Un verso de Madama Buterfly titula este excepcional número de los Cuadernos de Humo que Hilario Barrero, Carlos Medrano, Jesús Nariño, Alfredo J. Ramos y Luis Suárez Palomo elaboran con meticulosidad artesanal. El dibujo de la portada pertenece a Teo Serna y Susana Benet colabora con un dibujo interior.
La nómina de poetas comienza con Miguel Veyrat (“Sobre mí asentada, entre su cuerpo vislumbro / Una niebla espesa que trasciende, allá / Lejos, en arco iris que ya aguarda mi deseo”); María Sanz (“No hallo la manera de escribirte / a través de los pájaros en vuelo / sirviéndome de hojas mensajeras / o con las raudas nubes de la tarde”); Carlos Alcorta (“… En la oscuridad, / lince sin vista, soy el único testigo / de un mundo que parece encapuchado. / Lo que yo no veo solo yo lo veo”); María Jesús Mignot (Dejamos de ser baldía orilla para convertirnos en río. / Fluyendo somos vida y memoria. / Para encontrarnos, nos perdemos”); Juan José Vélez Otero (“Te pareces cada vez más al muerto con quien vives, / estás solo y despoblado, te vas quedando muy huérfano, / estás solo de remate, solo como el calendario / de la pared de tu infancia, como un náufrago perdido”); Carlos Medrano (“Las lágrimas descienden cada noche / al aroma de un patio en el que vagan / la imagen de dos almas y un silencio / capaz de resonar bajo la tierra”); Teresa Garbí (“Hace trece mil años / una mujer y un niño caminaban / sobre el barro. // Perduran sus huellas fosilizadas. // No todo acaba / si unos pasos bajo la lluvia / permanecen”); César Rodríguez de Sepúlveda (“Si ya todo es amor, si ya has volado / en el aire perfecto de la entrega, / si la herida es el bálsamo, si entraste / –oh, noche amable– es las más hondas grutas /…/ qué renuncia terrible regresar a este mundo”); Ismael Cabezas (“y ahora desnuda su cuerpo en habitaciones que se alquilan / por horas en moteles de Brooklyn que se llaman Sunshine, / y Brian la observa detenidamente en la televisión por cable / y piensa que sus pezones son del color de las flores / que aparecían en los poemas de Eliot que leyó en el instituto”); Isabel Marina (“No importa tanto / que lo que digo sea mentira o verdad, / sino la oportunidad de escribir, / de labrar ese surco, / que nos acerca al cielo”); Santiago Galán Álvarez (“Cuando el instrumento responde / a la fricción transmitida / de cuerpo a arco a cuerda, / habla por ventriloquia del joven el lenguaje / que nos hizo rozar con el ideal de nuestros dioses”); Fulgencio Martínez (“Sus almas se dieron la mano / para huir de la violencia / de su mundo, / de cualquier mundo”).
Tras su viñeta, Susana Benet (“Y, de pronto, el destello / violento de una flor / se eleva ante mis ojos, / a punto de caer / inerte en el abismo”) y un poema inédito de José Luis Parra (“Nadie puede negarlo. / El nuestro ha sido un siglo / más siglo que los otros siglos”); Javier Gilabert (“Me seduce la idea / de ser también ceniza al aire en esa playa, / pero un escalofrío me impide decidirme. // La muerte puede ori tras las paredes”); Mercedes Márquez Bernal (“Qué hacer con estos pájaros / para que queden en mi jardín / con sus alegres trinos, / y, después de sus peregrinos vuelos, / pernocten de vez en cuando en casa”); un servidor; María Domínguez del Castillo (“Qué estético estornino está estirando / aliteradamente su alta ala, / garridico y gallardo, garra y gala, / contoneando un canto desde cuándo”); y Pepi Bobis (“El tiempo, ese extraño que a todos nos resulta conocido, sigue maltratando a las ovejas que dan sueño /…/ Es ese grano de arena impura que se aloja dentro de nosotros y nos deja caer, una y otra vez, ante el látigo insumiso”).
Cierra el volumen una selección de nueve poemas de Valerio Magrelli en traducción de Marcela Filippi Plaza: “Las escrituras en los baños públicos / me cuentan el dolor / del joven que escribe, / solo, en los baños públicos /…/ Una vez, yo también escribí, / sólo, en los baños públicos / confiando el dolor / a los peores insultos” (En los baños públicos); “La pluma no debería dejar jamás / la mano de quien escribe. /…/ Es una rama del pensamiento / y da sus frutos: / ofrece amparo y sombra” (La pluma no debería dejar jamás); “Triste traducir, / mirar a un texto pasado / más que al futuro del texto” (Triste traducir); “Se introduce a veces en el pensamiento / como en el pensamiento / como en el agua, un reflejo / que lo atraviesa y mide el fondo. /…/ La mente vuelve entonces a cerrarse / en el esfuerzo vertical y profundo / de la herida y del vórtice” (Se introduce a veces en el pensamiento); “Según esta elemental alquimia / verdaderamente el pensamiento se vuelve sustancia / como una piedra o un brazo” (Es especialmente en el llanto); “… Hay un amor / en el dolo, una malicia / en la renuencia que empuja / las cosas, las indóciles, hacia atrás” (Si es apenas suficiente).
Este número de Dónde está el fuego se revela como una celebración delicada y fervorosa del quehacer poético. Ofrenda y teje una sinfonía de versos como si fueran parte de un mismo cuerpo lírico. Su tono es reverencial, casi litúrgico, sugiere una devoción tanto por la palabra como por la comunidad que la sostiene. La revista no sólo rinde homenaje a la poesía traducida, subraya el poder universal del lenguaje poético para tocar lo más íntimo. Este nuevo ejemplar es, ante todo, un inventario apasionado, un momento celebratorio que ha reunido bajo atenta mirada Hilario Barrero.