La incombustible
María Luisa Domínguez Borrallo nos presenta ahora un denso volumen envuelto en
una sugerente fotografía noir. La
muerte como metáfora es punto central sobre el que se articula el poemario que
consigue con habilidad sortear la monotonía temática. En la primera parte, Las veces que no me enterraron,
predomina el coraje de enfrentarse a la vida, en especial al desamor. Una
suerte de autoestima frente al espejo (“He
descubierto un pequeño / rayo de luna en mi pelo”, Mi único rayo de luna) para el empeño en seguir viviendo cuando la
ausencia es la muerte: “Los días comienzan / recordándote. / Avanzan matando /
tus recuerdos” (Sin pagar a la justicia).
No necesariamente es la muerte real, puede ser la ausencia o el fin del amor,
como no necesariamente el relato es autobiográfico y no necesariamente el amor
de pareja, también se añoran los seres queridos: La pérdida, El rito, Un hombre bueno. Poemas Tavira se salen de el leitmotiv.
Una romántica afición hacia la
muerte (“La vida me embauca / en una
emboscada de la que salgo bailando / Los muertos siempre supimos danzar”, La
trampa) permite el despliegue cromático de sutiles matices (“Mecimos el amor
hasta dormirlo / ¡Dime “amor mío” que duerme! / ¡Que despertará, que no es
cadáver!”, La herencia de dos herejes)
y de desgarradores lamentos (“Si me matas, déjame morir contigo”, Si me matas). La fascinación continúa
durante todo el poemario: “Los hijos no nacidos, / esperan ser engendrados, /
están esperando nacer” (Los hijos no
nacidos); “La muerte no ha de encontrarse / en Venecia / Tropecé con tus
ojos / sin hacer ningún viaje” (El
crédulo); “Dejadme morir en paz” (En
paz).
“La vida es acomodarse / en
endecasílabos, / dormir y despertar / siendo poema” escribe en Ser poema para mostrar la aspiración a
perpetuar este torbellino romántico: “Hay fuegos que echan raíces, / que se
enquistan” (Adicción). El miedo al
castigo eterno no es algo que atemorice a María Luisa Domínguez Borrallo: “No
suelo lavar mis culpas, / en mis uñas se
quedaron / las pruebas del crimen. / Asesiné aquella historia / y me deshice
del luto /…/ Acércate si quieres ver cómo muero” (Acércate), lo que la acerca a Eva Vaz (“Pasen y vean, / al módico
precio de diez euros, / a la mujer rota estirándose, / se hace pequeña dentro
de una caja minúscula” Pasen y vean)
a la que hace un homenaje (“Vuelve a transmitirme / el virus del hambre, / ese
que contamina la sangre / sin crear anticuerpos”, Eva Vaz). Los combates en el amor se imbuyen de este ambiente
“Permitirte la victoria, / sin que sospeches que eres / mi –terreno–
conquistado”
“Ella odiaba los
candados,
la codicia del
tiempo en una jaula
y las propinas de
las buenas noches.
Se le daba bien
abrir las venas
de la tormenta y
curar con lagrimas
la brevedad de los
rayos en la carne.
Derivaba las cenizas
hacia un nuevo incendio,
odiaba a los mansos,
a los puros y
a los cobardes que
miraban
la bastilla de
su falda sin descubrir su mirada” (A los
ciegos)
A
ti, que sigues caminando entre los vivos. Esta
parte tiene más el aspecto y el tono de novela negra, como la fotografía de la
portada: He muerto, El asesino, El pico y la pala (“Y esta vez estoy curada, no seré yo la difunta.
/ Soy quien trae el pico y la pala”). El amor como una película noir. Quizás lo más original del lote,
con un punto canalla, ocupando el papel de Bogart y Bacall alternativamente: “Conozco
la arqueología / de mi nombre en tu garganta, / y el pinzamiento de tu espalda
/ en mi recuerdo” (El paredón); “Buscan
la luz perfecta, / el perfecto lugar donde / morir sin un entierro. / Era el
centro de un círculo donde no huele a muerto. / Donde no hay brazos a los que /
aferrarse para poder morir” (Cálculo).
Amor y rencor, el final de la escapada, “Los poemas apresados siempre / tienen
el rostro de Dorian Gray” (El aroma de mi
tiempo).
Jugando con el vocabulario
administrativo y de gestión (Pasemos al
siguiente asunto) consigue el efecto
de extrañeza que da color al ambiente de cine negro. Variedad en los matices,
decimos, con resonancias a Rosario Troncoso (Wendy) y más líricos Besos
sin lugar, A tu boca, El cóctel. Efectivo el Por falta de pruebas: “Que tu cuerpo me
busque / entre sábanas marchistas. / Que recuerdes el liguero / que travieso se
dejaba entrever /…/ Y que el psiquiatra que te atiende / de diga que no estás
loco. / Que solo te enamoraste de mí / y que te estás resistiendo”.
“Tócame
ahí,
donde
tú sabes,
donde
las bolitas de alcanfor
conservan
la herida.
Tócame
donde duele
bésame
la cicatriz
que
no creaste y que borras
/
… /
Tócame
como si fuera tu primer tacto” (Donde
quiero que me toques)
Un poema dedicado a los poetas
de la sierra permite pasar a reflexionar sobre el lenguaje y la poesía: “La
palabra impresa / perdurando y malmetiendo” (La palabra); “El verbo muere en esta mentira que reina, / en esta
realidad alimentada de carnaza propia / y de girones ajenos. / El verbo agoniza
en este silencio / respirando la tragedia” (Sentencia).
En la sección, Muertes plurales, volvemos al noir: “El poeta es el ojo que todo lo
ve, / la bomba de relojería / que puede estallar en cualquier momento” (Nada es lo que parece). Y sigue jugando
a usar jergas distintas (Carbono 14),
administrativas, cotidianas, (“La soledad está bordada / de silencios, pequeños
pespuntes / en una colcha, que no cabe / el perímetro de esta cama”, Sin impunidad); “Es cierto que la única
certeza es saber / que tenemos los días contados” (Sin entierro). Lo mejor, utilizar las frases lapidarias de este
tipo de cine: “No hay sábados en el infierno / Los lunes no existían en el
paraíso”, que se completarán con la colección de aforismos de la última parte, Tiros al aire:
“¿Dónde
hallaré a mi asesino / si he dejado de ser víctima?”
“¿Quién
iba a pensarlo? / Yo, Irma la Dulce / he aprendido a disparar”
“No
hay muerte más dolorosa / que la que te deja vivo”
“No
perturbes el sueño de los vivos / cualquiera de ellos podría estar muerto”
“Deconstruir,
simplificar, / quedarnos con el TÚ y con el YO, / todo lo demás sobra en este
poema”
María Luisa
Domínguez Borrallo hace gala de un lirismo de detalles intensos (“Esa sensación
de estar perdidos / en la certeza de habernos hallado”, Hallarse); y de la constatación de la futilidad de la vida y la
muerte “Los fantasmas no existen, nosotros los creamos, / les proporcionamos
las cadenas, los gemidos / y los mensajes escritos” (Los fantasmas).
“Las ciudades se
levantan
con respuestas que
no nos importan
a preguntas que no
han sido nuestras.
Todo se discierne y
diluye
en la ignorancia de
las paredes desnudas.
Todas las erratas
del poema
buscan un verso
impoluto
en los pulmones, de
la calamidad existencial
de unos pasos que
susurran secretos al viento.
El suicidio de la
escarcha en las aceras
reafirma que
estamos en tránsito permanente” (De paso)
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