Esta revelación me la soltó una alumna de 4º de ESO justo después de enterarse de que el fundador del PSOE también se llamaba Pablo Iglesias. Tuve que explicarle que no era de ETA sino que habría pertenecido al GRAPO, que era otro grupo antifranquista que cometió atentados y que el padre fue juzgado por repartir pasquines. Otro alumno, pero esta vez de 2º me preguntó hace algunas semanas por qué en Venezuela había tanta mortalidad. Como entraba dentro del temario, aprovechamos para buscar los datos que ofrecía el apéndice estadístico del libro de texto y resultó que la República Bolivariana de Venezuela tenía uno de los índices más bajos de mortalidad de su entorno. En el fondo da todo igual, porque en el imaginario social de este país nuestro todo se hace una bola inmensa que se transmite de manera acrítica dentro de las familias de padres a hijos. En una valla de un solar a la entrada del pueblo aparecieron hace meses unas pintadas “Coletas, rata”. Me pregunto qué habrá en el discurso y la imagen de la marca Podemos para suscitar un odio tan radical e incluso violento.
No recuerdo una reacción similar para cualquier otro grupo o personaje político salvo contra las feministas. Ni siquiera cuando alguno de los alumnos califica a Vox como fascistas lo hace con tanta inquina, para empezar, porque apenas entienden lo que es el fascismo. Es verdad que más de una vez he escuchado la cantinela de que el rey no hace nada y hay que aclarar que la función de Jefe de Estado tiene su miga y que los republicanos lo que piden es que sea elegida por los ciudadanos, no que deje de existir.
Da muchísimo que pensar que, tras cuarenta años de democracia, nuestros vástagos hayan optado por una visión tan maniquea de la sociedad y la política como la que interesa a la ultraderecha. La mayoría de los alumnos se muestran tolerantes con los homosexuales que hay en sus clases y el insulto “maricón” es un vestigio del pasado que resiste cada vez más vacío de significado, pero sin embargo sus discursos calcan la idea de la discriminación del heterosexual, los “normales”. Las actitudes xenófobas están cada vez más toleradas socialmente. Cuando empecé a trabajar era extraño que algún alumno fuera abiertamente racista, procuraban disimularlo, hacer socialmente aceptable su desprecio.
También se acompaña con una aceptación casi unánime del capitalismo de mercado, en el que la propiedad privada es sagrada y los impuestos un robo que hace el gobierno –no el Estado– para “los políticos”, una casta que puede englobar desde el concejal de un pequeño pueblo hasta el presidente de la nación. Si es una empresa privada, entonces no se toca, puede hacer lo que considere oportuno. No es de extrañar, los medios y los debates públicos transmiten esa idea general.
Quizás sea porque ciertas actitudes como un ecologismo de salón o unas clases “en” valores llenas de buenas intenciones hayan vaciado de contenido crítico, pero me da la impresión de que no es tanto el fallo del mal llamado buenismo como de una ofensiva general que incluye muchas guerras particulares, inconexas entre sí, incluso contradictorias, que se mezclan para crear un ambiente de rechazo total a cualquier forma de progreso que incluya una mentalidad que tenga en cuenta la sociedad en su conjunto.
El rechazo violento a cada uno de los miembros de Podemos dentro y fuera de los medios puede tener que ver solo tangencialmente con el odio muy violento que las feministas sufren en las redes sociales o en los comentarios de las noticias de la prensa digital, y seguramente todo va con un rechazo visceral al independentismo –y viceversa–, y, a la vez, puede que confluya con los intereses electorales de cierta parte del PSOE y todo lo que está a su derecha. Me niego a pensar en una conspiración conservadora todopoderosa que maneje a jueces para que persigan a coños insumisos, a abogados que denuncien libros de temática LGTBI, periodistas que busquen o inventen trapos sucios sobre Venezuela, políticos insensatos que tachen de terroristas a la izquierda y legiones de tuiteros que se levanten cada mañana con una orden del día que les fije objetivos para trolear. Ayer tocaba Susana Díaz, ahora Yolanda.
Me preocupa muchísimo la violencia verbal de ciertos portavoces y aún más la de los que desde sus tribunas en los medios levantan bulos y crean estados de opinión tan agresivos, pero lo que me tiene aterrorizado es que está calando el mensaje en gente a la que la política les tiene más o menos sin cuidado y que saltan como resortes contra el Coletas, la ministra de igual-da, o la Barbie obrera.
Siempre he tenido la confianza en que las personas son capaces de expresar en las urnas una sabiduría que a los analistas muchas veces se les escapa. Esa, creo, es la esencia de la democracia. Un gobierno de un signo es reemplazado por otro si la gestión ha resultado ineficaz en algún sentido tan importante que justifique la inercia del voto. Una ilusión que renace ante un nuevo proyecto o un voto de castigo pueden concluir con gobiernos que resulten contra nuestros intereses, pero había una razón que explicaba el cambio de tendencia.
La tendencia que estoy observando, y para eso las clases son un testigo anticipador, es que la sociedad se está volviendo demasiado tolerante con los prejuicios del fascismo que ciertos grupos políticos azuzan cuidándose siempre de que aparezcan muy tenuemente en los documentos oficiales. El “a por ellos”, tristemente, es la anticipación del “a por nosotros”.