La periodista y poeta Isabel Marina ya se había
dado a conocer en diversas antologías y ahora Ediciones Camelot
lanza su primer poemario. La poesía de Isabel Marina adopta
múltiples matices dentro de unos temas principales sin perder
intensidad. Sus versos adoptan la sencillez de las palabras y las
estructuras, mientras que la sutil arquitectura de las ideas
despliega los argumentos a través de los versos. El volumen se
dispone en tres partes, “Como pobres diablos”, “Esta ceniza
seca” y “Somos fulgor” en las que podemos intuir una narrativa
que va desde el desconcierto (“Y yo,/ con acero en los labios,/
sigo buscando,/ buscando a Dios”, I), a la incomunicación y a una
especie de renacer pleno de lucidez, energía e ilusión. En el
fondo, no está ajena la simbología de la vida (como sufrimiento),
la muerte y la resurección.
Isabel Marina es una apasionada de la poesía.
Entre sus raíces es imposible negar la influencia explícita de
Emily Dickinson y la reivindicación de Leopoldo de Luis, pero ese
romanticismo va parejo a la poesía combativa de Blas de Otero, la
reflexiva de Julio Mariscal, Luis Rosales, José Luis Hidalgo y la
utilización expresiva del surrealismo de Lorca (XLI, el “piano de
nieve”, XLI). La alternancia del verso libre, blanco y la rima
elegante confiere un tono cercano que no resta profundidad a las
palabras de Isabel Marina.
La primera parte comienza con una invocación: “Y
yo, / con acero en los labios, / sigo buscando, /buscando a Dios”
(I). La soledad, la angustia dota a estos poemas de un tono
cernudiano. La incomunicación, ese acero en los labios, es quizás,
uno de los temas principales de estos verso.:: “Nuestro afanes son
inútiles. / Nuestra vida, apenas nada.” (IX). El conocimiento, la
lucidez sólo es conciencia de lo terrible, del invierno que asesina
a la primavera (X). La vida es un sufrimiento del que querríamos
huir.
En la segunda parte el paseo por la vida mata,
poco a poco, sin que nos demos cuenta aunque el poeta es muy
consciente de ello. Continúa la incomunicación, como en el poema
XVI, con ecos de Sara Teasdale, “Respiro y te busco. / Desde los
mármoles, /te llamo. // con el corazón asfixiado / y las agujas de
mis labios, / con mi vientre / yo te llamo”.
El espíritu del haiku está presente en la
manera en la que se mira al paisaje, especialmente el natural, el
bosque, la playa, el mar, los árboles, las cuevas, los espacios
cerrados que aparecen junto a entornos urbanos (“Van muriendo las
luces de la nueva urbanización”, XXII), y a los ambientes de la
intimidad.
“Somos polvo en el camino / de una realidad inconexa” (XVII)
Predomina la primera persona, aunque también se distancia con la tercera e interpela con la segunda. Enumeraciones de sintagmas como pinceladas impresionistas, detalles que componen un cuadro. Las referencias pictóricas son explícitas en XXXIII (“Lienzo de hiedras fugitivas) y XXXI (Los árboles destrozados / nos acusan con sus ojos, / en este inmenso corredor / que lleva al cuadro final.”). Aliteraciones elegantes: “Devoro besos salobres” (XXXII).
Poderosas metáforas de la incomprensión: “y
nos damos la espalda, desvanecidos, / como fósiles tallados en
ámbar” (XIX); “nuestro lecho es una alfombra / devastada por el
hielo” (XII); “Las palabras son la lluvia / que nos quema por
dentro” (XXIII); “Tormentas de silencio / devastan la alameda”
(XXIX).
En la tercera parte despierta la rebelión, la
ira y la ilusión, la rabia, un optimismo más patente: “Ya ha
llegado el tiempo / de sentir la lluvia, / de liberar mi nave”
(XXXVIII). El tono que predomina es el del himno para conseguir las
fuerzas con las que alzarse, hacerse con el control de la vida y
continuar el viaje con esperanza.
“Las olas combaten
los malos presagios.
La arena ilumina
nuestros cuerpos
dormidos.
Seremos al fin libres,
criaturas en paz.” (XLII)
No está sola y aunque sigue siendo consciente de la muerte y la destrucción, siente que le acompañan:
“Me observan
mis seres queridos
los que se fueron
pero no se han ido,
porque escucho sus
pasos,
porque nada termina” (XLI).
Este delicado e intenso poemario concluye de una manera muy zen:
“Nubes plomizas
en el interior.
Derviches que giran.
Son cuatro estaciones:
Nacer, crecer,
sentir, morir
...
Pronto, otro día.
En nuestra mirada,
rescoldos, fulgor” (XLV)
Por la reseña que nos pones y por los textos que incluyes me llama mucho la atención. A por ella. Gracias por tus siempre deliciosas recomendaciones, mi querido amigo.
ResponderEliminarJavier, te agradezco profundamente tu lectura y crítica de mi libro. Un gran abrazo
ResponderEliminarHa sido un placer intenso, como el del chocolate. Adictivo.
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