lunes, 8 de diciembre de 2014

Pedagogía de la humillación.



Tengo que reconocerlo, soy feo, gordo, no tengo gusto al vestirme. Canto en la ducha, como dirían Pata Negra, para que me partan la boca. Me gusta convivir con la gente, bailar, tirarme de un trampolín aunque tenga muchísimo vértigo, me encanta comprar ropa y también soy un poco cocinillas. Mi casa es un desastre, me administro mal y el desorden hace innecesario pintar unas paredes que no se ven. Por cierto, al techo no le vendría nada mal otra capa de pintura, y al jardín un poco de cuidado y atención… De acuerdo, en la lista hay algunas cosas que no se corresponden a mi realidad, pero en líneas generales soy candidato a entrar en prácticamente todos los realities de la televisión.
Como sociólogo… ¡Cuántas veces se han escuchado coartadas como esta para justificar aberraciones televisivas! Que si un experimento sociológico, que si la vida en directo, que si real como la vida misma.
Tengo que decir que admiro a esos guionistas. Tradicionalmente podíamos distinguir aquellos programas cuyo guion (me resisto a eliminar el acento a esta palabra) estaba escrito de antemano y los reporteros salían a ilustrar esa historia. Además estaban aquellas que venían a la tele. Gente que contaba su vida y la labor del entrevistador/presentador/anfitrión consistía en propiciar el ambiente y la oportunidad para contar su testimonio. Lo realmente meritorio de estos realities es cómo llegan a desarrollar una novela con materiales tan pobres. Tienen que inventarse, a veces sobre la marcha, conflictos para dar un argumento a los programas, luchas y desencuentros que ilustrar con destreza y claridad. Si queremos mostrar el enfrentamiento entre dos integrantes de La Casa, basta con escoger unas imágenes tomadas por la mañana en la que se cruzan sin hablarse. Luego llega una discusión intrascendente en la comida y para cerrar y dejar clara la guerra, unos comentarios maliciosos en la piscina. Et voilá!
No me extraña que luego todos los que salen dicen a la estrafalaria presentadora que ellos no son así. Y ella les espeta que están las imágenes, que no mienten. El argumento, el guion está en la selección. Y no siempre es tan fácil.
Contar la historia de un traje de boda, de un desorden en la casa, de una canción que se resiste a un intérprete requiere altas dosis de imaginación para evitar la repetición. Echaremos mano de recuerdos traumáticos, de madres o de abuelas fallecidas, de violaciones o drogadicción. Así damos un toque humano y una pátina de psicología de urgencia.
No sé qué opinarán precisamente los psicólogos de la aparición en estos programas de unos curiosos personajes que reciben el nombre de jurado. Supuestamente son expertos, pero se da el caso de jurados de baile que no saben bailar, de jurados para cantantes de éxito que nunca han tenido uno, o ni siquiera se dedican a la rama del saber o la técnica. No faltan siniestros, canallas de verbo fácil que se dedican a humillar a los participantes. Bajo la consigna de la sinceridad, descargan una acidez digna de la corrosión de metales más potentes. Son los Ristos, los Chicotes, y demás.
No hablo sólo del pobre ejemplo que ofrecen, porque el médico me ha prohibido verlos, no tanto el digestivo por la hernia de hiato y la úlcera, sino el urólogo por la obstrucción testicular.
Curioso método de enseñanza que comienza con la burla, el insulto, la blasfemia, la humillación. Curioso también que se convierten en los más celebrados, vitoreados por el público, aclamados por la audiencia.
Estos personajillos me recuerdan a la Edad Media y el Santo Oficio. La Inquisición trataba con ahínco de encontrar las faltas más ocultas para sacarlas a la luz y condenaba públicamente a los infelices pecadores. Les colocaba un hábito llamado sambenito en el que se escribían las ofensas al Santísimo y a la Santa Madre Iglesia y de aquella guisa tenían que vivir durante una larga temporada para luego acabar colgados en las paredes de las iglesias. Lo hacían por la salvación de las almas, aunque pereciera el cuerpo en el intento.
En la actualidad nos sumamos a la labor de despelleje a través de twitter, donde se van repitiendo los sambenitos con una eficacia ejemplar. Humillar a los demás es divertido, la crítica mordaz se va convirtiendo en una consigna, pero encima hay que estar agradecidos por los sabios consejos que ofrecen para que seamos mejores chefs, saquemos más partido a nuestro maltrecho rostro o enfoquemos nuestra vida correctamente. Nos lo dice un experto, lo hace con condescendencia, y también es por nuestro bien. Amor duro.
En estos tiempos inciertos no sabemos cuál es la mejor manera de educar. Por un lado tenemos en los centros educativos la pedagogía de tratar a los niños como objetos frágiles, cuyos ejercicios escritos no se pueden ni siquiera corregir en rojo (hay que utilizar el verde, que es menos agresivo), donde cualquier atisbo de autoridad es mirado con recelo como si del mismo Hitler se tratara. Se desarman las medidas reglamentarias, se trata al alumno como cliente y éstos siempre tienen la razón.
Escuchas que si criticas un trabajo, una actitud, o lo que sea de un alumno estás desmotivándolo. Esto está mal, este examen está por debajo de tus posibilidades, ese trabajo lo vas a repetir, se convierten en frases tabú que acabaremos pronunciándolas en el secreto de una clase, confiando que nadie las grabe en con un dispositivo electrónico.
Los padres, sí, esos mismos padres que se regocijaban con Risto Mejide, que vitorean los insultos de Chicote, que aplauden las barbaridades de cualquier jurado en la Báscula, esos son los que se presentan en los centros educativos como defensores de la Virtud, cual caballeros andantes. La única manera que conocen de ser padres es defender a sus hijos, a capa y espada, por encima de todo, de la verdad o de la necesidad. Majestad, ante todo soy madre.
Y no, no es la Logse, ni la Lomce ni zarandajas de ley. Las leyes se han sacado adelante para contentar a una población que demanda evitar que “maltraten” a sus hijos en la escuela. Y tampoco estoy hablando de los salvajes que amenazan o agreden a los docentes, me refiero a la pedagogía subterránea que está en el imaginario de un país.
En mi humilde opinión creo que debe de haber un término medio, tiene que existir un camino en el que los educadores sean educados y los educados, también. En el que el respeto sea esencial. No creo que se trate de tratar bien al alumno para motivarlo, ni creo que la motivación se consiga siempre mediante el halago. A veces es imprescindible la crítica. No se trata de dar palos, ni de hacer la pelota al alumno. A veces es necesario hacer las cosas porque sí. Y si no, recuerden al señor Miyagi en Karate Kid: dar cera, pulir cera.

