Tengo
que reconocerlo, soy feo, gordo, no tengo gusto al vestirme. Canto en la ducha,
como dirían Pata Negra, para que me partan la boca. Me gusta convivir con la
gente, bailar, tirarme de un trampolín aunque tenga muchísimo vértigo, me
encanta comprar ropa y también soy un poco cocinillas. Mi casa es un desastre,
me administro mal y el desorden hace innecesario pintar unas paredes que no se
ven. Por cierto, al techo no le vendría nada mal otra capa de pintura, y al
jardín un poco de cuidado y atención… De acuerdo, en la lista hay algunas cosas
que no se corresponden a mi realidad, pero en líneas generales soy candidato a
entrar en prácticamente todos los realities
de la televisión.
Como
sociólogo… ¡Cuántas veces se han escuchado coartadas como esta para justificar
aberraciones televisivas! Que si un experimento sociológico, que si la vida en
directo, que si real como la vida misma.
Tengo
que decir que admiro a esos guionistas. Tradicionalmente podíamos distinguir
aquellos programas cuyo guion (me resisto a eliminar el acento a esta palabra)
estaba escrito de antemano y los reporteros salían a ilustrar esa historia.
Además estaban aquellas que venían a la tele. Gente que contaba su vida y la
labor del entrevistador/presentador/anfitrión consistía en propiciar el
ambiente y la oportunidad para contar su testimonio. Lo realmente meritorio de
estos realities es cómo llegan a
desarrollar una novela con materiales tan pobres. Tienen que inventarse, a
veces sobre la marcha, conflictos para dar un argumento a los programas, luchas
y desencuentros que ilustrar con destreza y claridad. Si queremos mostrar el
enfrentamiento entre dos integrantes de La Casa, basta con escoger unas
imágenes tomadas por la mañana en la que se cruzan sin hablarse. Luego llega
una discusión intrascendente en la comida y para cerrar y dejar clara la
guerra, unos comentarios maliciosos en la piscina. Et voilá!
No me
extraña que luego todos los que salen dicen a la estrafalaria presentadora que
ellos no son así. Y ella les espeta que están las imágenes, que no mienten. El
argumento, el guion está en la selección. Y no siempre es tan fácil.
Contar
la historia de un traje de boda, de un desorden en la casa, de una canción que
se resiste a un intérprete requiere altas dosis de imaginación para evitar la
repetición. Echaremos mano de recuerdos traumáticos, de madres o de abuelas
fallecidas, de violaciones o drogadicción. Así damos un toque humano y una
pátina de psicología de urgencia.
No sé
qué opinarán precisamente los psicólogos de la aparición en estos programas de
unos curiosos personajes que reciben el nombre de jurado. Supuestamente son
expertos, pero se da el caso de jurados de baile que no saben bailar, de
jurados para cantantes de éxito que nunca han tenido uno, o ni siquiera se
dedican a la rama del saber o la técnica. No faltan siniestros, canallas de
verbo fácil que se dedican a humillar a los participantes. Bajo la consigna de
la sinceridad, descargan una acidez digna de la corrosión de metales más
potentes. Son los Ristos, los Chicotes, y demás.
No
hablo sólo del pobre ejemplo que ofrecen, porque el médico me ha prohibido
verlos, no tanto el digestivo por la hernia de hiato y la úlcera, sino el urólogo
por la obstrucción testicular.
Curioso
método de enseñanza que comienza con la burla, el insulto, la blasfemia, la
humillación. Curioso también que se convierten en los más celebrados,
vitoreados por el público, aclamados por la audiencia.
Estos
personajillos me recuerdan a la Edad Media y el Santo Oficio. La Inquisición trataba
con ahínco de encontrar las faltas más ocultas para sacarlas a la luz y
condenaba públicamente a los infelices pecadores. Les colocaba un hábito
llamado sambenito en el que se escribían las ofensas al Santísimo y a la Santa
Madre Iglesia y de aquella guisa tenían que vivir durante una larga temporada
para luego acabar colgados en las paredes de las iglesias. Lo hacían por la
salvación de las almas, aunque pereciera el cuerpo en el intento.
