En estos tiempos inciertos las fechas señaladas por la tradición ofrecen una seguridad propia de otras épocas. Parece como si necesitáramos el apoyo de una regularidad en los ciclos vitales para sentirnos cómodos, para identificarnos personalmente y como grupo. Quizás por eso los cambios en las tradiciones suponen tanto desconcierto e intranquilidad.
La navidad es una de esas fechas tan propias para los ritos.
Unos ritos que se van superponiendo, que se apropian de significado, que, en
suma, son una amalgama de materiales que, como los grandes ríos, entremezclan
elementos antiquísimos y barnices muy modernos. Para empezar el origen del
riachuelo de la navidad está en las fiestas saturnales romanas, y éstas, a su
vez, del manantial del solsticio de invierno. La noche más larga siempre es un
motivo propicio para magias y celebraciones. No es de extrañar que ocupara un
lugar importante en el imaginario festivo de los pueblos desde la antigüedad.
Tampoco es de extrañar que la Iglesia se lo apropiara, transformando todo lo
transformable, traicionando su propia evidencia para hacer cristiana una
fiesta, a todas luces, pagana. Muy raro me ha parecido que los pastorcillos
durmieran al raso con el fresquito de las noches invernales.
Tampoco se libra la hegemonía cristiana de sus propias
contradicciones. Superponiendo en el tiempo acontecimientos, condensando y
estirando los eventos para ocupar dos semanas alrededor del cambio de año. La
fiesta de la Epifanía, representada por los Reyes Magos, es quizás un ejemplo
muy llamativo de sincretismo. Sabemos de sobra que en los evangelios no se
habla de reyes, sino de magos, y se ha querido ver en ellos a unos astrólogos
en pos de una estrella. Si provenían de Oriente debieron ponerse en camino
bastante antes del nacimiento del niño, pero lo extraño es que ninguno de ellos
haya tenido aspecto de oriental, ni árabe, ni indio, ni chino, ni vietnamita.
Muy rara la brújula que utilizaron, o muy chapucero el apaño para dar la
significación de un cristianismo abierto a todas las razas. A los alumnos les sorprende sobremanera que,
en las representaciones medievales de los Reyes Magos, no aparezca Baltasar
como hombre de color. Tengo que aclarar que la costumbre se impuso tiempo
después.
Tampoco tienen origen religioso las cabalgatas, sino militar.
Los paseos religiosos son las procesiones; la fiesta, la algarabía es más un
desfile de victoria.
Así que, teniendo en cuenta todas las tergiversaciones de las
fiestas navideñas, es muy sorprendente el revuelo mediático que han tenido los
cambios en ciertas ciudades españolas. Son, como todos sabemos, excusas de la
derecha para atacar a los partidos del ámbito de Podemos. No hay más vuelta de
hoja. Pero el caso es que esta clarísima intención política se utiliza porque
se sabe, o se supone, que va a tener audiencia. Es decir, que se sospecha que
mucha gente va a ponerse de su lado diciendo, es verdad, es verdad. Y ahí voy
yo.
Situemos los cambios en su contexto. Las tradiciones, nos
recuerda Sloterdijk, no son meramente un rito que se repite, sino que, al
contrario, toleran un cierto grado de cambio. El cambio y la transformación de
las tradiciones forman parte de su esencia. Las cenas de navidad son casi las mismas: quizás se cambien las
fechas, los menús, siempre las vestimentas... Es la receta de mi bisabuela,
pero yo le he añadido una pizquita de comino.
No conviene tampoco rasgarnos las vestiduras. Cambiar el
itinerario de una cabalgata, procesión o desfile es siempre enfrentarse a una
facción de cofrades, asociaciones, poderes fácticos. Y ahí está la clave, en
los poderes fácticos, muy poco democráticos, que se arrogan en estandartes del
sentir común. Ellos son el recto camino, la sensatez, el siempre se ha hecho
así... aunque se haya cambiado el manto de la Virgen, o se haya sustituido el
tractor del Ambrosio por un modelo menos agrícola. Hay cambios que se aceptan,
como que las carrozas tengan personajes distintos, o que aparezcan las
novedades televisivas en forma de muñecos animados. Otras, parece que ofenden.
El hecho de cambiar por cambiar no debe ser motivo alguno de
queja. Ni cambiarlo todo debe ser una obligación. La cuestión es ver qué
cambios son más pertinentes, y cuáles son las resistencias y por qué. Por
ejemplo, el hecho de tener reinas en vez de reyes ha sido una de las
incongruencias de las críticas. En muchos lugares son mujeres las que ocupan el
disfraz de Rey Mago, incluso aparecen reinas. Por ejemplo, el papa Francisco ha
hecho uso de ellas.
Muy ridícula es la acusación contra los trajes de los reyes.
Ridícula y significativa de una gran estrechez de mente, con una imagen de rey
propia de los estereotipos de base absolutista. Como si el único rey fuera el
que se viste como Luis XIV, versión Disney. Que un niño se pueda sentir
defraudado por que el rey no viste como este canon dice mucho de lo poco
imaginativo que son los niños en realidad y mucho de unos padres poco
flexibles.
También es muy significativo el ataque furibundo a las reinas
del ayuntamiento de Valencia. Furibundo y machista, atacando el aspecto de la
mujer como mujer que no se ajusta a un canon muy ridículo de belleza, esbelta,
delgada, joven... No hay ni que entrar en si es algo de la República o laico,
son cambios que se introducen. También se cambió la cabalgata cuando se
mecanizó con tractores, cada año se rehacen las carrozas, se intenta poner
música acorde con los tiempos… Creo que no han criticado las músicas por
desconocimiento, porque seguro que no son las “tradicionales”.
Los niños no sufren con estas cosas más que con la cutrez de
los disfraces de Bob Esponja de las cabalgatas. Son los padres los que toman a
los niños como excusas para defender su propia tradición mental. Es muy difícil
en esta sociedad mediática la lucha cultural sin el escenario de la imagen. Por
eso son tan importantes.
Lo desestabilizador de esta actualización de las tradiciones
no es que hayan querido suprimir la navidad, como muchos quieren ver, sino que
se haya logrado dotarla de un contenido más ecuménico, más cercano a la
realidad de un mundo globalizado, donde todos somos emigrantes, donde se puede
disfrutar sin utilizar animales. Por eso la acusan de étnica. Y es paradójico,
porque precisamente la Epifanía es celebrar lo diferente.
Que no te ha gustado la cabalgata, estás en tu derecho a
discrepar, de decir que ha sido un churro, que te gusta con más glamour... Pero
como si habláramos de la ceremonia de los Goya: cuestión de gusto. Dotar la
crítica de contenido político es hacer política. Y es legítimo también, pero es
otra cosa. Y dice más del que la hace que del criticado.
Y es que es obvio. Los reyes no son de verdad, son los
padres. Los únicos reyes de verdad son los que pretenden fingir una
actualización al ritmo de los tiempos. Los que se casan con periodistas o
modelos, los que se visten de diario y se pasean entre las multitudes.
https://twitter.com/jzamorabonilla/status/684518571867815937
ResponderEliminarY de ahí viene lo del negro del whatsapp?
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