La editorial Liliputienses ofrece una muestra de su producción en esta revista microscópica, que sirve tanto de gancho como un fin en sí misma. Bajo la dirección de Fabio Betancour, el diseño y maquetación de Paula Garrido, cuenta en el Consejo de dirección, con Irene Marrero, Manuel Arteaga, María José Reina y Rima Espada. Una vez aclarados los instrumentos institucionales resaltar el diseño en A3 tan identificable con la editorial de la Isla de San Borondón.
Los poetas de esta selección comparten un estilo minimalista, directo y fragmentado, donde las frases se presentan con economía de palabras, buscando un impacto inmediato en el lector. Predominan los versos breves y la disposición de las palabras en espacios amplios, no solo por ser extractos, a veces, ni siquiera poemas enteros (entendido en el sentido más amplio posible), lo cual genera un ritmo pausado y permite enfatizar conceptos clave. En toda la muestra se advierte la precisión de su lenguaje, efecto de reflexión. La elección de vocabulario es cotidiana y familiar, que contrasta con la profundidad de las reflexiones.
En cuanto al tono, se detecta una mezcla de ironía, desencanto y melancolía. En los versos de poetas como María Laura Guisen (Rosario, Argentina, 1973): “Los comprimidos / de liberación / prolongada / no cumplen / con la promesa / escrita / en el prospecto. /…/ Debo / reconocer / que me gusta / ese juego, / dejarme engañar / por la poesía”. En Olga Santos (Porto, Portugal, 1970), se percibe un tono de resignación que coexiste con un juego irónico: “montar en bicicleta / romperme el corazón / deportes que aprendes y nunca olvidas”. Este tono se hace evidente en versos como los de María Victoria Massaro (Buenos Aires, 1987): “como / ratón/ de laboratorio / entro a tinder/ y pulso / la palanca / solo por el gusto / del estímulo”. También en las palabras de Anaité Ancira (CDMX, 1980): “Vivimos juntos y su mamá / le manda comida / pero solo para él”, que evidencian un tipo de convivencia distanciada y, a la vez, inevitable. Este enfoque distante y algo desencantado se ve también en los versos del malogrado Ángel Ortuño (Guadalajara, México, 1969-2021) , donde se vislumbra un mundo hostil, un “juego” de supervivencia donde la vida pende de un hilo: “Ahora, / sea mujer. // Tiene 24 horas para regresar viva, / de lo contrario, / pierde”.
Los temas tratados en esta selección abarcan las contradicciones y tensiones de la vida moderna, desde la soledad y el desengaño hasta la búsqueda de sentido en lo cotidiano. La cotidianidad, de hecho, se vuelve un espacio de exploración poética, donde los pequeños momentos reflejan cuestionamientos existenciales más amplios. Estos poetas hablan sobre el amor y la relación con el otro, pero lo hacen desde una perspectiva de desencuentro y distancia emocional, como en los versos de Lena Díaz Pérez (Villa Regina, Río Negro, Argentina, 1994): “Estoy tan triste / quisiera estar menos sola / no menos triste, menos sola”, o los de Nanne Timmer (La Haya, 1971): “sin / texto / pero / con / disculpas”.
Además, estos poetas comparten un enfoque existencial, donde lo absurdo o lo contradictorio de la experiencia humana queda expuesto sin adornos. Ejemplos, Mana Muscarel Isla (Patagonia, 1987): “A vos no / a vos te quiero en una isla / que no sea yo”; o Juan Bello Sánchez (Santiago de Compostela, 1986): “Es extraña la razón, / cava muy hondo tratando de hallar claridad”. La exploración del vacío o la incompletitud es constante. Los versos de Guillermo Fernández Rojano (Jaén, 1957: “Para pasar de una orilla a otra /…/ es necesario: / observación, percepción, abstracción, / …/ categorización, definición, análisis, síntesis, / evaluación. / Y nada de eso sirve”) son reveladores al respecto: en su poema, la enumeración de herramientas conceptuales (observación, abstracción, etc.) se desmorona en la futilidad final.
Leyendo esta minúscula selección llegamos a atisbar la desilusión de las promesas incumplidas o la banalidad de las acciones que apreciamos en la intertexutalidad de María Belén Milla Altabás (Lima, 1991): “y la buena doctrina que tuve / para tu comportamiento de avispa rabiosa / mi homo ludens: ese es el más / perfecto goce circular de las parejas”. De nuevo, la ironía del destino y el azar en el poema de Álvaro Muñoz Robledano (Madrid, 1965): “no podrás negar luego que suceden”. La crítica sutil al sistema y roles sociales, evidente en los versos poema de Nuno Brito (Porto, Portugal, 1981): “Tengo estas manos / Para cambiar el mundo / O para sentirme el pelo / Lo cual es lo mismo”. Incluso, la admiración por contraste entre lo humano y lo salvaje, como en el poema de Fabricio Gutiérrez, donde el oso desafía su papel de presa: Fabricio Gutiérrez (CDMX, 1985): “El bosque se iluminó / En más de diez ocasiones / Por disparos de rifle. / Pero el oso que era perseguido / Era más luminoso”.
En conjunto, los poetas de este número, más que gente que inspiren poca confianza, trazan una poética del desencanto, donde la observación aguda y la cotidianidad cobran un peso existencial ineludible. Son ellos los que desconfían del mundo.
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