María Ángeles Robles es una
periodista gaditana, muy relacionada con la edición y colaboradora habitual de
publicaciones culturales entre las que destacamos CaoCultura. También ha ejercido una importante labor como
responsable de comunicación de varias instituciones.
Una senda en la penumbra es un libro original por su planteamiento.
Se trata de acercarse al mundo del Japón y su cultura de manera indirecta. No
es un viaje al Japón turístico, no se trata de una guía al uso, no
encontraremos aquí ni retazos de la Historia, ni de la Geografía, ni Shibuya,
ni los monumentos, ni el anime ni otakus. Lo que María Ángeles Robles
encuentra fascinante es la imagen del Japón a través de los libros y del cine.
Ésa es la senda en la penumbra, que ya había iniciado en su blog, El Japón de los libros. Es, desde luego, un Japón imaginado,
como El Sur de Erice. Lejano y
propio, exótico y a la vez íntimo.
Aquí la autora nos invita a no
quedarnos con la primera impresión, a ir más allá del exotismo, y a compartir
su fascinación por una manera de sentir las cosas, de descubrirlas. Podríamos
decir que la autora nos enseña es a mirar
en japonés.
“El negro de los pinos cuando el
sol se está ocultando.
Pensar en la nieve que está a
punto de caer en mi pueblo.
Imaginar los pinceles de un amigo preparados para pintar
esa nieve cuando por fin caiga” (A modo
de Sei Shônagon (III) Cosas que me gustan)
El inicio del interés de María
Ángeles Robles por el Japón viene del escritor Lafcadio Hearn: “Subo al Fuji de
la mano de Lafcadio Hearn mientras viajo en tren después de un largo fin de
semana de excesos” (Fuji-No-Yama). A
partir de él empieza a familiarizarse con la literatura, y la visión de los
japoneses. Es, desde luego, una visión personal del Japón, asumiendo el riesgo
de descubrir el país sin visitarlo, como visitamos la antigua Roma o la Edad
Media, a través de las obras artísticas que nos han legado, asomándonos a su
mentalidad.
Una senda en la penumbra también funciona como un “dietario
emocional”, las emociones que suscitan en la autora el acercamiento a la
cultura japonesa. Es un catálogo personal, según las referencias a libros y películas,
a detalles, a escenas. Las anotaciones cobran sentido a pesar de no hacer
apenas mención expresa a los referentes de los que surge. Las emociones y las
reflexiones parten de unas páginas de esos autores, y nosotros las sentimos sin
que dé a conocer los fragmentos. No se cita a Mishima, o a Murakami para hacer
gala de erudición. Todo ello está recogido en un apéndice, donde descubrimos
los puntos de partida Sôseki, Yukio Mishima, Miyamoto Musashi, Tanizaki,
Murakami, Kawabata, Kurosawa…
Son textos breves. Hay haikus,
formales y espirituales, están más allá del recuento de sílabas, el espíritu
del haiku, el Tao, una manera de mirar la naturaleza y el paso del tiempo. Es
la filosofía que se encarna en los objetos. Está dividido en estaciones, quizás
como el ritmo natural de las cosechas, pero sobre todo por el ritmo circular
del tiempo, como parte de la filosofía tradicional japonesa.
El lenguaje poético de Mª Ángeles
Robles está muy depurado, su prosa es sencilla en apariencia. En su poesía es
tan importante el pincel como el encuadre, la selección, la mirada como la
elección cuidada y precisa de las palabras. Con la cualidad oriental de
elección de motivos, maneja con destreza el ritmo de la frase, la puntuación,
la frase simple como una pincelada corta alternando con oraciones más complejas
como un río que fluye reposado. También aquí la forma es el fondo.
“Esperemos entonces a que se derrita la nieve, a que el
sol del otoño que se cuela por el hueco del patio caliente despacio esta
blancura que todo lo contiene. ¿No escuchas como yo el crujir de la escarcha?
¿No adivinas ya a través de esas grietas el agua que fluye, los verdes del
campo, el gris de la sierra? Es este silencio que todo lo contiene el bullir de
la vida, y tu mano maestra la huella delicada de la emoción sincera” (Nieve de otoño)
Creo que lo más interesante de la
rara apuesta de María Ángeles Robles es cómo llegar a lo íntimo a través de lo
exótico. Si Quevedo avisaba que Roma ya no se encuentra en Roma (Buscas en
Roma a Roma, ¡oh peregrino!), la autora se encuentra a sí misma en la
imagen del Japón. En una compleja y a la vez simple investigación, compleja y
simple como es el zen. Pero lo que consigue, además de fascinarnos a los
lectores con ese corazón del país del sol naciente, es bucear en nuestro
interior con su mirada. No miramos al país, miramos a nosotros mismos a través
de los ojos del corazón del Japón.
“Encontrar en cada uno un trocito de mí. Jugar a predecir
qué va a ocurrir luego, y que ocurra, igual que siempre, siempre diferente. Y
es el frío del fuego del hogar que nos congrega. Y todos vamos saliendo,
recortados de la niebla de los otros, para tomar cuerpo definido con los
colores estridentes de la vida que ninguno vemos ya ante el espejo” (Brocado)
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