Muy de agradecer
la labor que, desde la república independiente de Bruklyn, viene realizando
Hilario Barrero con estos Cuadernos de Humo. Y más, en casos como este, donde
se saca a la luz joyas que, de otra manera, hubieran quedado muy poco
conocidas. De la edición de esta antología se encargan Antonio del Camino y
Antonio Cruz Romero. Las ilustraciones, como es habitual, son de Hilario
Barrero y las fotografías de Johnny Galet.
Ramos, Antonio Rubio,
José Pulido Navas, Jaime Olmedo Ramos y Manuel Argaya. El primero traza su
trayectoria poética, el segundo, la vital. El resto se encargan de palabras de
agradecimiento al poeta y a la persona. Los dos últimos, además inciden en su
labor de historiador. La primera consideración es obligada, el lamento por el
desconocimiento del gran público hasta este poeta (historiador y profesor) de
larga trayectoria (49 años en poesía), que comenzó en 1970. Ángel Ballesteros
nació en Toledo y realizó sus primeras investigaciones en Barcelona. Se
traslada a Talavera de la Reina, donde comienza una importante labor como
investigador de las fiestas de las Mondas. También son notables sus
aportaciones a la historia de la ciudad de Talavera. A modo de introducción, las
palabras preliminares de Antonio del Camino, Alfredo J.
Precipitada sangre es su primer libro y está dedicado a la cercana
experiencia de paternidad de su hija Eva. A partir de entonces, la muerte, el
paso del tiempo, la celebración del amor son algunas de las constantes en la
poesía de Ángel Ballesteros. Breve, pero muy densa es esta antología en la que
se agradecen las introducciones, que presentan pero no pretenden un estudio
pormenorizado de la poética del autor. Los poemas están dispuestos por el orden
cronológico de los libros en los que se encuentran. En Precipitada sangre, la ilusión se desborda (“¡Tengo prisa de
enseñarte tantas cosas!”) y la aprovecha Ángel Ballesteros para reflexionar
sobre las costumbres, la vida, la esperanza: “Es ley de vida: A amar se aprende
amando”. Puede ser lacónico a veces, otras, se deja llevar por esa conversación
con su futura hija, lo que nos permite acercarnos a su machadiando interior: “Y
ahora me toca hablar sobre mí mismo. / Enmarcar el color de mi palabra / Me fío
de la gente porque la gente es grande /…/ Yo busco corazones / donde dejar un
gramo de esperanza”.
El segundo libro, No sabe la muerte que se llama muerte,
está marcado por la enfermedad y la muerte de la madre del poeta. Las
conexiones con Cesare Pavese y de José Luis Hidalgo. Por supuesto, Heidegger,
“Dios escribe en el barro una sonrisa, / un llanto, una palabra, / lo denomina
anda, lo llama hombre” (El hombre es un
ser para la muerte). Se añaden nuevos paisajes. Entre los seleccionados,
Barcelona, Pisa, Venecia, Rávena… que sirven de excusas para hablar del destino
y la muerte, “¿Acaso no es la muerte el amarte y amarnos?” (Venecia era así como…). Inevitablemente,
a la reflexión sobre la muerte y el destino del hombre se tiene que unir un
pensamiento sobre el tiempo: “Al pasado nos une una escala de espuma” (Si acaso la nostalgia).
“Vivir
sería entonces,
un
galope abundante
que inunde nuestra muerte de recuerdos” (Vivir será entonces)
Como tuvo la sangre ilusiones continúa ahondando en los temas
esenciales del poeta. Puede ser más
escueto en ocasiones, con versos más cortos, aprovechando los objetos
cotidianos como en el libro anterior aprovechaba los lugares lejanos. “Hoy me
vino tu historia / en la pintura azul / de una jarra de olvido” (Azul de jarra recuerdo), “Dar cada día a
la noria que gira / para saber la huella que leeré en los ojos” (Contrapunto).
