“Lo que quise fue huirme”
El vuelo
Rosario Pérez
Cabaña es una poeta y profesora universitaria sevillana. Este supone su cuarto
libro de poemas tras Mientras tú cantas
(2007, Dum Spiro), Mi padre nació en
Praga (Ediciones en Huida, 2014), Quirón
y los otros nombres (Ediciones en Huida, 2016) y Pavana en la roca (2017). Un volumen estructurado con voluntad
eminentemente narrativa, como muestran los títulos de cada una de las secciones
y se avanza en el subtítulo: Fabulaciones,
Ficciones y otras verdades). Consigue Rosario Pérez Cabaña un tono clásico, solemne, al que ayuda
comenzar con un latinismo: In veritas veritatis.
También anuncia que se trata de una reflexión sobre las relaciones entre el
relato/la poesía y la verdad, de cómo la ficción es una forma, según sabemos,
de contar una verdad. Entronca, por supuesto, con las enseñanzas de Juan Carlos
Rodríguez y toda la poesía de la experiencia, que definen la poesía como un
artilugio literario: “Todo lo demás / –la placidez, la lluvia, las visiones, /
el insomnio, la espera, los gemidos, / el crepitar del fuego, los caminos, / el
temblor de las manos en el vientre– / también es invento” (El jardín de las delicias).
Rosario Pérez Cabaña hace camino
al andar y se propone mediante una notable colección de poemas encontrar una
verdad en la verdad que la poesía transmite, más allá de las posibles
narraciones que los versos escondan. En las palabras tan citadas del adagio de
Pessoa, el poeta es un fingidor.
“A
aquellos que aún no han creído mis mentiras:
acercaos
a mis pechos, tomadlos con las manos,
bebed
el vino que os brindan,
palpad
cada una de las venas proclamadas en la mancha de la tinta,
deteneos sutilmente en las huellas de los dedos” [In veritas veritatis (Adiestramiento para la
ficción del verso)].
El estilo recuerda, por otro lado, al primer Felipe Benítez Reyes
con la influencia, por supuesto de Borges, como también recuerda los sabores del
cultismo de algunos novísimos: “… poco importa / si la verdad o el engaño me
reviven o me acaban” (Yo en el fondo).
La cualidad narrativa de este volumen se muestra como una declaración de
intenciones (“En este preciso instante, me dispongo a relatarme” (El verbo incoativo); y a la vez el
carácter de testimonio (“Testifico a mi favor y me declaro culpable” (El verbo incoativo) por el carácter
fundamental de la memoria en la identidad propia: “Recuerdo lo que estaba por
llegar: la herida en la memoria, / la memoria en la herida, ¡otra vez!” (Artificio).
La experiencia vital (“Alguna
vez entendí algo. Lo perdí todo”, Antes
de la memoria) está muy presente, aunque podamos dudar de la veraz
autobiografía que los versos traslucen, como la figura de la maternidad,
especialmente el amamantar. Alternando el verso y prosa prueba la mezcla de
géneros cuando sitúa a personajes en paisaje: Carta hallada en el fango, Una
cabaña en Vietnam, Zahorí, El rapto en la isla de Djerba… También
se detectan influencias diversas, desde Darío (Los
lugares) a Jaime Gil de Biedma: “En este preciso instante, una verdad se
impone: / sin que sus muslos hayan conocido la gloria de la profanación y el
descuido” (Joven en el muro); o Luis
García Montero: “Pero no sufras a mi lado, amor, conmigo. / Esta memoria no
está sellada al beso que te brindo y que te inventa”, El regreso). Salinas tras “Lo que veo me recuerda lo que invento. /
O al revés. / No sé” (La memoria, esa
lúcida ceguera). Si la segunda parte se titula, Ficciones, ¿cómo no recordar a Borges?
El relato inventa la realidad,
la memoria inventa la realidad: “Me gusta así, desde el revés del verso /
sentarme a ver / los ojos, las esperas, los caminos / las dudas, los
encuentros, las mudanzas, / la turbia sed, el ansia, los destinos, / la
trashumancia, dios, la trashumancia” (El
vuelo de otros hombres). Las enseñanzas de Juan Carlos Rodríguez están muy
presentes en todo el volumen: “Si de verdad yo me contara” (Si de verdad); “Invéntame en la urgencia / y en cada una de
las dudas /… / Ahora invéntame. Hazme ristra de ficciones y teje con ellas una
alfombra. Para tus pies. Te recibiré antes de arder, / a punto de leerte en las
cenizas. / Será fácil, ya verás, dame un nombre / y escríbeme” (Alumbramiento). Que sea una ficción no
significa que pierda su cualidad comunicativa, conversar con el otro que el
poema ansía” (Ensayo de poética 1); o
con uno mismo: “Me pregunto si habrán de dolerme mis poemas” (Tiempo al tiempo); “Llamarte es un tenaz
empeño por desnombrar mi lengua” (Evocación
(Brevísima ofrenda necesaria)).
Otras verdades, comienza con una cita de la hermosísima Ordet: “¿Por qué no hay entre los
creyentes alguno que crea?” y se adentra en la incredulidad de los actos del
amor, de los recuerdos. El libro es una reflexión sobre los mecanismos de la
ficción que usamos para contarnos a nosotros mismos quiénes fuimos, quienes
somos, construir nuestra memoria particular y compartida. En abstracto y con el
trasfondo carnalísimo de una relación. En esa relación, el yo poético se brinda
como ofrenda, en cuerpo y palabra. Versos rotundos con la precisión musical de
un relojero extasiado plenos de sensual en todos los sentidos:“(Alguna vez te
llamé tierra, tal vez no lo recuerdo. / Alguna vez no supe más cómo llamarte,
si humo o polvo o sombra o)”; “A la tarde seré yo quien te ofrezca, de nuevo,
mis ojos cerrados / y el canto de las olas” (Tórtolas en el mar de oriente); “Es fácil que esta ceguera se deba / a la luz
que arroja un cuerpo en otro cuerpo / Pongamos // tu cuerpo sobre mi cuerpo” (Vislumbre y cuerpos).
“Tu
soñabas un labio con el perfil exacto de mi boca.
/…
/
Pero el labio se hizo verbo
y el verbo se hizo carne.
Y
hubo virtud
y milagro
y
un silencio
de
largo y rotundo eco
que
borró las dudas y las brumas
de toda palabra” (Labios)
Y los límites del lenguaje para
apresar la realidad: “Deja que sea tu memoria quien me invente, / tu memoria y
las venas siempre en existencia” (Dictado);
“Dentro de poco no tendré donde guardar tantas mentiras” (Donde). El poema se debate entre dos planos, la dificultad de la
palabra, la memoria, la ficción y la sensualidad de los cuerpos que se conocen,
reconocen y olvidan: “Asisto al amor: la gran obra, la más tremenda revelación”
(Presente). El amor muerde en profundidad, la carne y el alma en estos versos: “No
podemos evitar entonces atacarnos con amor / Descarnarnos las almas” (Juegos cotidianos); “No hay más de lo
que fuiste en mis esperas” (Noche de
difuntos). Para luego continuar con poemas más contemplativos Lo triste, La aldea del agua, Lo verde.
“¿Y si también el poema fuese invento?
¿Y
si no hubo nunca nadie en estos muros?
Dudo
y descreo y me aparto del asunto
y resuelvo:
de todas las mentiras del mundo,
me quedo, finalmente, con la risa y el llanto”
(Dudosa existencia de las cosas y los
hombres)
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