Por muy profundamente superficial que sea, me resultaría
incómodo no reflexionar acerca de los acontecimientos que están sucediendo en
el sitio de donde soy. Resido en Rota, una ciudad que parece vivir de dos
cosas. El turismo y la Base Naval. Además está de actualidad a causa del escudo
anti-misiles. Este mismo martes ha llegado el primer destructor. No olvidemos
que el escudo anti-misiles no obedece a intereses españoles directamente; pertenece
a la OTAN y está más cerca de defender a los Estados Unidos que a los propios
implicados, que además estarán en el punto de mira en cualquier conflicto
armado.
El pueblo anda revolucionado. Está a la espera de nuevos
puestos de trabajo, aunque el comité laboral del personal civil español asegura
que se han reducido dentro de la Base. La gran esperanza está en alquilar
viviendas a las familias norteamericanas que vienen. Se habla de más de tres
mil nuevos vecinos. Para promover las oportunidades dentro de la localidad, el
ayuntamiento ha puesto en marcha una oficina, llamada Welcome to Rota. Comercios, taxis, hostelería esperan con ilusión,
no la salvación de la crisis, pero sí, al menos, un alivio. Se organizan
charlas para asesorar en el alquiler de casas, cursos de inglés para atender a
la nueva demanda… Se calcula que se crearán unos mil puestos de trabajo en la
zona.
Olvidarse de Bienvenido
Mr. Marshall es muy difícil. En la película de Berlanga todo el pueblo se
unía para dar a los americanos una recepción fantástica. Todos invertían su
tiempo y dinero en acomodar la localidad a lo que se esperaba de un pueblecito
español. A cambio, cada uno podía pedir un y solo un deseo a los americanos.
Invertimos en mejoras en la casa confiando en tener un alquiler de mil
doscientos, mil quinientos o dos mil euros.
Con la crisis que llevamos encima, ¿cómo negarse? Ni
siquiera somos capaces de percibir peligro o desventaja de ningún tipo. Cada
año se organizan marchas pacifistas en contra de la Base Naval y no suelen
encontrar entre los roteños otra cosa que incomprensión. Es preferible no
pensar en riesgos para la salud, ni en el peligro militar. Da puestos de
trabajo y eso basta. Por supuesto no todos piensan así. Una pintada, de las
pocas del pueblo con crítica social, sentencia: “Welcome to Rota, Give me pan and tell me tonto”. Sin embargo da la impresión
de ser la tónica general.
No todo el mundo va a trabajar en la base, no todos tenemos
casa que alquilar a los americanos, pero todos piensan que va a ser bueno para
la economía del pueblo, que de alguna misteriosa forma, repercutirá en cada
uno. De una manera positiva, por supuesto, no porque los precios de los
productos y servicios subirán con la demanda; no porque se saturen los
servicios municipales; no porque entrañe algún peligro de explosión… Se
comprende que la discreción debe ser la norma en una instalación militar, pero
no se ha informado a la población de los posibles riesgos.
Pero no sólo de la Base vive el hombre. Tenemos también el
turismo. Un turismo exigente, lejos ya de los tiempos del veraneo familiar de
dos meses en pisos alquilados. Para atraer al nuevo turista hay que
diversificar la oferta, mejorar las instalaciones, participar en Fitur, recibir
embajadas de alemanes o suecos. Vender el pueblo, en el sentido que le da al
término el marketing. Y por supuesto, preferiblemente turismo de calidad, nada
de mochileros o campistas. Restaurantes, hoteles, comercios en general serán
los beneficiados de este turismo y los encargados de redistribuir la riqueza
que tiene que venir.
De todas formas todavía la población llega a triplicarse
durante los meses del verano. La saturación llega a colapsar los servicios del
pueblo, lo que ha llevado a encarnizadas luchas políticas municipales y
recriminaciones mutuas.
Sin embargo, el turismo es un motor económico un tanto
precario. Con una importante volatilidad y con una repercusión socio-laboral
limitada, no se promociona una gran variedad de puestos de trabajo. El turismo
obliga a una servidumbre un tanto peligrosa. Se corre el riesgo de convertirse
en un mayordomo propio de otras épocas, siempre dispuesto a conceder los
caprichos del señor.
Creo que este pueblo es una parábola de la situación general
del país. La difícil situación económica permite percibir la ampliación de una
Base Naval como una buenísima noticia. Al margen de que esto suponga ponernos a
su total disposición, arriesgar nuestro esfuerzo, aceptaremos cualquier
condicionante, poner nuestras administraciones al servicio de este amo exigente
y condescendiente. ¿Y qué mejor metáfora para referirnos a estar al servicio
que el turismo?
¿Qué diríamos si quisieran implantar una central o un
cementerio nuclear en nuestro pueblo? ¿Seríamos capaces de cegarnos sólo porque
da puestos de trabajo? Aceptaríamos, creo, pensando en la miseria de muchas
familias. ¿Seríamos entonces capaces de aceptar cualquier condición de trabajo?
Es lo que nos dicen para justificar los cambios en la legislación y las
condiciones laborales a través de múltiples reformas, cambios de reglamentos,
convenios y otros movimientos mucho más oscuros.
La lista de reformas laborales que nunca cesan, las
declaraciones de los empresarios que nos aconsejan olvidarnos de un puesto de
trabajo fijo o de un sueldo estable. Prometemos, como decía Rosendo, estar
agradecidos. La ilusión de un futuro mejor, o al menos, menos malo, nos está
hipotecando. Las perspectivas son paradójicas, la cosa está fatal, soporta
entonces cualquier puesto; pero va a mejorar, ilusiónate. Mr. Marshall llega ahora de nuevo, preparémosle el pueblo, maquillemos nuestras miserias, tengamos fe en nuestro salvador. Y pidamos un sólo deseo, un trabajo, un alquiler...
En mi hambre mando yo. Así contestaba un jornalero a un
cacique que quería que trabajara para él en condiciones miserables. Salvador de
Madariaga y José Luis Sampedro le recordaron. Esa clase de nobleza moral es la
que quisiera encontrar en nuestros días inciertos.
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