Es tentador querer ver la trayectoria vital del poeta a través de
sus versos. Que también, en cierta forma es seguir nuestra propia trayectoria.
Acordarse de sentir lo que ambos hemos sentido, lo que ahora sentimos.
En Igualada derrota, Ángel
Ballesteros aborda el amor de una pareja por la que va pasando el tiempo: “De
pronto, se me ocurre, / pienso, me levanto, / necesito decirte. / Sólo
encuentro espejo”. La igualada derrota se aplica, por supuesto, al propio yo, “Creo que busco algo / dentro del ansia
de lo que aún no veo / y sin embargo es tu nombre como ancla / en la inútil
huida / del amor que no muere”. Una reflexión sobre el amor tras muchos años,
en su aspecto más espiritual y más carnal.
“Si
al amor le quitáramos el juego de los labios,
seguirías,
amor, siendo ojiva de sueños?
…
¿Si
el cuerpo no gritar al ardor de la sangre,
seguirías,
amor, despertando luceros?
Se
han roto las esquinas preguntando
y me encuentro en las manos con
tu sueño”
Por
eso acaba preguntándose:
“¿Qué queda del amor? ¿Para qué sirve?
…
Yo quisiera quererte como antes,
justificar de nuevo mis latidos,
acrecentar los brazos con el
ansia,
escribir y tallar sobre tu cuerpo
esa palabra, AMOR, esa palabra”
Triunfantes en el tiempo es la respuesta a las cuestiones
anteriores sobre el amor: “Comienza cada día una historia / la misma historia y
sin embargo nueva. / Vivir y compartir / todos nuestros relojes” (Canto de entrada). Es una respuesta
afirmativa, que no triunfante, del sosiego y la calma, conscientes ambos
amantes de su identificación: “Sin ti solo soy sombra en movimientos, / contigo
soy muralla a cal y canto”.
A veces, puede tomar el tono de
las canciones populares medievales, o puede tener ecos de Bécquer o Pedro
Salinas. Sin embargo, y por encima de todo, sigue siendo una “palabra en el
tiempo”: “El tiempo proseguía su andadura / de golpes: nosotros, eternos,
quietos / repetíamos los compases de una / sinfonía con dúo de latidos. / En el
amor, ¿verdad? se está, / no existen los caminos” (Precisiones en el recuerdo
cuando el amor tiene las doce).
Se completa la antología con
algunos poemas de sus libros Versos y circunstancias I y II, en los que Ángel
Ballesteros recopiló aquellas otras obras poéticas que no estaban dentro de su
libros anteriores y que realizó con motivo de algún evento concreto (de ahí el
título). La musicalidad es distinta, el arco temático, más amplio. Están,
paradójicamente, por encima de las circunstancias. Se incluyen poemas más
descriptivos (“Cada día el álamo / despierta su reflejo / sobre el río”), más
del momento (“Igual que a la ventana se le puebla / enmarca el paisaje / hoy me
vienen los árboles a los ojos / que solo corta el vuelo de los pájaros”), de
reflexiones variadas: “Pero volver no es maldecir la orilla, / es más bien
saborear la ausencia / de lo que fue presente y viste ahora / ese pálido son de
los recuerdos”.
“La
muerte vino y se llamó tu nombre.
Cada
golpe de tierra
era
un latido ausencia,
cada
rosa era un grito
que
lágrima fluía,
pero
no hemos quitado,
madre,
tu nombre de la mesa
porque
tú estarás en cada tiempo y cosa
que
estrenemos nosotros en la sangre,
quizá
pensemos
que
estás durmiendo ahí,
roto
el cansancio
y
que luego
rezaremos
un beso en tu frente.
Nos
has querido mucho
para morirte pronto.”
Te agradezco mucho este texto. Más que por Cuadernos de Humo por la poesia y la persona de Ángel Ballesteros. Muchas gracias. Abrazos.
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