Me
gustaría en estas semanas mostrar algunos elementos que me sirven a mí mismo
para ver cómo funciona la política, de un modo algo sistemático y alejándome de
los acontecimientos políticos del día a día. Es cierto que mis conceptos no
parecen muy académicos pero eso no significa que no estén pensados, repensados
y comprobados. No pretendo sentar cátedra, en realidad, lo que pretendo es
poner un poco de orden a esas ideas que me van bullendo en la cabeza.
En mi
formación por supuesto que he dedicado algunas horillas a estudiar lo que otros
han dicho sobre la política, sobre la adscripción, sobre cómo uno se hace de un
partido o de otro, cómo llegan a una ideología en lugar de a otra. Muchas de
esas teorías son de un simplismo aplastante, vamos que te dejan aplastado. Sin
embargo han demostrado ser muy efectivas a la hora de planificar campañas y
explicar fracasos electorales. Las teorías políticas, como las económicas, son
siempre a posteriori, como decía un refrán taoísta, después de tropezar el
carro todos ven dónde estaba el bache. En realidad, ni siquiera todos ven el
mismo bache.
Existe
en el ámbito anglosajón un término “push/pull
factors” para explicar por qué se da un fenómeno: hay factores que empujan
en un sentido, que expulsan, mientras que hay otros factores que atraen, que
tiran. Por ejemplo. Push factors de
las migraciones. Los españoles se ven expulsados a buscar trabajo fuera de
España. Pull factors, Alemania es un
destino porque hay demanda de profesionales. En teoría política se hace mucho
hincapié en los pull factors, es
decir, en qué condiciones, por ejemplo, tiene que tener un candidato para
atraer a las masas. Joven, pero no mucho; guapo, pero no empalagoso; que
inspire confianza, pero no prepotente; buen comunicador, pero no demasiado
charlatán. En fin, justo lo contrario de Mariano Rajoy.
¿Cómo
se explica el triunfo aplastante del PP en las últimas elecciones generales? Es
evidente que no por las cualidades personales de un líder que encarna todas las
anti-cualidades que según las películas debe tener un líder. Nunca sería el más
popular de su instituto, aunque lidere el Partido Popular. Eso eran los tiempos
del carisma, de Suárez, Felipe González, Carrillo… José María Aznar vendió el
anti-carisma, el hombre gris pero eficiente frente a los excesos verbales de
Alfonso Guerra y Felipe González. Luego llegó lo que llegó. En fin dejémoslo.
Seamos
sinceros, la mayoría de los que tenemos derecho al voto no estamos pendientes
de los programas electorales concretos de los partidos. Ni siquiera los propios
dirigentes lo están. No lo digo porque mientan –que ya hemos visto que lo
hacen-, sino porque son tan genéricos que pueden valer para todo. Los teóricos
hablan de la hipótesis del vendedor de helados en una playa. Quien quiera
vender mucho se colocará en el centro de la playa, para no abandonar a nadie
demasiado lejos. Pero si llegara un segundo vendedor, se pondría también en el
centro, porque si se coloca demasiado alejado del primero, lo único seguro es
que perdería compradores. Por eso los partidos políticos no se autodefinen por
ser de izquierda o derecha, sino de centro-derecha o centro-izquierda y sus
lemas y propuestas están tan vacíos que no dicen nada. El “cambio” sirvió a
Felipe y a Rajoy.
Entonces,
¿por qué somos tan cerriles defendiendo a un partido o a otro? La
socialización, nos dicen. De entornos de derechas salen hijos de derechas y de
entornos progresistas salen niños del PSOE, IU, radicales vascos… Sin embargo
yo veo, y eso que no me gusta el fútbol, que de padres del Madrid pueden salir
culés, o del Atlétic. Simplemente para llevar la contraria. Hay más continuidad
generacional en las decisiones políticas –creo-, que en la afición al balompié.
Mi
teoría es un push factor. El asco.
Somos del PP porque nos dan asco los del PSOE, los vemos aprovechados,
incoherentes, ladrones, contrarios a la libertad, nefastos en la gestión… Y
somos del PSOE porque vemos a los del PP como riquitos, caciques, que se llevan
lo suyo y lo de los demás, que legislan para las grandes empresas, que
privatizan todo para dárselo a sus amigotes… Y ambos vemos a los de IU como
ilusos, perroflautas, con un buenismo peligroso, que no se enteran de cómo va
el mundo, siempre de abrazaárboles…. Los nacionalistas ven a los partidos españolistas
como conquistadores, expoliadores y absolutistas. Los otros los ven como
mezquinos, egoístas, xenófobos, irresponsables.
Las
reacciones al fenómeno Podemos me dan
la razón. Hay quienes simpatizan, pero son mucho más viscerales las
declaraciones en contra. “Podemos comer mierda, miles de moscas no pueden estar
equivocadas”, leí en un comentario. Muy bonita definición de democracia. Si un
partido consigue muchos votos es que la gente no se entera, la gente es tonta,
a la gente se la engaña. ¿Por qué no podemos aceptar que haya otras visiones,
que haya quienes vean otros baches? Porque es tan intenso el asco que nos dan
los contrincantes que no podemos ponernos en su lugar.
