Mi hijo el menor se acaba de graduar. Deja el instituto en el que llevo trabajando desde que volví a mi pueblo. Ya han pasado por él mis tres hijos. La hermana mayor llegó a primero de ESO hace catorce años y ya está terminando su primer año de residencia tras la carrera de medicina. Luego llegó la segunda hermana, a la que también le queda poco para terminar el grado. Eso significa que el curso que viene me voy a encontrar yendo y volviendo solo al trabajo. No voy a encontrar ninguna de sus caras. Me había acostumbrado a tenerlos por allí, a comprobar si iban bien echando un vistacito en los recreos. Sabía que, ante cualquier contrariedad me encontrarían en mi aula, o en el departamento, o en la cafetería. También podía compartir con ellos las buenas noticias, que también las hubo. No sé cómo voy a encontrarme en esos pasillos sin la presencia, aunque fuera en la distancia de ellos.
Es hora también de hacer recuento y dar las gracias. Desde el punto de vista de un currante no es mal centro, aunque uno nunca termine de estar conforme con todas las decisiones o tenga sus discrepancias con cualquiera que pase por allí, de hecho es de los buenos. Pero toca mirarlo como un padre que ha comprobado cómo sus hijos han recibido una buena preparación, han tenido sus momentos buenos y malos en los que han contado con la ayuda de muchos de mis compañeros, de los que siguen en el centro y también de los que fueron cambiando de instituto o pasaron a la jubilación.
Sé que tengo compañeros que son auténticos profesionales, competentes en su trabajo. Han enseñado lo que tenían que enseñar. Y también he podido disfrutar como padre de algunos profesores y profesoras que se han entregado por encima de lo exigible, en la función docente y en la humana. Yo lo sé con certeza porque vivo dentro del sistema y sé cuándo alguien cumple su cometido, cuando alguien deja que desear y cuando un profesor es capaz de transmitir por encima y de trabajar mucho más de lo que se exige en los convenios. No porque esta sea una profesión vocacional, sino porque son magníficos profesores. Por encima de la media y la mediocridad.
Sé que cada uno de mis hijos ha podido contar con el apoyo inestimable que, más que proveniente de un enseñante, ha recibido de una persona con un corazón muy, muy grande. Supieron ver lo que necesitaban, que a veces era un oído o un hombro donde desahogarse; o la confianza en el talento que una tenía; o la tenacidad de no rendirse. Sería injusto señalar el recuerdo de unos y no de otros, porque la memoria es frágil y, sentado ante el teclado, es muy probable que olvide en este instante las aportaciones que esos compañeros han tenido con cada uno de mis hijos. Cuando recuerdo, por ejemplo, la falta total de base, la dificultad en alguna asignatura y cómo, en seis años, mi hijo ha conseguido –con toda la ayuda– tener una mínima competencia; entonces es cuando soy consciente aún más de lo que han crecido, de lo que han madurado y de la importancia decisiva que mis compañeros han tenido para su formación. Al estar en el centro he podido ver en acción a alguno de mis compañeros y he comprobado cómo se han volcado. Y eso, como padre, no tiene precio.
No es el momento de recordar los sinsabores, las pequeñas o grandes incomprensiones, pero sí los nervios, la incertidumbre y el vértigo de cómo han pasado los cursos, las materias, los aprobados y los sobresalientes. Igual que hay docentes que no saben –sabemos– valorar algunos esfuerzos, sé, con certeza, que muchos de mis compañeros en estos años han leído más allá de las pruebas de evaluación. Sé que siempre lo hacen, con cada alumno, con cada alumna, año tras año, pero es de justicia agradecer, como padre, que lo hagan, que lo sigan haciendo. Los padres, a menudo, estamos muy ciegos ante lo que son nuestros hijos, ante lo que hacen en las aulas. Corremos el riesgo de entender la paternidad simplemente como un guardaespaldas, un defensor al estilo medieval. Ser padre es mucho más que defender a tus hijos.
De todos estos compañeros aprendí y seguiré aprendiendo de su generosidad y, sobre todo, de su profesionalidad. Estoy seguro de que mi percepción no es la misma que tuvieron y tienen mis hijos. Seguro que yo valoro cosas que a ellos no les parecen tan importantes, y sospecho que hay más de un asuntillo del que, ni siquiera estando en el mismo edificio, me he enterado.
Es pues, el momento de dar las gracias a todos y cada uno de los profesores por los que han pasado mis hijos. Abrir mi gratitud más sincera y animarles a seguir en esa línea. Son momentos muy especiales para mí, no soy capaz de articular palabra en vivo, se me atraganta la emoción y he preferido hacerlo así, abiertamente, a través de lo escrito. En el discurso de graduación tuve que hablar como tutor de uno de los cursos. En él había algunos alumnos y alumnas que habían estado en la clase de mi hijo pequeño desde los tres años. Uno no es de piedra y la emoción es grande, pero tan gigantesca el hablar delante de mi pequeño que no pude ponerme sentimental, entretejí un discurso con frases de otros que pudieran hacerse un hueco y luego me desahogué en un abrazo cuando le entregué el diploma que el centro les otorga gracias a la comprensión de su tutor. Si en la imagen se ve emoción, mucho más grande es la que siento.
Gracias a todos. Habéis contribuido a la educación de mis hijos, les habéis transmitido conocimientos de lengua, matemáticas, ciencias, historia o dibujo. Les habéis cuidado no sabéis hasta qué punto. Seguid en la brecha.
¡Qué emoción, Javier! Es verdad que tenemos un papel complicado en los centros cuando están también nuestros hijos, como tú, he visto pasar a mis tres hijos por mi centro, y siempre ha habido profesores como esos de los que hablas y a cuyo grupo, afortunadamente para mí, tú también perteneces, pues eres de esos que han dejado huella en mi familia y a los que, ahora me lo estoy planteando, creo que no he dado todavía las gracias. Gracias también por escribir, como padre, de la estela que dejan (quiero pensar que dejamos) algunos profesores. Y, sobre todo, enhorabuena y mucho ánimo, vais haciendo un buen camino, y aún queda un poco. Besos a padre e hijo <3
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