El volumen está dedicado a Juan
Carlos Rodríguez, cuya sombra planea durante todo el libro. Es indudable la
influencia que ha tenido en un sector importante de la universidad granadina
este teórico de base marcadamente marxista. Otros también presentes son Homi
Bhabba, así como Michel Foucault en su repaso a los pensadores de la modernidad
y la posmodernidad.
Este
ensayo ha sido blanco de la crítica al llamado French Touch en el
estilo literario. La complejidad expresiva es denostada por académicos que
propugnan un lenguaje sencillo, restringiendo el uso de oraciones subordinadas
y terminología ultraespecífico, por el riesgo de mal uso y complicación
innecesaria del lenguaje. Se pretende evitar
la tentación de parecer profundo y complejo el pensamiento, cuando en
realidad sólo es un lenguaje pretencioso y artificialmente complicado (Bassi Follari, 2017), cuando no fraudes como el que
denunciaban Sokal y Bricmont (1999) en su famosa polémica. Realmente no hay por
qué renunciar a las posibilidades expresivas del lenguaje en el mundo
académico. Los científicos sociales no tienen por que ser autistas que no
comprenden las connotaciones del lenguaje, y tampoco deben ser estudiantes
ineptos que no sepan enunciar y comprender oraciones subordinadas.
El
segundo de los riesgos es la escolástica marxista, que hace gala de saber de
antemano que el resultado de la investigación es demostrar que la literatura de
una época es el fruto de la lucha de clases de su época. Un cuento del que
sabemos el final antes de empezar. Olalla Castro supera con creces esta tentación
y sus aportaciones al análisis de los discursos de la modernidad y la
posmodernidad.
La
propuesta teórica más interesante de este volumen es la de “entre-lugar”, un
espacio de tránsito, un “anti-espacio”, que está a la vez dentro y fuera. El objetivo
es utilizar este concepto para analizar la relación dialéctica entre Modernidad
y Posmodernidad desde un sentido crítico. Paul Ricoeur recomendaba la utopía (u-topos,
no-lugar) como el “lugar” privilegiado para comprender el presente y plantear
alternativas factibles y deseables. Este concepto fue propuesto por Homi Bhabba
en la teoría poscolonialista. En el término Tercer Espacio resuenan los ecos
renovadores del Tercer Estado y del Tercer Mundo, y aprovecha la dicotomía
colonizador/colonizado para una identidad híbrida: “un lugar donde es posible
articular un sujeto político capaz de oponerse al poder” (p. 15). Es, además,
por supuesto, una “herramienta deconstructiva, en el sentido más derriniano,
que, a fuerza de situarse en esa línea de frontera y tratar de transformarla,
desplace con ella todo el territorio que la rodea” (p. 16).
“Ese Tercer Espacio a explorar
habrá de reconocer, no sólo aquellas conquistas intelectuales plenamente
modernas que creamos dignas de ser rescatadas del olvido posmoderno, sino
también los aspectos de esa nueva episteme posmoderna que contribuyan a
visibilizar la explotación histórica de clase, de género y de etnia por parte
de una Modernidad que ha sido, ante todo, plenamente capitalista y monolítica,
y que liberen el lenguaje, permitiendo la inclusión de realidades hasta el
momento despreciadas o no reconocidas (al negárselas el estatuto de verdad) por
el inconsciente hegemónico moderno” (p. 39)
El
debate es una actualización del debate del romanticismo: las mismas ilusiones y
las mismas condiciones materiales provocan un romanticismo revolucionario
liberal, y otro romanticismo conservador. Hay un posmodernismo de reacción y
otro de oposición, aunque Habermas los califique en su conjunto como
conservadores. La oposición Modernidad / Posmodernidad no es tanta, nos
descubre Olalla Castro, ni para negar las diferencias que las hay, ni para
obviar las continuidades. Algo que ya sabíamos desde la Historia, por ejemplo,
cuando se señalaba lo medieval en la conquista de América (Tovar, 1970). Es
interesante contrastar la apreciación de Bruno Latour (2007) quien ponía de
relieve la insuficiencia en el cumplimiento del programa ilustrado e
importunaba sosteniendo que nunca hemos sido modernos: “Somos esos modernos
posmodernos, seres anfibios que habitan indistintamente en dos medios: lo
sólido moderno y lo líquido posmoderno, y que aún están a tiempo de construir,
con las herramientas que ambos «lugares» nos han otorgado, un hogar distinto”
(p. 17). Es ese carácter el que nos permite cuestionarnos constantemente, que
quizás es la lección más importante que aprendemos de la posmodernidad, siempre
que no caigamos en el relativismo nihilista: “La máscara, ese disfraz, esa
ficción sobre nosotros con la que cubrimos ese hueco, es precisa, necesaria
(bajo ella tan solo habría un vacío insoportable), siempre y cuando se sepa a
sí misma máscara y no quiera hacerse pasar por rostro verdadero, mientras no se
pretenda la única posible” (p. 163). Lo que podemos tomar de Olalla Castro es
practicar una crítica a la crítica, prevenirnos de la prevención, sospechar de
la sospecha. Porque no deja de ser la radical historicidad de nuestro
pensamiento. “Hurtar el lenguaje al poder y desmontarnos, deconstruirnos hasta
ser otros o, como mínimo, hasta hacer visible ese sistema que atraviesa nuestra
subjetividad y revolvernos de piel para adentro, en busca de una mínima fisura
por la que escapar” (p. 33) porque el temor que está detrás, el enemigo que se
esconde detrás de los discursos de la Modernidad y la Posmodernidad, es el
“lobo neoliberal”. Es necesario, como se hace en este ensayo, un análisis de la
terminología, los que defienden que es una nueva época y los que ven que la
Posmodernidad es sólo un barniz de la modernidad. La tradición de la modernidad
se asienta en la razón, el sujeto y el lenguaje como sus pilares (p. 283) y la
Posmodernidad, al cuestionarlos, ofrece “un potencial político-social
importante (…) por cuanto reivindica la pluralidad, la multiplicidad de
identidades, la visibilización de lo diferente y lo no normativo que la
Modernidad había arrinconado y excluido” (p. 173).
