lunes, 18 de junio de 2018

La legitimidad de la derecha



La escena es muy conocida, pero quizás no tanto sus implicaciones morales y políticas. Sarabi acaba de darle un heredero al gran Mufasa. Rafiki, que hace de sacerdote, unge al pequeño Simba como heredero y lo presenta al pueblo que le rinde pleitesía. Todos se arrodillan y se produce un rompimiento de gloria (qué término más bonito para nombrar al rayo de sol que se cuela entre las nubes). Esta no es ni más ni menos que la ceremonia de unción regia de los pueblos germánicos que acabaron con el Imperio Romano. La historia se tuerce cuando el malvado Scar planea acabar con el rey legítimo y su heredero, al que aparta con malas artes. El reinado del traidor no acarrea sino desgracias a su pueblo, no hay sol, se secan los ríos, los animales pasan necesidad e impera la rapiña. El orden se restablecerá solo cuando Simba, el legítimo rey León, derroque a su malvado tío y ocupe el trono que le correspondía desde el nacimiento. La naturaleza volverá a la prosperidad, el sol y la vida volverán a su curso.
                Esta historia es, entre otras muchas cosas, una lección moral sobre quiénes deben ejercer el gobierno de un país. No trata de defender la democracia y el poder del pueblo soberano, sino de inculcar que hay unos reyes legítimos mientras que otros no lo son y que la paz y la prosperidad no dependen de la actuación de los gobernantes (ni siquiera de los gobernados), sino de que el cargo lo ocupe el que nace predestinado para ello.
                Con la derechona pasa algo parecido. Se creen que ellos son los únicos con cualidades para gobernar, más aún, creen que son los únicos con derecho a ocupar los cargos. Piensan que si otros se encargan de dirigir las instituciones, llegará el caos y todas las desdichas pesarán sobre el pueblo. Y no solo porque sean los más adecuados, es porque la naturaleza (y Dios) los ha puesto en la Tierra para gobernar. Todos los demás son interferencias malvadas. Al principio de la democracia, intentaban disimular su tendencia y se apuntaban al centro para renegar de los contactos con el franquismo. Cuando llegó Aznar se pasó el complejo y con el tiempo su desvergüenza fue completa, ya no necesitan disimular sus simpatías por el generalísimo.
                En parte es la arrogancia de quienes alzan el dedo y te avisan, “usted no sabe con quién está hablando”, y en parte, porque ven ilegítimo cualquier procedimiento que otros utilicen para llegar al poder. No se sienten con la obligación de deslegitimar el golpe de Estado de Franco en el 36, pero sí de sembrar las dudas ante la moción de censura de Pedro Sánchez, aunque el procedimiento esté regulado en su sacrosanta Constitución y ellos la hayan utilizado en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas.
                Con Zapatero sucedió algo parecido. La gestión torticera de los atentados del 11 de marzo movilizó a una parte importante del electorado que había tirado la toalla. Pero eso no sirvió de obstáculo para que durante toda la legislatura siguieran insistiendo en un complot de los socialistas con Al Qaeda. El patrioterismo de banderas no les cortó para echar leña al fuego durante los años de la crisis que gobernó Zapatero. Ellos, que tienen devoción por las agencias de calificación que sistemáticamente desprestigiaban a España, no pararon de crear inseguridad y mala fama. Luego pedirán lo contrario. Pensaron, sin duda, como los guionistas de El rey León, que si gobernaba Scar/Zapatero nunca acabarían los malos tiempos y que, mágicamente, todo se resolvería cuando el legítimo sucesor del gran Mufasa/Aznar tomara las riendas del país, Simba/Rajoy, sin necesidad de hacer nada, dejando el tiempo pasar.
                Esta mentalidad es la que se traslucía en las famosas declaraciones del expresidente Matas a Jordi Évole sobre los contratos del Instituto Nóos. Era innecesario un concurso de proyectos, bastaba con confiar en Urdangarín solo por ser quien era, el yerno del rey. No hacía falta ninguna otra garantía. Esta gentuza no cree que está robando o estafando, actúan con la impunidad del que asume que el Estado les pertenece.
                El clasismo del que participan es el que considera que es más importante destinar dinero a salvar a la banca que a las personas. No solo es cuestión de que los intereses financieros les presionen, o que ellos mismos tengan provecho directo en este tipo de negocios, es que les parece impensable no hacerlo. No les tiembla la mano para negar a miles de personas en riesgo de muerte el estatuto de refugiado. Solo son números aquellos desahuciados de sus casas, aunque todos tengan rostro y muchos años a las espaldas. Son capaces de mover Roma con Santiago para hacer un favor al hijo de, a la madre de, sacan la chequera y los indultos para los que de verdad importan. El resto, no. Ellos tienen que aprender la lección, no podemos socorrer a todos, no podemos permitir que los bancos se queden sin cobrar las cuotas de las hipotecas…
                Su manera de entender el mundo incluye una exhaustiva clasificación de las personas según importancia, que suele coincidir con la clase social y la riqueza que manejan. Su prepotencia al mirarse al espejo es inverosímil. Ninguno se cree deudor de nada, han llegado a sus puestos por sus cualidades específicas, aunque tengan el mismo apellido que el fundador de la empresa, aunque hayan podido costearse toda la formación que fuera necesaria. Ven como aprovechados del sistema a los que no pueden simplemente costearse un máster, mientras que hacen todo tipo de tropelías para conseguirse uno. No es sólo hinchar un currículum, es que amenazan, mienten y cometen delitos de falsedad documental con tal de seguir con su mentira. Porque ellos son así, ¿quién es nadie para oponérseles?
                El mundo tornará catástrofe porque los socialistas han formado gobierno legalmente, porque la legitimidad sólo está en la lista más votada, dicen. Y lo dicen porque ellos, ahora, son la lista más votada, pero ni por asomo tienen la mayoría de los votos. Es connatural a su existencia el puesto en la Moncloa, en los ministerios, en los consejos de administración, en los ayuntamientos… Todo lo demás es traición a la patria y caos. Como son los conservadores, ellos son la patria.
                Por eso es que no me gustan las patrias.

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