domingo, 5 de diciembre de 2021

Reseña de ‘Donde está el fuego” Cuadernos de Humo. Treinta y dos. Brooklyn.

 

Con algo de retraso y teniendo la siguiente entrega casi en el horno, es interesante volver al número 32 de los Cuadernos de Humo que Hilario barrero elabora gentilmente desde Brooklyn. Este pertenece a la serie Donde está el fuego, que recoge los números no monográficos, y se presenta con un dibujo de la portada de Susana Benet.

Comienza José Luis García Martín arremetiendo contra los críticos de la “parapoesía” de Twitter o YouTube. Con el tono provocador que le caracteriza insiste en no confundir el continente con el contenido y recuerda que muchos versos memorables pertenecen a la tradición oral y a modestísimos soportes nada académicos. Sirva esta reflexión al hilo de una reciente polémica que el ínclito pianista James Rodhes, el más español de los anglosajones, abrió a cuenta de no comprender el interés por el reguetón y sostener a ultranza que a Beethoven se le seguirá escuchando varios siglos después. Olvida, por supuesto, la ingente cantidad de música tradicional, de baladas y de romances que llevan más de mil años moviendo los cuerpos y emocionando las almas de gentes de toda condición. Perdonen la salida de tema.

A continuación del artículo de García Martín aparece unos poemas con su correspondiente traducción de George Meredith (“Por esto supo él que ella lloraba con los ojos abiertos”. El grueso del volumen son poemas de un elenco de autores y autoras de muy diferente condición y sensibilidad estética que aportan variedad sin perder ápice de interés. Inmaculada Moreno (“Morder la hogaza / tener en la boca / solo palabras); Susana Benet (“Que la fuerza que fluye desde el suelo / se eleve hasta la flor que se insinúa / mermada sobre el tallo. / Breve llama a la luz / turbia de la mañana”), Javier Salvago con unos sonetillos (“Que cante, / que cuente, / la Herida”); Julia Bellido (“Y quedaba el dolor / como un hilo de miel en las paredes”); Bárbara Grande (“acaricia con ternura el cazador / –el esfuerzo se cobra en carne viva–, / la presa viene entre sus fauces / y él la mece, la acuna / y se duerme”); Victoria León (“Qué mágico silencio el que derrama / sobre la noche atroz de nuestro mundo”); Maye Gaba (“Con la boca cosida / de palabras vacías / los ojos turbios / de inválidos reproches”); Alfredo Buxán (“Entonces sí, con los ojos de un niño, / ve tras ella como si fuera un juego”); Santos Domínguez (“Como habita el aire los ecos de un recuerdo, / lo que no vuelve nunca, lo que flota en el sueño”); Carlos Alcorta (“…No sabe cómo funciona / el mundo porque aún no está infectado / por ese endiosamiento sin sentido / que gobierna los actos de su padre”); Miguel Ángel Gómez (“La ciudad en la vibración de sentimientos que se entrecruzan”); Jesús Aparicio (“Y ve las agrietadas sombras que hoy despiertan / a un mundo sin memoria, a una edad sin pasado, / sabiendo de ese todo por hacer / que vislumbra en la nada que abandona”); Antonio Cruz Romero (“retratará mi muerte con un teléfono móvil de última generación”); Juan Francisco Quevedo (“Nos miramos con el poso del cansancio / y nos diluimos en el consuelo de un abrazo”); Luis Miguel Malo Macayo (“De todos los poemas que he escrito hace ya tiempo / hay uno entre paréntesis que nunca he cerrado. /…/ Aún sigue entre paréntesis y aún sigue sin cerrado. / Perdido en un cuaderno cualquiera y descuidado. / Lo abro por si acaso y no me reconozco. / Tan solo tú podrías, cerrándolo, salvarlo”) y cierra el anfitrión Hilario Barrero (“La noche era un laberinto de ademanes y roces, / de flores, pájaros y libros arrestados, / un río de rostros bajando en la penumbra”).

Termina este número de Cuadernos de Humo con la reseña que Carlos Alcorta hace de ‘Madre’ de Manuel Juliá y César Rodríguez de Sepúlveda, ‘Somos grieta’ de un servidor. Eternamente agradecido.

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