53 años después de aquella noche en Las ramblas sale a la luz este nuevo artefacto poético desde Brooklyn a cargo de Hilario Barrero, Jesús Nariño y Luis Suárez. La imagen de la portada está a cargo de Teo Serna.
Este volumen colectivo se inicia con Miguel D’Ors (“Tiene tu cara, / tu voz, tu misma forma / de decirme que no”). Continúa con un plantel de lo más interesante de la escena poética: Basilio Sánchez (“El mundo es una suma infinita de caminos imaginarios”); Susana Benet (“Todo tiene el color de lo marchito”); Antonio Rivero Taravillo (“Pero no tiene patria un hombre libre, / no la tiene siquiera entre los suyos”); Rafael Fombellida (“Soy el indigno, sí. El aborrecible heraldo del suburbio”); Sandro Luna (“Y pedía perdón por tanta gracia / como si Dios supiera de esa sangre”); Juan Lamillar (“Tiembla la plata. La memoria / despliega ya sus jarcias imposibles”); Víctor Jiménez (“Para entonces, quizás, yo me haya ido / como el atardecer y los vencejos… / y sólo sea sombra del olvido”); Carlos Medrano (“Salvé lo que hasta al aire le era anhelo”); Fernando José Carretero (“Dice el mirlo algo de la tarde. / Lo dice dulcemente. / Lo dice entre las sombras”); y Carlos Torero (“Por eso escribo: / porque el poema, / como ninguna otra cosa / (en esta Venecia / que se hunde) / intenta echar raíces”).
Uno de los grandes atractivos de este número de Donde está el fuego, es la presencia de la traducción a cargo del poeta Juan José Vélez Otero del próximo libro de Spencer Reece, donde la influencia lorquiana es patente. El poeta norteamericano está sirviendo como presbítero en Madrid. Debo reconocer que no tenía conocimiento de Reece. Sus poemas están llenos de imágenes potentes, de anécdotas alumbradas por la luz de la luna rota: “Lorca, dos hombres que amo y que se aman; / qué privilegio ser testigo de un amor declarado. /Mi maleta abierta sobre el suelo, llena de deseos, / como la declaración de Independencia.”; “(…) Trabajo en una iglesia conservadora / en el distrito gay, / la iglesia me quiere, / el distrito me quiero, pero no acaban de entenderse, / siempre tengo que reflexionar sobre sus diferencias”. En el poema Lorca eran todos, sentencia: “En lo que respecta al amor nunca más voy a ser parco” y en Y echándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon, “El amor de mi vida, / el amor que me dio el idioma que amo, / cuando no existen palabras solo cuentan las acciones”.
Alejandro Lérida culmina la sección poética con cuatro poemas de Veni etiam (Tercer cuaderno veneciano): “la precaria caricia de un tiempo detenido / que dime tú si no nos pertenece”. El sevillano hace gala de un dominio del estilo novísimo: “La niebla hacía más lejana y sola / la silueta felina en la flotante altana, / junto al canal –oh baño vaporoso / y espejo desnudado a duras penas / a Su Graciosa Majestad del Véneto–.”; “porque sé que te gusta que te hable, / te hablo de estas cosas, Troppo Vero”, /solemne gato persa entre butacas / de cretona y cortinas con cordón”. Emociones con el leve encanto de la decadencia y la belleza.
Cuadernos de humo incluye las reseñas del último libro de Luis Miguel Malo Macaya, En papel, a cargo de Francisco Caro; el de Víctor Jiménez, El agua de las piedras, por Hilario Barrero. Un volumen excepcional en cuanto a la calidad de los poemas incluidos en esta consolidada y siempre interesante aventura que desde Brooklyn nos sigue deleitando.
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