2 comentarios:

  1. Genial artículo, Javier, ¡enhorabuena! Creo que has reflejado muy bien uno de los problemas con el que, creo, nos encontramos los docentes hoy en día. El alumno es un cliente al que hay que contentarle, motivarle pero sin molestarle. El reto y la crítica, en lugar de hacer que éste mejore, puede hacer que se desmotive y por tanto ya no está tan bien visto.
    A veces pienso que la educación está evolucionando desde hace muchos años al igual que el sector de los videojuegos. Me explico. Antes, con muchos menos medios, los videojuegos lograban suponer un reto muy grande al jugador, con una dificultad muy alta. Hoy en día, los videojuegos tienden a ser cada vez más espectaculares, a lucir mucho más bonito con unos grandes recursos, pero en detrimento han dejado de ser un gran reto para los jugadores clásicos, pues la dificultad se ha adaptado al gran público.
    ¿Hay aquí un símil con la educación? A veces pienso que sí, aunque tú de esto sabrás más que yo. No dejo de oír a mis compañeros más veteranos que "antes los alumnos estudiaban mucho más con la mitad de los recursos de los que se tiene ahora". No sé si esta reflexión está en relación con la tuya, pero al menos tu lectura me la ha suscitado.
    Un placer leerte. ¡Abrazos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Mars Ultor. Es que se encuentra uno con gente que te pregunta, no con ánimo de saber, sino más como Inquisidor, por qué su hijo no saca un sobresaliente. Los subtítulos dicen, que eres un desalmado que no recompensas las largas horas que mi churumbel está en el cuarto y la angustia que tengo yo vigilándolo. Y luego tenemos que triunfan tipejos haciendo justo lo contrario que queremos. Es un sinvivir

      Eliminar