sábado, 7 de mayo de 2022

Reseña de María José Collado: ‘En el iris del tiempo’. Hesperia. 2021

Ediciones Hesperia (@Edit_Hesperia) / Twitter


Nacida en Jerez de la Frontera, colabora en varias revistas, antologías y con varios premios literario, esta es una antología personal que abarca desde 1987-2020. Su obra publicada incluye La luna en el laberinto (1987), Arde la vida bajo el cobre lunar (1992), Tapiz en el agua (2011), Bruñidas sombras (2012), Aún la lumbre (2014), Centinelas del frío (2015), Pájaros de cristal en el jardín de invierno (2017), esta última ha quedado fuera de la antología. El orden se corresponde con el cronológico, prestando especial interés a lo que son textos inéditos o de mayor dificultad en su localización. Además del prólogo de Almudena Tarancó, aparecen textos de Tomás Sánchez Rubio y Pepi Bobis, que analizan y valoran la obra de la autora.

La luna en el laberinto apareció en 1987 y en él se intuyen con claridad las corrientes de la época, lo que José Luis García Martín llamó poesía figurativa: “Ante los ojos surgen / como motas de polvo los anhelos, / fieras aún indómitas / porque poseen el privilegio / de ser sueños”. Son momentos en los que el recurso al conceptualismo y la sensualidad se alían con la urgencia del deseo y de la vida: “Ocho aletas /…/ Avanzas, te alzas / como un tallo joven, / pero aún desconoces / esos rumbos distintos / que en la vida son flores / o arbustos con espinas”; “Le tengo miedo a la dulzura, / al algodón de las palabras, / a las hojas caídas / como paloma cansada”. El siguiente poemario, Arde la vida bajo el cobre lunar, continúa explorando las capacidades expresivas de lo sensual: “Dejad que circule el aire / por el laberinto azul / con olor a secreto, / que la nieve acumulada en años / no cierre de golpe los párpados”; “Si me traes la música de un tiempo, / la adolescencia intacta, / qué puedo hacer sino buscarte / en los espejos, / en los escorzos de una estatua”. Y, además de las referencias a la alta cultura, a lo clásico, hay una intensidad que conecta con la poesía cernudiana: “Sepultar la memoria / en la arena, es inútil, / es como cavar fosas para el aire”.

La confrontación entre el paso del tiempo y los avatares de la vida tiene un claro protagonismo en Un mar en llamas, la distancia. Se expresa la urgencia de un pasado revisado (“El cuaderno del tiempo es incoloro y absurdo / resbala por los dedos como sudor pastoso. / Los niños dejan atrás un recuerdo de aldea, / de rústicos juguetes, de recortadas nubes”, El viento rojo) y de la incertidumbre de un futuro (“Cara o cruz es la apuesta, / la rueda del azar gira despacio, / el destino fija sus eslabones / en la líquida negrura del océano”, Travesía de un sueño). La poesía de María José Collado se fundamenta en lo concreto equilibrando la necesidad de apoyo en la palabra: “Están hechos de agua, de pan duro, / de infectadas heridas, de parásitos, / de ropa zurcida o encontrada, / de la caligrafía amarga de la calle”. Podría ser más concreto su siguiente libro, Tapiz de agua, con las referencias al mar, o a la nieve, como símbolo, pero sobre todo como paisaje concreto: “Será que el mundo es ancho y quiere conocerlo, / para volver un día a los acantilados, al mar / de sus recuerdos, volar en círculos sobre el ojo / del viejo faro, contarle a otras gaviotas que más allá hay cosas que nunca imaginaron”; “Nieve lenta cayendo / en el brocal del pozo, / El sueño vengativo, / la firma del cansancio” (La firma del cansancio). Cuando se adentra la poeta en los vericuetos de la intimidad más esencial del hombre va encajando elementos visuales, táctiles, sonoros y abstractos sin que pierda coherencia la sensación existencial de la vida: “Soy el biógrafo de un hombre mudo, / marea lunar de una mujer que emerge, / sudor o llanto del niño cercado / por la jauría de una pesadilla, / sin pasadizos de luz, hachón, polvo / de estrellas, llaves para la huida” (Escrito en la memoria).

