Es evidente que lo más presente es lo más difícil de ver. Lo
que damos por asumido es lo que pasa desapercibido en el día a día. A menudo
sólo somos capaces de distinguir su ausencia, un día no está, queda un hueco en
el paisaje y sólo entonces nos acordarnos de que ahí había algo. En otras
ocasiones, ni siquiera advertimos la ausencia. Tradicionalmente se dice que un
pez no sabe que vive en el agua hasta que lo sacamos de ella. La espectacular
ingenuidad del artista Christo cuando cubría el Reischtag basa su efectividad
en cubrir lo evidente.
La sociología más sugestiva para mí es precisamente la que
explicita, pone en negro sobre blanco, aquello que es tan habitual que no
necesita ser cubierto para pasar desapercibido. Lo que parece natural y es sólo
fruto de una costumbre, de unas prácticas tan repetidas que se automatizan
socialmente. Cuando uno estudia los secretos desde el punto de vista sociológico
acaba por pensar que todo puede ser objeto de ocultación, pero se da cuenta de
que lo más oculto no es lo que se guarda en el fondo oscuro de un armario, sino
lo que está más a la luz. Uno se ciega más al mediodía mirando al sol,
precisamente cuando hay menos sombras.
Bien lo sabía Edgar Allan Poe cuando elaboró ese relato de
precisión que era La carta robada.
Arsenio Lupin sabía, mucho mejor que Lacan, que lo oculto es precisamente lo
que tenemos delante y que todas las maniobras para ocultar no hacen sino darnos
pistas de su importancia y, por supuesto, nos marcan con tinta muy gruesa, el
escondite.
Hay también una ceguera más irritante por cuanto se pone
delante de nuestros ojos, literalmente. Es la de aquel señor altísimo que ocupa
la butaca justo delante de nosotros. No desea dicho sujeto ocultarnos a
propósito ningún asunto. No tiene intención de nublarnos la vista y no dejar
resquicio alguno de la pantalla de cine. Algunos son del tipo de personas que
cuando alguien protesta o sugiere una organización distinta del público en la
sala, protesta y bufa: ¡pero si yo estoy bien! Si siempre ha sido así… Son las
personas que han gozado invariablemente de un privilegio y lo tienen tan
asumido que piensan que es la naturaleza de las cosas.
Es la metáfora que se me ocurre cuando veo los privilegios de
la Iglesia Católica en España. Llevan tantos años abusando de una posición
dentro del Estado que piensan que debe ser así, que una religión, concretamente
la suya, es la única que debe figurar en las instituciones y a la que se debe
pedir opinión obligatoriamente sobre las cuestiones en las que se considera
autorizada. Las relacionadas con la reproducción claman al cielo, nunca mejor
dicho. La religión, que trata de la relación íntima de un individuo con la
divinidad, pugna por ocupar lugares públicos, pero con la pretensión de
representar a la única mayoría importante de sujetos.
La discriminación de la mujer es otro caso alarmante. Es tan habitual
que se hace invisible como el aire que respiramos. En un anuncio de unas
maquinillas desechables uno de los candidatos para un puesto de trabajo se da
cuenta de que todos los consejeros están calvos, así que corre a afeitarse la
cabeza y así tener cierta ventaja sobre sus competidores. Cuando se abre la
puerta para la entrevista, mira con superioridad al resto de candidatos. Sabe
que tiene muchas más posibilidades porque los entrevistadores se van a sentir
identificados. ¿A nadie le ha parecido sospechoso que todos sean varones?
Si hombres y mujeres estamos repartidos a la mitad, no creo
que peque de suspicaz al escamarme cuando veo que los puestos directivos en las
empresas están ocupados en su práctica totalidad por hombres. No sólo porque es
un mundo de hombres, con reglas de hombres, es por una discriminación efectiva
hacia la mujer. Pero es curioso como hay muchos –y muchas– que se indignan con
las cuotas. Dan por sentado que habrá hombres muy cualificados que se queden
fuera para dar paso a mujeres por el sólo hecho de serlo. ¿Es que no debe haber
la misma proporción de mujeres preparadas?
Es algo tan habitual, tan común que la mayoría de las veces
no somos conscientes de este sesgo. Consideramos “normal” que sea la madre
quien acompañe a los hijos al médico, la que se encargue de ciertos menesteres.
(Menos la cocina, que ahora hay muchos cocinillas adictos a la creatividad
culinaria.) Pero, si hay una distribución anormal de hombres y mujeres en los
distintos escalones sociales es que hay “algo”, una fuerza externa que
modifica, que deforma el acceso. Debemos pues, compensar esa fuerza “ciega”,
inadvertida pero muy eficiente, que niega a las mujeres, mitad de la población,
ser la mitad de las posiciones de decisión.
Muchas mujeres, en especial de ideología liberal o
conservadora, están orgullosas de haber alcanzado un puesto en la vida sin
necesidad de cuotas o ayudas. Olvidan también su posición de privilegio de
clase, las ayudas que muchas otras mujeres no han tenido para compensar la
desigualdad en el acceso a los puestos directivos. Todos vemos claro, con una sonrisa, el golpe de mano del candidato en la entrevista, pero nos negamos a aceptar que exista ninguna simpatía entre varones. Entre calvos sí.
Los caminos de la indignación son inescrutables. Hay quien se
indigna por el uso del “alumnos, alumnas” cuando es de buena educación decir el
tradicional “señoras y caballeros” mientras comen viendo las noticias por
televisión de la enésima mujer asesinada por su pareja. Se apela a la libertad
de conciencia para continuar la misma senda que hace años parecía completamente
pasada y volvemos a cometer las mismas puerilidades y conformidades.
Un artículo muy trabajado y que avanza mucho sobre la posición actual de la mujer en la sociedad, que cree estar en igualdad de condiciones con el hombre, pero no, hasta desde los medios de comunicación visuales se nos están ofreciendo imágenes que dicen lo contrario, y las aceptamos. Igualmente, es constatable el hecho de que los anuncios de coches son protagonizados por hombres, como si la esencia de un vehículo respondiera en potencia, calidad y superioridad en función de la condición masculina. Tan solo algunos anuncios de coches de ciudad los protagonizan mujeres. Son tantas las expresiones diarias que podemos observar y que delatan la desigualdad existente que la sociedad nos muestra del papel del hombre y la mujer.
ResponderEliminarLo más llamativo es la cantidad de mujeres que, simplemente, no lo ven. Especialmente en los jóvenes. Gracias, Rosa, como siempre por tus comentarios
EliminarHay mucho camino aún por delante. Tengo una pareja que desde el primer minuto asumió su responsabilidas como padre y exigió su cuota de crianza. Se peleaba por cambiar a sus hijos el pañal, bañarlos, darles de comedor, vestirlos, etc...si me voy al trabajo, lo hago con total tranquilidad y cuando llego, ha puesto lavadoras, ha recogido la casa, ha guardado la ropa y me encuentro una ensalada. Pero sé que no es lo normal. Tenenos un acuerdo tácito y equilibrado. No tengo que dejar órdenes en post-it, ni la comida hecha, ni la ropa de los niños preparada.Tampoco critico cómo viste a los niños. Es su padre y tiene derecho a vestirlos como.le dé la gana.
ResponderEliminarEfectivamente, eso debería ser la regla y no la excepción. Queda mucho por cambiar. Gracias por tu comentario y enhorabuena.
Eliminar