Llevamos
un verano terrible en un terrible año para las víctimas de la violencia
machista. Si las mismas cifras se aplicaran a una organización islámica o
nacionalista tendríamos una incuestionable y monolítica lista de declaraciones
atacando esta lacra sin fisuras. Podríamos incluso conseguir una alianza
internacional que encarara el problema por el camino más expeditivo. Pero no es
así, al contrario, las declaraciones se contradicen, se solapan, se acusan
mutuamente, se escurre el bulto, se negocia con el dolor.
Intentemos
de nuevo poner en claro algunos conceptos. No es violencia doméstica. Para
empezar el adjetivo tiene una connotación que relaja el peligro, como en animal
doméstico, o cuchillo doméstico. Además, sólo haría referencia a la ejercida en
un lugar, dentro de las cuatro paredes del domicilio familiar. ¿Por qué se
utiliza entonces? Para intentar englobar a la violencia ejercida por algunas
mujeres dentro de la misma etiqueta. Burda maniobra para desacreditar el
peligro real igualando a víctimas y verdugos. Claro que hay mujeres que
maltratan y matan dentro de su familia, a su pareja o a sus hijos, pero no
cuentan con una superestructura que privilegie y justifique de alguna forma sus
actos.
Un
subterfugio parecido está en el uso del término violencia de género. En el
paraguas de la lucha de sexos caben tanto uno contra otra como otra contra uno.
De nuevo se obvia el pasado y presente patriarcal de la sociedad y de las
leyes. Muchos protestarán contra esta declaración. Por supuesto que se ha
mejorado mucho con respecto a hace no tantos años en cuestiones de igualdad
legal y real. Hasta el año 1974 una mujer no podía tener cuenta corriente
propia, solicitar un pasaporte o firmar un contrato sin la autorización de un
varón, su padre o esposo. También se cambió el código civil igualando las
obligaciones y derechos de los matrimonios, eliminando que el hombre debía
respetar a la mujer y ésta obedecer al marido. Eso ha cambiado, como también se
han implementado políticas de discriminación positiva hacia la mujer. Y de
estas medidas se quejan quienes la sufren. Divorcios, custodias, acceso a
recursos… No vamos a entrar hoy en la necesidad –que pienso que sí existe– de
estas políticas, sino en que son el contexto para la justificación de muchas
declaraciones machistas.
La
palabra es machismo, esa forma de pensar y de ser que no sólo es sexista, sino
también ofensiva. Sexista porque opina que el hecho de tener dos cromosomas XX
o uno XY determina la manera de ser, las potencialidades físicas, intelectuales
y morales de las personas, imponiendo un lugar en la escala social y unas
ocupaciones dignas de su sexo y condición. Es también ofensiva porque trata de
una manera explícita o implícita de mantener un estatus quo favorable al varón.
Él toma las decisiones, por el bien de esas criaturas débiles en cuerpo y
espíritu que son las princesas del hogar o las casquivanas que van provocando
la perdición de los hombres.
Y por
favor, no me vengan con que el feminismo es la defensa de la preponderancia de
la mujer, o a hablar de hembrismo. Imagínense en la Alemania nazi un grupo de
judíos que se creyera superior a la raza aria, ¿sería lo contrario del nazismo?,
¿tendría la misma posibilidad de infringir dolor y sufrimiento a la otra parte?
Pues en la sociedad actual las instituciones, en sentido amplio, están para
favorecer al varón: los puestos directivos de las grandes corporaciones, los
órganos de decisión de grandes políticas y de ahí hacia abajo. Hasta llegar a
las declaraciones de políticos políticamente incorrectos, simpáticos
gamberrillos tolerados por sus bancadas respectivas.
Terrorismo
es un modo de enfocar los conflictos a través de la violencia generalizada. No
es necesaria una organización explícita para que exista terrorismo. Ahí tenemos
los últimos movimientos reivindicados por Al Qaeda o el Estado Islámico y
perpetrados por individuos que no tienen ninguna relación física con ninguno de
ellos. Dicen actuar en su nombre y reciben el nombre de lobos solitarios.
Terrorismo machista porque intenta conseguir imponer su poder, o expresar su
frustración contra las mujeres. ¿Contra todas? Pues sí, pero empezando por las
que tienen cerca, aprovechando no sólo su debilidad de personas desarmadas,
sino también la dejadez institucional que no las favorece. Es un ataque a las
mujeres, en concreto y en abstracto, porque asesina a una pero se escuda en la
posición vulnerable de todas.
Dejadez
institucional que se traduce en la falta de credibilidad hacia las denuncias,
en la campaña para hacer desistir de denunciar amenazando con retirarles las
ayudas si no se demuestra la denuncia (no porque se demuestre que es falsa,
sino porque no se demuestre la culpabilidad); retirando los fondos necesarios
para la protección de las mujeres maltratadas; reiterando por todos los medios
que hay muchas denuncias falsas y muchas retiradas de denuncias; dejadez en las
fuerzas del orden que no aplican las medidas cautelares, jueces que dictan
sentencias que dejan a la víctima a merced del agresor; articulistas insensatos
que todavía insisten en que las mujeres sacan de quicio al agresor o justifican
una posición de neutralidad…
Por
supuesto que no todos los hombres debemos ser sospechosos de violencia, como no
todos los nacionalistas lo son del terrorismo de ETA, ni todos los musulmanes
de Al Qaeda, ni todos los norteamericanos o los israelíes de los crímenes que
puedan perpetrar sus servicios secretos o sus ejércitos. Pero sí que debemos
mostrar una postura totalmente contraria a la violencia machista en todas sus manifestaciones,
desde los chistes de dudoso gusto, las faltas de respeto, los comentarios, las
amenazas, la violencia explícita o implícita.
¿Cuántas
muertes harán falta para que cambie la sensibilidad de esta masa inerte de
ciudadanos que considera el machismo como un mal menor? ¿No hay ningún Miguel
Ángel Blanco ni un espíritu de Ermua para el terrorismo machista? Nos
extrañábamos de cómo podía haber gente normal y corriente que apoyara o, al
menos, viera como un mal menor, la violencia terrorista y que los políticos azuzaran
permisivamente los sentimientos más bajos del odio y sin embargo toleramos
políticos que se permiten comentarios machistas que a mí, que soy varón, me ofenden.
No
todos los hombres y mujeres somos machistas, ni apoyamos el terrorismo
machista, pero seremos cómplices si no actuamos de palabra, de obra y sin
omitir ninguna medida contra esta ola de crímenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario