lunes, 3 de noviembre de 2014

La mafia como modelo social



Cuando revisamos clásicos como El Padrino o novedades como Gomorra en cierto modo nos asustamos de cómo una sociedad entera está organizada a partir de un núcleo criminal. La mafia ofrece un modelo cinematográfico atractivo para abordar temas como las lealtades, las normas oficiales y las sentidas, la violencia, la traición y el silencio. Ofrece también la posibilidad de hacer lecturas a varios niveles. Pueden hacerse películas fantásticas de buenos y malos, de policías contra ladrones; pero también se pueden introducir matices, policías corruptos y mafiosos con buen corazón. De la descripción de los grandes, como la saga de El Padrino a la cotidianeidad de Uno de los nuestros o la serie Los Soprano.
Nos podemos sentir identificados con ese asesino a sueldo que debe fidelidad a un jefecillo que una vez salvó a su familia de la miseria o de la deshonra. Podemos indignarnos cuando tomamos el punto de vista de ese agente de la ley y vemos el despilfarro en orgías y drogas de padrinos muy entrados en años. Y más aún, el sociólogo Michel Maffesoli llega a la conclusión de que es la mafia el modelo de socialidad en estos tiempos inciertos.
Unos tiempos de tribus urbanas, de microsociedades que se integran de manera muy precaria en grandes sociedades, de lealtades y solidaridades instantáneas y efímeras. Como líquido que se va filtrando entre las rendijas oficiales de los estados. Y si posamos nuestra atención en cualquier grupo humano, parece una versión light y sin armas de las controversias de los gánsteres. Los vestuarios de los equipos de fútbol infantiles son un hervidero de rumores, de intrigas, de luchas soterradas dignas de cualquier episodio de Los Soprano. Los lugares de trabajo son también escenario de estas series. Y así podríamos seguir.
En un episodio de Gomorra, una chica se acerca a la señora pidiéndole que interceda por su familia ante un prestamista demasiado abusivo. La señora habla con él, y tras comprobar que, en lugar de ser menos insistente, ha dado una paliza a la chica, lo lleva a una azotea donde lo ejecuta. Al día siguiente de aparecer destrozadas las imágenes de la Virgen, las mujeres le piden a la señora que haga algo y ésta la reemplaza con todo lujo y celeridad.
He ahí parte del éxito de la mafia. Son intermediarios, facilitadores de favores, en cierto modo justos en su despiadado modo. Maurice Godelier, interesantísimo antropólogo que me influyó allá por los 90, advertía que en cualquier dominación entran en juego dos factores. La violencia –o la amenaza de la violencia– es fundamental, pero sólo funciona de manera momentánea y si es lo suficientemente amedrentadora. El segundo factor es la aceptación de la dominación por el dominado. Y esto se logra, decía Godelier, con la ideología. Un sistema más o menos coherente de ideas (ideal) que hace aparecer al dominante como alguien al que estar agradecido. El dominado agradece al dominador.
Es quizás simplista, pero nos sirve para situarnos cuando vemos a una chica golpeada por un novio que “se preocupa por ella y por eso es celoso”; cuando los trabajadores están agradecidos a un dueño explotador porque les da un empleo. Cuando, por ejemplo, los caciques de la España decimonónica imponían su ley particular a cambio de repartir favores.
Estos favores son los que ahora salen a la luz en los casos de corrupción. Y nos indignamos cuando vemos que los poderosos (ya sea porque tienen un cargo público o porque manejan muchísimo dinero) otorgan y niegan favores para conseguir clientelas. Así se compran sindicatos, se acallan protestas, se manipulan opiniones. De esto, en cuanto nos damos cuenta, nos sale la vena rebelde y a un paso de la ira.
A esta ira responde, según medios como El País, el éxito de Podemos, que está canalizando el descontento mucho mejor que otras formaciones como IU, UPyD, o Equo. Precisamente en cualquiera de los muchos debates para denostar a esta formación política es donde se puede apreciar esa mentalidad mafiosa. Los ataques a Podemos están ya formalizados: quieren convertir España en una Venezuela chavista y autoritaria; sus propuestas económicas son despropósitos que nos subirán impuestos a todos y sumirán a España en la miseria; además, son imposibles (lo que es una contradicción lógica en sí misma, si son imposibles, no pueden sumir a España en la miseria, simplemente, no se pueden hacer).
A juicio de estos preclaros economistas –que, de paso hay que decir, no lo están haciendo nada bien habida cuenta de lo que dura la crisis y de que tampoco nos daremos cuenta de cuándo haya terminado–, uno de los efectos más perniciosos de estas medidas, como las que sugiere Podemos, o la dación en pago para las hipotecas, o el salario mínimo digno, o auditorías de la deuda, o la renta básica universal es la fuga de capitales. España no sería un país serio, perdería la confianza de los inversores y así se hundiría la deuda, que fíjense está ahora el bono a diez años más bajo que antes de la crisis.
Paremos un poco, y sin profundizar que ya habrá tiempo de ello, en eso de la fuga de capitales y la falta de inversión extranjera. ¿Qué nos están diciendo? ¿Qué si no hacemos lo que nos dicen entonces se vengarán de nosotros? Esto me suena mucho más mafioso que cuando dos tipos con abrigos largos se acercan a una floristería y ofrecen protección. Es indignante que quienes nos amenazan con esto siempre sean los que se envuelven en la bandera y son más patriotas que nadie, ¡qué poco defienden su país!
Se trata de que aumentar el número de pobres, precarizar el empleo, que trabajar dos horas a la semana por treinta euros es ya no ser parado, la pobreza infantil aumenta como una vergüenza, se despide más fácilmente, se liquida el patrimonio estatal, se desmantela el Estado y los servicios sociales son de pena… todo eso es la obligación para que sigan invirtiendo en España.
El caso es que no es que un partido sea una organización criminal, y eso que alguno lo parece. Ni un problema de España en concreto. Es problema de un sistema económico y social que dice defender la libertad individual, pero sólo se encarga de dejar libre la actuación de estas mafias que cuidan de sus negocios.
Quizás sea problema mío, pero no lo entiendo. Los mafiosos cobraban –a veces mucho– por la “protección” y los favores. Tenemos claro su ruindad y maldad. Pero estos mafiosos, que reciben el nombre de inversores o gestores, nos piden sacrificios, nos exigen todo tipo de facilidades, a cambio de empobrecernos, de hacernos vivir cada vez peor. Tienen todos los métodos de la mafia, extorsión, medios de comunicación, implicaciones con el gobierno, violencia más o menos legal… pero no hacen absolutamente nada por “protegernos”. Al contrario, se están llevando el país y encima se extrañan de que no les estemos agradecidos.

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