Bruñidas sombras supone un paso en la madurez literaria y vital de la autora. Temas como el sosiego, el cansancio, la esperanza y la herencia aparecen con claridad en estos poemas: “Desde la ingravidez que proporciona un libro / rescatar esos hijos que tejen el sosiego” (Atrás el laberinto); “El viajero bajo el sol medita, / sacude el cansancio de su otoño, / dibuja una casa y una mecedora, / aquello que su corazón susurra” (En la carretera). Se aprecia con claridad una postura estética más depurada, con un dominio técnico de gran seguridad y que permite mayores matices en cada intento: “Bruñidas sombras y remos / cruzar revueltas aguas, / un río de pulsos bajo la hoz / creciente y fría de la luna” (Bruñidas sombras). La expresividad se contiene para hacerse más profunda (“Flecha indolora la esperanza / cruzando el horizonte de la herida”, Oír desde la herida). Un punto de balance vital, sin duda_ “La sangre es el testimonio / de nuestro paso por la tierra, / se agolpa en los labios de la herida, / circula por estrechas carreteras” (La sangre).

Continúa la recopilación con una curiosidad, Gonzalo Bueno, desde Perú, musicó una serie de poemas en el cedé Luisi G.B. canta a María José Collado. En estos poemas prima la adaptación a la forma musical: “No quiero que me mandes un sueño, / mejor soñemos juntos, dormidos y despiertos” (Esperanzas). Lo que no resta a la intensidad expresiva y poética propia de la autora: “El presente se inclina con miedo hacia el deseo / junto al reptil amargo del disimulo” (Arboleda sombría). En el siguiente volumen de la compilación, Aún la lumbre, advertimos el tono de nostalgia que asume la contemplación del tiempo que pasó y los momentos presentes: “Este azul me nombra con los ojos; / con la lumbre del tiempo entre los dedos” (Al este); “En la contemplación la luz se posa / junto al plumaje del tiempo detenido, / con un rumor de alas la mirada / se adentra en el embozo de su sueño” (En la luz habitada); “En las cenizas removidas, / la luz azul de los recuerdos”(Retrato de familia). Como en Cernuda o en María Victoria Atencia, el deseo ocupa un lugar esencial entre los versos de María José Collado: “deseos en este instante ser ave / y anidar en su boca, / posarte en la rama de su nuca, / aventurare en la espesura / donde habita el consuelo de la lluvia” (Regreso a casa). Y se advierten más claramente en los poemas de Cuerpos, paisaje: “Sus pinceles trazan por mi espalda / azules círculos y espirales, / bajo la luna somos solo trazos, / dos cuerpos tendidos y un paisaje” (Cuerpos, paisaje); “Dibújame con escote profundo, / medias de seda negra / y orquídeas en el pelo. / Anúnciame en carteles de circo / como la mujer loba, / salvaje, seductora” (Inédita).