Lo
que no ha cambiado del tránsito entre la modernidad y la Posmodernidad es el
capitalismo que lo sustenta. No cambian las relaciones de producción ni el modo
de producción. Esta afirmación es quizás lo más cuestionable habida cuenta de
los cambios en el sistema productivo y de relaciones sociales de producción que
resaltan las comparaciones entre el capitalismo industrial dikensiano, por
ejemplo, del que denuncia Richard Sennett en El artesano (2009), donde
la identidad del propio trabajador se diluye en la precariedad y la
deslocalización. El punto más débil del análisis, que, como especifica en el
subtítulo, se queda sólo en el nivel del discurso. Los argumentos de Olalla
Castro funcionan bien en relación a los metarrelatos. Habría que ver si
realmente cambian las relaciones sociales de producción, como están advirtiendo
muchos teóricos, que hablan del fin del trabajo asalariado. La crítica a los
juegos del lenguaje legitimador se articulan en torno a tres conceptos, la
razón, en la primera parte, constatando las continuidades y discontinuidades
del pasado y el presente. En la segunda parte se analizan los discursos
referidos al sujeto, y toda la teoría acerca de la muerte del sujeto. La
revisión de conceptos y autores es muy completa y se encuentra bien articulada.
El pecio citado de Sánchez Ferlosio: “El niño que osó decir: «El emperador está
desnudo», ¡ay! Acaso también estaba pagado por el propio emperador” es entendido
en el sentido de que el pensamiento posmoderno no era sino el pensamiento
moderno por otros medios. Quizás el emperador no sea el proyecto ilustrado,
sino el capitalismo que aprovecha tanto la tesis (Modernidad Sólida) como su
antítesis (Modernidad Líquida). Por eso rescata el análisis marxista, el gran
perdedor de las luchas ideológicas dentre lo Moderno y lo Posmoderno. Nadando
entre las Modernidades críticas y las normativas, la posmodernidad triunfal y
la crítica.
Precisamente
es uno de los asuntos a los que dedica la tercera parte del ensayo puesto que
es una herramienta fundamental, sujeto y objeto: “Lo metaliterario se convierte
en un procedimiento acorde con el anhelo de ruptura propio de la literatura
enmarcada en la crisis de la Modernidad” (p. 270). En esta parte se interna en
el cuestionamiento del giro lingüístico para proponer un nihilismo constructivo
para forzar los límites del lenguaje, aprovechando la experimentación de las
vanguardias literarias que mostraron algunos caminos, como la multiplicidad de
puntos de vista para mostrar la multiplicidad del yo, así como la “lingüisticidad
del ser” (p. 259)
“Rearmando un pensamiento crítico
del que esa Posmodernidad triunfal, con sus exhortos a abandonar la
teoría y sus impulsos antiintelectuales, pretende alejarnos; recuperando la
fuerza y el vigor de todos los contradiscursos que en los márgenes de la Modernidad
normativa, pero sin pretender haberla abandonado, señalaban una posible
salida a la homogeneización del pensamiento, al imperio de los intereses del
capital, a la explotación de los seres humanos sobre otros, a la
irresponsabilidad, a la indiferencia con respecto a la suerte de los «otros»
del sistema, podremos sacar los pies del lodazal en el que el neoliberalismo,
la versión más perversa y totalizadora del capitalismo, hunde a cada instante
todo lo digno que como seres humanos hemos sabido imaginar” (p. 285-286)
Bassi
Follari, Javier Ernesto (2017): “La escritura académica: 14 recomendaciones” en
Athenea Digital, Vol 17 (2). Págs. 95-147. http://dx.doi.org/10.5565/rev/athenea.1986.
Latour,
Bruno (2007, [1991]): Nunca fuimos modernos. Buenos Aires. Siglo XXI.
Sennett,
Richard (2009): El artesano. Barcelona. Anagrama.
Sokal,
Alan y Bricmont, Jean (1999): Imposturas intelectuales. Barcelona.
Paidós.
Tovar,
A et al. (1970): Lo medieval en la conquista de América y otros ensayos
americanos. Madrid. Seminarios y ediciones.
Publicado en Intersticios Vol 13 (1) 2019
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