“No presumo de
pensar
lo mismo que antes
pensaba.
Se pudren siempre
las aguas
cuando las
aguas se estancan.”
Provengo de una familia de grandes aficionados
al cante y recuerdo, en mis primerísimos pasos como poeta, la acogida del gran
Antonio Murciano, pero, desgraciadamente, no pertenezco a ese ambiente, aunque
no dejo de admirar, como mi amigo y poeta –y artista plástico– Mariano H. de
Ossorno, y mi maestro en el arte de desentrañar metáforas, Emmánuel Lizcano, la
excepcional poesía que se encaja en los exigentes parámetros rítmicos,
temáticos y léxicos del cante jondo. La inmensa maestría de Juan Peña consiste
en recoger toda esa herencia y dotarla de una personalidad propia, de un
contenido actualizado sin estridencias, de saber común y de agudeza filosófica.
Confiesa, de todas formas, el autor, haberse aficionado al flamenco tarde y de
la mano de Antonio Machado Álvarez, Demófilo,
padre de los poetas Antonio y Manuel. Hay mucho de los Proverbios y Cantares, mucho de la sabiduría de esos que nunca
saben y lo saben todo, de los que son el pueblo y su voz se diluye entre los
nadie.
Acompañan
dibujos de Pedro Serna sobre tipos flamencos. Juan Peña separa su labor poética
en dos mundos, a priori, diferentes, sus composiciones flamencas y el resto de
su obra lírica. Así, en La misma
monotonía recapitulaba su labor fuera del compás (incluyendo alguna de sus
tradiciones) y en Palo Cortado hace
lo propio con las letras flamencas, que habían aparecido primero en pliegos y
luego en Letras Flamencas (1995), Nuevas letras flamencas (2000) y Teselas (2008), añadiendo también
algunos inéditos.
“Hay quien dice
tonterías
poniendo oscura la
voz.
Diciendo palabras
raras
se cree que
lleva razón.”
Como decimos, es
mayor la influencia de los modales machadianos –incluyendo a Juan de Mairena y
Abel Martín– más que los lorquianos –paradigma para muchos del flamenco
literario–: “Si alguien te quiere enseñar / no olvides que lo importante / es
aprender a dudar”[1],
“busca siempre la verdad, y siempre dale de lado / a quien quiera convencerte 7
diciendo que la ha encontrado”. Palabra en el tiempo: “Tiene la tierra mojada /
el perfume de los días / que llegan desde la infancia”.
Decía Juan de
Mairena que, en este país, los novedosos apedrean a los originales:
“Quiso ser original,
distinto a toda la gente
y acabó en el rebaño
de los que son
diferentes”
Eso no significa
que se compartan siempre los presupuestos filosóficos de Machado: “No me digas
la verdad, / que más vale vivir / teniendo tranquilidad”, “El saber y la
conciencia / poquito a poco le ponen / arrugas a la inocencia”. En general
hacen gala de estoicismo y epicureísmo muy austero, pero dotados de una gracia,
en el sentido del duende –lorquiano–, “Que nadie me quiera a mí, / eso a mí me
importa poco, / que yo me quiero un poquito / y con eso me conformo”.
Influencias
variadas no faltan: “Cualquier momento es eterno. / Cierro los ojos y miro / la luz con el tiempo dentro”, aunque sea
el verso juanramoniano, recuera el hoy es
siempre todavía de Machado. Del de Moguer es también el ansia que se
expresa en “De lo que el mundo me da / yo no sé bien lo que quiero, / pero
siempre quiero más”.
Estar
pensadas para el cante le impone una exigencia mayor que al haiku, con el que
comparte mucho de su espíritu contemplativo y del asombro hacia lo cotidiano:
“Ya se está escondiendo el sol / y está poniéndose el aire / color de
melocotón”.
Por
ejemplo, el uso de diminutivos, del vocativo, de la segunda persona, de las
apócopes, de las hipérboles dan el tono de habla, y de cariño, a estas letras de lo que pasa en la calle… “A mí me
gusta el verano / y beber agua fresquita / debajo de los sombrajos”, “Tiraba
piedras al río / esperando que llegaras, / y mira si tiré piedras / que el río
se rebosaba”. Tampoco falta la picardía y el sentido del humor, (“No quiere
irse a la cama / la luna, y se pasea / con unas braguitas blancas”). Un poco dándole la vuelta a Courbet, descubre
Juan Peña, “La rajita de tu culo / cuando te tiendes de lao / es la sonrisa del
mundo”.
El
tiempo, la ternura, el paraíso perdido de la infancia, el regocijo en el
paisaje son los temas que se dibujan en las teselas flamencas de Juan Peña: “Un
olor, un sabor, / minucias, bagatelas. / Hallar la eternidad / en cosas tan
pequeñas”, “Oro en el trigo, / plata en las hojas / de los olivos”. También la
poesía misma: “Oscura y luminosa, / la poesía / es el rostro que queda / de una
herida” y, por supuesto, “Cómo contar lo que siento. / con la palabra se rompe
/ la perfección del silencio”.
Sin
embargo, y a pesar de todo el júbilo que destilan estas letras, de vez en
cuando, cruza sombría una lucidez triste: …” No es posible / vivir y no tener
miedo”.
“Siempre habrá de
ser la misma
la eterna historia
del hombre:
los sueños que no se
cumplen
o cumplidos se
corrompen”.
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