En la
actualidad nos sumamos a la labor de despelleje a través de twitter, donde se van repitiendo los
sambenitos con una eficacia ejemplar. Humillar a los demás es divertido, la
crítica mordaz se va convirtiendo en una consigna, pero encima hay que estar
agradecidos por los sabios consejos que ofrecen para que seamos mejores chefs,
saquemos más partido a nuestro maltrecho rostro o enfoquemos nuestra vida
correctamente. Nos lo dice un experto, lo hace con condescendencia, y también es
por nuestro bien. Amor duro.
En
estos tiempos inciertos no sabemos cuál es la mejor manera de educar. Por un
lado tenemos en los centros educativos la pedagogía de tratar a los niños como
objetos frágiles, cuyos ejercicios escritos no se pueden ni siquiera corregir
en rojo (hay que utilizar el verde, que es menos agresivo), donde cualquier
atisbo de autoridad es mirado con recelo como si del mismo Hitler se tratara.
Se desarman las medidas reglamentarias, se trata al alumno como cliente y éstos
siempre tienen la razón.
Escuchas
que si criticas un trabajo, una actitud, o lo que sea de un alumno estás desmotivándolo.
Esto está mal, este examen está por debajo de tus posibilidades, ese trabajo lo
vas a repetir, se convierten en frases tabú que acabaremos pronunciándolas en
el secreto de una clase, confiando que nadie las grabe en con un dispositivo
electrónico.
Los
padres, sí, esos mismos padres que se regocijaban con Risto Mejide, que
vitorean los insultos de Chicote, que aplauden las barbaridades de cualquier
jurado en la Báscula, esos son los que se presentan en los centros educativos
como defensores de la Virtud, cual caballeros andantes. La única manera que
conocen de ser padres es defender a sus hijos, a capa y espada, por encima de
todo, de la verdad o de la necesidad. Majestad, ante todo soy madre.
Y no,
no es la Logse, ni la Lomce ni zarandajas de ley. Las leyes se han sacado
adelante para contentar a una población que demanda evitar que “maltraten” a
sus hijos en la escuela. Y tampoco estoy hablando de los salvajes que amenazan
o agreden a los docentes, me refiero a la pedagogía subterránea que está en el
imaginario de un país.
En mi
humilde opinión creo que debe de haber un término medio, tiene que existir un
camino en el que los educadores sean educados y los educados, también. En el
que el respeto sea esencial. No creo que se trate de tratar bien al alumno para
motivarlo, ni creo que la motivación se consiga siempre mediante el halago. A
veces es imprescindible la crítica. No se trata de dar palos, ni de hacer la
pelota al alumno. A veces es necesario hacer las cosas porque sí. Y si no,
recuerden al señor Miyagi en Karate Kid:
dar cera, pulir cera.
Genial artículo, Javier, ¡enhorabuena! Creo que has reflejado muy bien uno de los problemas con el que, creo, nos encontramos los docentes hoy en día. El alumno es un cliente al que hay que contentarle, motivarle pero sin molestarle. El reto y la crítica, en lugar de hacer que éste mejore, puede hacer que se desmotive y por tanto ya no está tan bien visto.
ResponderEliminarA veces pienso que la educación está evolucionando desde hace muchos años al igual que el sector de los videojuegos. Me explico. Antes, con muchos menos medios, los videojuegos lograban suponer un reto muy grande al jugador, con una dificultad muy alta. Hoy en día, los videojuegos tienden a ser cada vez más espectaculares, a lucir mucho más bonito con unos grandes recursos, pero en detrimento han dejado de ser un gran reto para los jugadores clásicos, pues la dificultad se ha adaptado al gran público.
¿Hay aquí un símil con la educación? A veces pienso que sí, aunque tú de esto sabrás más que yo. No dejo de oír a mis compañeros más veteranos que "antes los alumnos estudiaban mucho más con la mitad de los recursos de los que se tiene ahora". No sé si esta reflexión está en relación con la tuya, pero al menos tu lectura me la ha suscitado.
Un placer leerte. ¡Abrazos!
Gracias, Mars Ultor. Es que se encuentra uno con gente que te pregunta, no con ánimo de saber, sino más como Inquisidor, por qué su hijo no saca un sobresaliente. Los subtítulos dicen, que eres un desalmado que no recompensas las largas horas que mi churumbel está en el cuarto y la angustia que tengo yo vigilándolo. Y luego tenemos que triunfan tipejos haciendo justo lo contrario que queremos. Es un sinvivir
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