Centinelas del frío es el poemario con el que conocí a María José Collado. Contienen unos poemas dolientes, vivos en el devenir: “En el rotundo café de sus ojos / cálido orden; conforme transcurrir, / aunque en los posos se adivinen / relámpagos, un turbulento río, / árboles rojos, estíos cifrados” (Dos cafés). Se trata de plasmar la trascendencia del instante, el peso del pasado: “Tengo la vista triste, / empañada de pasos, / herida por noticias” (Incansables soles); “Sed, alumbramiento, batalla con demonios, / cuerpos amándose rotundos, sin fatiga, / bajo la luz arcana, cenital del deseo” (Las ventanas encendidas). Con El mirador de las estrellas aparece una especie de concesión, una batalla por la alegría, por refugiarse en los rincones donde cabe el cobijo: “La vida es algo que sucede ahora / en otra latitud, / donde trinan los pájaros / cuando el reloj es arco iris” (Síntomas); “El pudor de las ciudades / nunca fue un obstáculo para tomarle el pulso a sus ríos” (Atrezo). El paso del tiempo no es ya tanto una losa sino el mapa de posibilidades por el que deambulamos, así como el paisaje en el que habitar: “Como un río que pasa / va dejando el invierno / sus huellas dactilares / sobre las cosas” ; “Dispersos por la arena las escamas / desprendidas de agosto, / como setas enfermas / se arrancan las sombrillas, / vuelve a su calma el mar” (Septiembre). Van apareciendo en los poemas pequeños destellos de alegría, de vida y esperanza: “Como puntales las mareas / evitan el derrumbe, / leen los dedos vivencias / ocultas en los muros”. Se advierte en bastantes de las imágenes, como esa sonrisa del croupier (“No entres nunca en la urdimbre del espino / sin bálsamo o cauterio, sin linterna, / ni dejes que las hienas se relaman / con un festín que no les pertenece”, A veces un croupier te sonríe en el metro) o los propósitos que posibilitan el rito (“Avanzan los remos del reloj, / echan el ancla en la orilla de enero, / traen cargamento de cerillas, / la cera necesaria para el rito”, Propósitos). Hay un precioso homenaje a Francisco Basallote, autor admirado con el que comparte mucho de su poética: “Solitario es el sino del poeta, / un terreno de barro moldeable, / travesía en la sangre de veleros” (Azul es tu presencia, su pulso de agua). Continúa la selección de este poemario con otros momentos en los que la tristeza y la esperanza se van entreverando: “Desahogado el tiempo respira / se hace música, idea, horizonte, / santuario único, inexpugnable” (Máscara); “La memoria de los dedos quiere impregnarse / de olores tiernos y a cuerpos amados, / bajo la epidermis capitanea la sangre, / la inestable barcaza de las emociones” (Otras manos). Termina con un texto de Ana Paricia Santaella Pahlén donde se resalta la sensación de vacío, oquedad y dolor.

Otra de las novedades que aporta En el iris del tiempo son las Conversaciones con la fotografía de Gustavo Collado, en las que los textos se adaptan a las propuestas fotográficas, con las que mantiene un nexo de unión y pueden ser asumidas como textos independientes: “Ya de recogida leves los pasos, / las estrellas salpican el embozo de la noche” (Amigos); “Se deshilachan contornos / como humo en el aire, / bajo el azul de la cúpula / echan a andar las sombras” (Atardecer). Le sigue un texto de Tomás Sánchez Rubio sobre la autora y de ahí se pasan a una serie de inéditos. Homenajes a Miguel Hernández (“No pudieron callarte, / pájaros tus palabras / que anidan en el mundo”, Orihuela), a Bowie con acento de Cernuda (“Ziggy ladrándole a la luna, / anochece en el ecuador de octubre”, Al cabo de los años). Espigamos en los inéditos los detalles atrapados en la cotidianidad que solo el ojo de la autora resalta: “Lo mejor, como siempre, / el instante imprevisto, / la noche y sus mareas, / la orilla amaneciendo” (Reencuentro); “Los carámbanos saben / de la desolación, / testigos sus cristales / de transparentes lutos” (Luto en la nieve).  intuya / en todos los abrazos” (Ángel) “De reojo miro el reloj de la pared que le ordena / esas horas iguales de vigilia y sueño” (Señora rutina); “Regalan húmedos los nombres / a los labios que los pronunciará mañana / en la estación del vaho, en sus espejos” (Este río de paso); “Flor de estío es el beso / no importa en qué estación estemos, / leves sus pétalos por todo el cuerpo / habrán de transmutar sus aguas. / La piel tiene memoria”. Son estos versos los que nos recuerdan el leitmotiv que subyace y titula esta antología, el tiempo como elemento básico de la poesía:

“Desprenden los relojes resina temporal,

se pega a tus dedos, reconocen su aroma

en la latitud de los recuerdos.

A veces la resina está fosilizada

y encuentras en su núcleo la belleza

de una lágrima, una hoja, un insecto,

algo que permanece en los relojes rotos”

 

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