras el poeta se centra en la intimidad con la amada: “Ahora escucho, al calor de esta pared / que me sostiene, y sé que el mundo suena / como un susurro débil, como el globo / de un niño que alguien fuese deshinchando / mientras el sol insiste y me ilumina” (9).
El poema sigue con algo de nostalgia: “Porque decir la vida / es más difícil que vivirla, y porque / nada sé más allá de lo que olvido, / enmudezco otra vez. Y aprendo. Y oigo” (11) y el poeta saca la esperanza de la luz que permanece a lo largo de los poemas: “… Detrás de ti, la luz / final de la mañana incendia ahora / las baldosas del suelo del salón / a través del cristal de la terraza” (12). Al final, como ya presentíamos, el tema es el amor, siempre ha sido el amor:
“¿Quiénes somos tú y yo, si ya no somos
aquellos que aún se aman, como siempre” (12)