lunes, 26 de mayo de 2014

La Gran Fiesta de la Democracia



Este fin de semana estamos celebrando en Europa, estamos eligiendo nuestros representantes en el parlamento europeo, quizás el único momento en el que se manifiesta el espíritu de la democracia. Ahora todos los partidos ganarán, unos porque conseguirán representantes, otros porque conseguirán más representantes, los menos porque no han perdido tanto como se rumoreaba. Pero todos, sin excepción, alabarán el día como una celebración, una fiesta. Una fiesta un tanto aburrida, por otra parte.

El sábado pasado se reunieron más de un centenar de personas en la plaza de la iglesia para grabar un vídeo-clip siguiendo la coreografía de la famosísima canción de Pharrel Williams. Sin embargo sólo tres personas se acordaron –yo no, la verdad-, del aniversario del 15M. Pero, tranquilos, no voy por ahí. La gente ha llenado la feria aunque menos que otros años, la romería tuvo buena acogida porque el levante no hizo estragos. Concentraciones moteras, botellonas, fiestas improvisadas, carnavales, los juanillos… 

La celebración y la fiesta son expresión lúdica, festiva, intrascendente, banal, pero también representan una facturación interesante para establecimientos hosteleros, para tiendas de disfraces, para políticos que buscan un baño de multitudes. Quizás por eso se empeñan en hacerse con su control, inaugurarlas, protagonizar los eventos centrales y clausurarlas. A pesar de todos los pesares, la fiesta es expresión de la soberanía popular. Por mucho que alguien lo intente y gaste dinero, esfuerzo e ingenio, una fiesta no prospera si no cuenta con el beneplácito del soberano, del pueblo soberano.

Quizás la fiesta que más claramente aparece como fuente de soberanía popular son los carnavales. Los carnavales tienen la bendición política porque son una crítica contra el poder. El pensador Bajtin lo escribió hace ya mucho tiempo y se ha repetido casi sin pensar. Don Carnal supone un descanso en la innoble tarea de soportar el poder. Hay autorización para criticar el poder, y por eso el dictador los prohibió muchos años. A pesar de lo cual encontramos agrupaciones carnavalescas que, quiérase o no, de manera soterrada criticaban lo criticable y burlaban la censura con letras picantes. Muchas otras fiestas abundan en este sentido, como santa Águeda y las mujeres que toman el poder del alcalde. Una fiesta paródica y mordaz que propone, por un solo día, el mundo al revés.

No me convence, creo que dos días de crítica no cambian nada, sólo desahogan para que el poder sigua igual. Los carnavales, al final, son una vacuna contra el poder de la gente: ¡Ea!, ya habéis criticado, ahora, a volver al trabajo y la seriedad. Conozco el caso de una chirigota muy combativa en los carnavales de hace unos años que se resistía a actuar en eventos reivindicativos contra los recortes. No era el sitio, decían.
Dicho todo esto, creo que la fiesta más importante de este fin de semana, no nos engañemos, ha sido la final de la Champions League. Ese triunfo con tintes épicos de un Real Madrid que consigue la décima, frente a ese equipo más modesto, el Atlético, acostumbrado a sufrir que pocos días antes demostraba su valor ganando la liga española. Miles de hinchas en toda España han salido a la calle a celebrarlo, han llenado bares, han abarrotado plazas, han saltado a fuentes en un éxtasis difícilmente imaginable para alguien como yo, ateo para tantas religiones, incluida la del balompié.

Como sociólogo debería preguntarme por qué una celebración deportiva despierta más pasión que unas elecciones donde se ponen en juego asuntos mucho más importantes y, sobre todo, más relevantes para nuestra vida cotidiana. Como ser político, debería indignarme que haya tanta gente pendiente de esa magnífica insignificancia dejando pasar lo que realmente importa, lo serio, lo decisivo.

Digo “debería”, pero ya no me indigno. Ya no me indigno de que exijamos más a un entrenador de fútbol que a un representante; a un seleccionador español más que a un presidente de gobierno; a los clubes de fútbol más que a las universidades. Lo que hago es preguntarme por qué. 

Primera respuesta fácil, “la gente es idiota”, o al menos, “mucha gente es idiota”. Pero como demócrata no puedo asumir que las personas estén equivocadas a ese nivel: no defendería entonces un régimen que da el poder a unos irresponsables más pendientes de un balón de cuero que del cuero de las carteras ministeriales. Entonces, ¿por qué estamos más pendientes de los árbitros que no pitan un penalti que de los fiscales y jueces que no procesan a un corrupto?

Creo que la solución la tienen las personas y la dicen. Porque ni el fútbol ni la política a nivel de usuario sirven para nada. Votar de esta manera, preocuparse, indignarse, despotricar no sirve para cambiar las cosas. Más satisfacción hay en celebrar un cabezazo de Sergio Ramos que en un 5% de votos a tu partido. No interesan partidos llenos de señores con chaqueta. El partido que importa lo deciden veintitantos señores en pantalón corto y unos pocos en traje con chaqueta. 

La fiesta puede dar muchas lecciones, hasta que no las aprendamos no entenderemos lo que somos las personas reales. El estar juntos es fundamental en la fiesta, ¿cómo podemos decir que somos individualistas? Hay muchísima gente que trabaja, que se trabaja las fiestas, decorando casetas, imaginando disfraces, componiendo letras y pasodobles sin cobrar ni un duro. Pagando incluso un bono, donando para llevar un cirio, empeñándose para comprar en la reventa. ¿Cómo podemos decir que el ser humano se mueve sólo por dinero? En la fiesta todos se sienten protagonistas pero nadie es obligado a ser el centro de atención, puedes bailar en un rincón o atreverte a emular a Travolta en el centro de la pista; puedes desfilar a caballo o puedes quedarte en la acera mirando el paso de la virgen moviéndose al compás de los campanilleros. La fiesta y la celebración pueden incluso juntar a miembros de todas las clases sociales. 

El mecanismo democrático funciona en las tertulias de fútbol. Si el equipo no gana, se cambia al entrenador. A veces, la presión popular consigue el recambio de un míster. ¿Qué no daríamos por hacer lo mismo con los políticos, a media temporada? Por eso la gran fiesta de la democracia no son las elecciones europeas, son las ferias, las romerías, los patrones, la grabación de Happy, las botellonas, la celebración de la Champions. Ilusionémonos con otro tipo de política, abandonemos viejos esquemas. Aprendamos la lección.

No hay comentarios:

Publicar un comentario