Evidentemente
hay quienes no sienten un asco tan profundo y dependiendo de las circunstancias
pueden votar a unos o a otros. La ventaja de la hipótesis del asco es que
explica el poco trasvase de votos entre partidos de una elección a otra. La diferencia
de resultados está en la movilización de votantes que no sentían el asco.
Cuando se presenta un motivo, como la marrullera gestión de los atentados del
11M, aparece un asco generalizado que hace votar a dos millones de personas que
no iban a hacerlo. Cuando la crisis de los partidos PP-PSOE es tan evidente que
a unos dan asco los ERE y a otros Gürtel, muchos seguidores de ambas
formaciones se quedan en casa.
Dicen
los neurocientíficos que somos capaces de adivinar quién gana las elecciones
viendo las fotos de los candidatos. Presentan retratos de dos líderes a los
sujetos experimentales y en una proporción muy importante, sin conocerlos,
adivinan quién ganó. Pero en lugar de poner el acento en que identificamos al
ganador porque nos inspira confianza o carisma, quizás sintamos rechazo al
perdedor.
A
escala municipal es mucho más evidente porque a menudo se conocen personalmente
a los candidatos. No creo que sea por herencia (de tal padre, tal hijo), ni
actores racionales (no medimos coste/beneficio de a quién votamos), ni
adscripción de clase (los trabajadores a la izquierda, los profesionales y
empresarios a la derecha). Por eso encontramos pobres que votan a la derecha y
los profesores universitarios a la izquierda.
Miremos
dentro de nosotros mismos, comprobemos si realmente defendemos los programas de
los partidos a los que votamos. Has votado a la derecha, ¿estás a favor de la
libre empresa, los bajos impuestos, que el Estado no intervenga en economía? ¿Eres
conservador en las tradiciones y partidario de la mano dura en los problemas
internacionales? ¿Crees que los ricos lo son porque se lo merecen gracias a su
esfuerzo y méritos, y los pobres porque son unos dejados sin remedio? ¿Piensas
que los que cobran algún tipo de prestación están tentados siempre de defraudar
porque lo público está siempre mal gestionado? O al contrario, has votado a la
izquierda, ¿estás a favor de la intervención del Estado en la economía, la
subida de impuestos para nivelar la pobreza y el Estado del bienestar? ¿Eres
internacionalista y estás a favor de solucionar los conflictos mediante el
diálogo? ¿Piensas que todos los hombres son iguales y debería redistribuirse la
riqueza a cada uno según su necesidad? Seguramente habrás dicho, yo soy de
derechas pero eso no lo dice la derecha. O soy de izquierdas pero estoy de
acuerdo con algunas cosas de la derecha.
¿Cómo
llegaste a votar a un partido? ¿Pensaste en cuestiones como el gasto público o
la iniciativa privada o sentiste la urgencia de votar para que no ganaran esos
sinvergüenzas que quieren llevar a España a la ruina?
Es mas que interesante el desarrollo del pensamiento que nos planteas para llegar a la sencilla o compleja, todo depende de quien lo tenga que resolver, pregunta de por qué una determinada persona vota a un partido. Y, sinceramente, creo que cada cual vota aquél que le salvará o así lo piensa sus propios intereses. El ser humano, en su generalidad, no busca el bien común, sino que piensa que el bien común es consecuencia de la unión o comunidad de los distintos estados de bienestar individuales. En consecuencia, su voto está claro. No obstante, hay quienes hasta el último momento mantienen una posición de duda, y son aquéllos a los que su calidad de vida no se ha visto alterada de forma contundente, que sí que han visto como han perdido poder adquisitivo, como deben apretarse el cinturón, y como han tenido que renunciar a ciertas cosas (viajes, diversiones, aficiones...) que antes podían realizar, pero sopesan, y se decantan por pensar que "mas vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer".... Y en este país, hay muchas, muchas personas cuya voluntad de voto la deciden en un último momento, quizá, por el hecho de que ni han leído ningún programa electoral, han asistido a debates televisivos que les saben a pura banalidad, y que, en definitiva, por un voto, más o menos, pues la cosa como que no cambia. Esa es la mentalidad de gran parte de los españoles, aquéllos que adormecidos en política durante tantos años, no saben lo que es el ejercicio de la democracia, y consideran que la política es cosa de otros. "A mí que me dejen tranquilo", siempre y cuando tenga mi paga a fin de mes, pueda tomarme mis copitas, y disfrutar medianamente de aquéllo que se me ha hecho costumbre. Porque no hay peor hábito que el de la más que adquirida comodidad. Solo hay algo para lo que los españoles nos sentimos "lanzados" y es para aclamar a la selección española de fútbol.
ResponderEliminarGracias, Rosa, por tu extensa reflexión. Mi argumento, por el contrrario, pretende ser insultantemente simple. Todo eso que tu dices, que tienes razón, se acaba reduciendo al asco que uno siente por las soluciones de los demás, por los peligros de los demás, o por la desidia. Ojalá me equivoque y se llegue a votar ilusionado por algo y no por reacción a todo lo demás.
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