Estoy
cada vez más convencido de que 1984
de George Orwell es un a obra fundamental para comprender el mundo que vivimos
y debería ser el libro de cabecera para los escolares a partir de cierta edad.
El panorama descrito en esta distopía es desolador. Un Gran Hermano que controla todo lo que hacemos o vemos. Lo único que
habría que añadir es que no se ha necesitado una enorme pantalla para vigilar,
más pequeños plasmas, de cuatro pulgadas o menos son suficientes. A través de
las redes sociales ofrecemos gratuitamente, como yo ahora mismo estoy
ofreciendo, mis gustos, mis pensamientos, mis conocidos, quedando al
descubierto mis más íntimas aspiraciones.
La
parte que siempre me ha resultado más interesante es la referida a la Neolengua
(Newspeak) y el Doblepensar (Doublethink). La neolengua es una
derivación simplista, que pretende reducir el pensamiento a través de la reducción
del lenguaje. Es un poco la hipótesis Sapir-Wolf, aquello de que los límites de
mi pensamiento son los límites de mi mundo de Wittgenstein. En la Neolengua las
palabras acaban significando lo contrario de lo que significan. El Ministerio
del Amor (Minimor) se ocupa de las torturas, el Ministerio de la Verdad, es el
encargado de la Propaganda; el de la Paz, es el que hace la guerra; y el
ministerio de la Abundancia es el encargado de racionar los recursos.
Es
demasiado fácil ver las correlaciones. Nuestro ministerio de Defensa es el que
invade países, el de Cultura se encarga de encarecerla, el de Sanidad, en una
broma macabra estaba dirigido por alguien apellidado Mato. La broma continúa
con un ministro Catalá que hace frente al independentismo de Cataluña. Los
parados siguen yendo religiosamente a las oficinas de Empleo y los enfermos a
los Centros de Salud.
El
empleo del doblepensar por parte del gobierno es de una desfachatez demasiado
grande. Hemos tenido que asistir esta semana a declaraciones de Rajoy
anunciando que la crisis es cosa del pasado, o que la Ley de Seguridad Ciudadana
es para defender a los ciudadanos. ¿Realmente creen lo que dicen? Imagino que
para la realidad de los ministros la crisis nunca ha llegado o lo que los
amenaza no son los desahucios, sino los escraches.
En
general el vocabulario que usamos denota mucho más de lo que parece. No deja de
ser curioso que se presentara batalla contra el ébola y que la crisis fuera
tratada como una enfermedad. Que los bancos sufrieran estrés es ya
sorprendente, pero no se les manda hacer ejercicio, tomarse unas vacaciones o
una pastillita contra la tensión, se les inyecta dinero público. La enfermedad
es tratada como una guerra, a la que no importa dedicar todo el dinero
disponible, pero parece que el paro no lo es. De todas formas no importa, ya ha
pasado la crisis.
El
término populista es pura ironía. ¿Cómo se puede acusar de populista llamándose
Partido Popular? Tronchante si no fuera tan grave. En la reforma del código
penal se está pensando en eliminar el término “imputado”, para que no sea tan infamante.
Estamos tomando el pelo al personal.
El uso
de términos como violencia doméstica es preocupante. La violencia del hombre
sobre la mujer (física, psicológica, dominación económica, sexual…) es
violencia machista. Doméstico hace referencia al ámbito donde se realiza la
agresión. No entraría el acoso machista en un centro educativo, no es violencia
doméstica si hay un abuso en un puesto de trabajo, ni es una puñalada en plena
calle. Además, así se pueden equiparar los pocos casos de violencia de mujeres
sobre hombres. Todo es violencia doméstica. Pues no, es violencia machista la
que hay que erradicar con especial dedicación, como la violencia sobre minorías
por ejemplo. Aunque también haya que acabar con todo tipo de violencia.
Precisamente
otra reducción de este lenguaje de los políticos hace referencia a la dicotomía
“demócratas” vs. “violentos”. Los violentos son aquellos que amenazan la
democracia, entendiendo democracia como sus puestos. Los que protestan en las
calles, los que deciden hacer oír su voz con el grito porque no poseen medios
de comunicación, ni periódicos ni cadenas de televisión. En el caso de una
manifestación un miembro de las fuerzas del orden puede pedirte la
documentación, negarse puede costar muy caro. Lo contrario es imposible. Grabar
las brutalidades que algún policía pudiera realizar es una falta también grave,
porque supuestamente atenta contra la seguridad del Estado. La palabra del
policía tiene categoría de prueba, aunque de todas formas sería inútil la
resistencia, la ley de tasas hace impensable una reclamación judicial. Los
violentos son por definición los otros, y si un antidisturbios golpea con
fuerza a un periodista, a un anciano, a un joven, a cualquiera que pase por
allí, no es violento. Esto es orwelliano en toda regla.
Los que
estudiamos política sabemos, demasiado bien sabemos, que la definición weberiana
de Estado le atribuye el monopolio legítimo de la violencia. La clave está en
que su violencia es legítima, pero tristemente, es violencia. Violencia física,
estructural, de cualquier tipo. Por eso es fundamental reglamentarla.
Es
curioso que los neo-liberales estén tan atentos a la injerencia del Estado en
sus negocios y pasen al sector autoritario cuando se habla de la violencia. En
eso los republicanos del Tea Party norteamericanos son, al menos, coherentes.
Ellos empuñan su arma y no necesitan del Estado ni siquiera para defender sus
propiedades. Aquí se quejan de que el Estado es demasiado controlador, que da
demasiadas subvenciones a la cultura de los de la ceja, y permiten una
barbaridad como la Ley Mordaza.
Los
violentos es un término que nos sirve para englobar a los etarras, a los
manifestantes antisistema y a los ultras del fútbol que golpean y asesinan. Todos
ellos son los violentos de los que la policía nos defenderá. Curiosamente en
vísperas de la aprobación de la ley mordaza se airean agresiones relacionadas
con el fútbol, que casualmente viene a dar la razón a los postulados del
gobierno. Pero ¿quién controla a los policías? Nadie, los demócratas
consideramos que las fuerzas del orden son impecables. Y si alguien, no sé, un
teniente decide sacar a la luz sus trapos sucios, se le mete en el calabozo
todo el tiempo que sea necesario.
Con el
doblepensar se alteran los recuerdos, se mitifican ciertos aspectos de un
pasado que se reinventa continuamente a nuestro beneficio. La Transición es
nuestro mito fundacional, contado y reinventado para satisfacer las necesidades
de un gobierno falto de credibilidad y de legitimidad. Ellos argumentan que han
sido votados por los españoles, concretamente algo más del 44%, mientras que Venezuela
es una dictadura, aunque a su dirigente lo haya votado más del 50%. Está claro
que los votos son garantía democrática si los sacan unos y no si los sacan
otros.
La
principal arma del poder es la sumisión de los dominados y atacan por todos los
frentes, acallando las protestas, desfigurando el lenguaje, usando la
Constitución como arma arrojadiza, denigrando a los que discrepan. El uso que
el gobierno está haciendo del lenguaje es un ejemplo demasiado exacto del
fascismo que Orwell denunciaba (que, por cierto, estaba asociado al
estalinismo, mire usted qué cosas).
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