La inteligencia artificial nos ofrece un campo de análisis muy interesante. En cierta forma es como aquel estado de naturaleza que postulaban los filósofos para justificar sus prejuicios y desarrollar sus hipótesis. Por un lado, tenemos quienes consideran los estudios en IA como una forma de comprobar cómo funciona el cerebro humano, es decir, pretenden imitar la actividad de la mente humana a través de la imitación en los circuitos de un ordenador. No es de extrañar, el paradigma cognitivo de la psicología entendía la propia mente humana a través de la metáfora del ordenador. Una pescadilla que se muerde la cola. Sin embargo, también nos brinda la oportunidad de buscar alternativas en el desarrollo de la inteligencia, de estrategias y algoritmos distintos a los que los humanos tenemos. Mejorar algunas rutinas o avanzar en cálculos, evitar los prejuicios y los vicios que tenemos los humanos a la hora de pensar.
En marzo de 2016, Microsoft desarrolló un bot al que llamó Tay para que conversara en la red Twitter. Fue diseñado con la mentalidad de una joven de 19 años. Había sido programada para evitar temas polémicos mediante una serie de respuestas corteses, pero sin implicación. A las 16 horas de su lanzamiento tuvieron que parar su funcionamiento porque estaba mandando comentarios soeces, de alto contenido sexual y de marcado corte machista y racista.
La polémica estuvo servida. Las explicaciones nunca han terminado de resultar satisfactorias. Unos dicen que era normal que terminara por repetir este tipo de mensajes puesto que estaba programada para imitar. Otros sospechan de un ataque de hackers organizados para sabotear al bot, valga la redundancia. El caso es que no deja de ser una interesante metáfora del comportamiento social humano dentro y fuera de las redes.
Una de las consecuencias más inquietantes de la época de las redes y la multiplicación de canales de información es la creación de guetos ideológicos. Cuanto más concienciado esté el ciudadano, es más probable que tenga delimitadas sus fuentes de información: periódicos, canales de televisión, bloggeros, grupos… que no hacen sino reforzar sus posiciones ideológicas. Eso no significa necesariamente que las posturas se vayan a los extremos. También podemos encontrar un radical punto medio. La equidistancia entre dos posturas polémicas se convierte también en un continente ideológico, con sus afiliados y sus razonamientos que se repiten y a los que se recurre en cualquier situación.
Pongamos por ejemplo el tema del feminismo. Tan enraizados están los grupúsculos machistas que insultan en masa a las cuentas de Barbijaputa, como las redes feministas que denuncian los acosos sexuales en las fiestas populares, como, y es lo interesante, la legión de quienes no están ni con unos ni con otros, que no son ni feministas ni machistas, que creen en el ser humano. El peligro, desde luego, está en la prácticamente nula capacidad de conversación que lleve a un punto de resolución de los conflictos. Cada grupo se informa en sus caladeros y niega a los contrincantes.
No estoy diciendo que todos los grupos sean igualmente intransigentes, bárbaros o intolerantes. Ni que todos tengan la misma proporción de razón en sus posiciones. Como en otros temas polémicos, el terrorismo, el nacionalismo, la libre empresa, el turismo masificado… es probable que unos tengan más razón que otros. Los defensores del terrorismo nunca lo tendrán por mucho que denuncien los abusos de la policía. Por ejemplo.
Últimamente se ha puesto de moda el término “cuñado” para ese “sentido común” que, en realidad, defiende posturas muy conservadoras. Pretende tener una distancia crítica de ambos extremos, pero, en el fondo, acaba siempre tirando para defender el statu quo. Hay cuñaos literales y partidos políticos marcados por esa marca. Suele tener respuestas para todo, en especial, los temas polémicos. El caso del bot Tay me ha recordado estas estrategias. Respuestas acomodaticias para evitar problemas en las interacciones sociales.
El caso es que, como en el caso de Twitter, estos discursos terminan por escorarse hacia posturas racistas o machistas. La presión social tan agresiva que se ejerce, sobre todo, la que cuenta con siglos de tradición termina por inclinar el espejo y por sugestionar hacia ese lado oscuro que tenemos en las sociedades. No ha sido significativo, por lo visto, los tentáculos del lobby rosa o de las todopoderosas feministas. El paisaje de fondo se tiñe de sexismo y discriminación.
En estos momentos, pues, no caben equidistancias. Hay que tomar un partido consciente, valorar los discursos, rechazar las consignas y tratar de pensar por uno mismo. Y andarse con ojo, no vaya a ser que pensar por uno mismo acabe siendo imitar a las masas de trolls retrógrados de menos de 20 años.
Magnífico artículo, con tu permiso lo voy a compartir.
ResponderEliminarGenial exposición y gracias a el que he conocido el tema del "bot".
Muy, pero que muy interesante y de total actualidad.