Miguel Catalán lleva preguntándose desde 2004 sobre la necesidad que tenemos los humanos de la mentira. con el afán que demostramos en nuestra búsqueda de la verdad parece inconcebible que sea indispensable el recurso a la mentira. No tanto para conseguir nuestros propósitos engañando al prójimo, lo sorprendente es la facultad que tenemos para mentirnos a nosotros mismos. A veces son buenas intenciones que nos obnubilan, otras veces reconstruimos el pasado para que nuestra integridad moral no salga demasiado perjudicada. Nos mentimos descaradamente a principios de cada año cuando hacemos promesa de ir al gimnasio o de aprender inglés. Nos engañamos como niños pequeños cuando comemos un bocado de más a escondidas mientras estamos a dieta. Maquillamos las pequeñas infamias que cometemos con los más cercanos.
Como sociedad también tenemos tendencia a engañarnos. La propia identidad como grupo social, como país, como tradición se basa en la fabricación de unos rasgos que deberemos compartir ocultando otros muchos que también nos identifican. Las identidades hay que trabajarlas afanosamente mediante símbolos, fiestas, emblemas y celebraciones que actualicen lo que se sitúa en un pasado tan remoto que no admite réplica. Otras veces nos anclamos a un pasado mítico que estructure nuestra vida social con la misma intensidad o mayor que la del horizonte de una utopía ilusionante. Son muy famosos los engaños que se han ido manteniendo a lo largo del devenir histórico y que han fundado imperios y justificado masacres.
La famosa Donación de Constantino era un documento en el que se relataba el arrepentimiento del emperador tras su conversión al cristianismo. Esta narración apócrifa justificaba la cesión del Imperio al pontífice Silvestre I, quien, lleno de humildad, la devolvía a las humanas manos del emperador, quedando, sin embargo, fuera de toda duda, que era el poder celestial quien otorgaba el poder terrenal. La autenticidad de la Donación ya se puso en duda durante la Edad Media, pero fue el humanista Lorenzo Valla quien demostró que era una falsificación. Este hecho no fue obstáculo para que el Papa se hiciera cargo de los Estados Pontificios y que fuera el encargado de nombrar emperador a Carlomagno. De la frustración de éste aprendió Napoleón para ser coronado por sí mismo. Sirvió también Carlomagno para que Hitler suspirara por un Tercer Imperio donde confluyeran los arios procedentes de la lejana India con la herencia griega. Todo un despropósito lógico e histórico de dimensiones trágicas.
El Preste Juan sirvió para alentar a muchísimos exploradores, aunque su existencia fuera bastante incierta. Hay multitud de referencias a países inventados que nutrieron las imaginaciones de miles de personas durante mucho, mucho tiempo.
La historia medieval no se entiende sin la ruta jacobea. Los reyes del reino astur-leonés no dudaron en recurrir a Santiago como luchador esforzado contra los moros. Una estrategia más de consolidación de los núcleos cristianos y justificación ideológica del cristianismo contra el infiel. La llamada Crónica Profética ayudó sobremanera poniendo un horizonte temporal muy cercano para la consecución del objetivo de expulsar a los ismaelitas de la antigua Hispania. Poco a poco se fue consolidando el mito de la Reconquista, identificando el antiguo reino visigodo (que no se correspondió con la Hispania romana) con los nuevos reinos, principalmente el reino de León y el reino de Castilla. Ni los habitantes fueron los mismos, como ya ratificaron Abilio Barrero y Marcelo Vigil, ni fue inmediato el recurso al mito de la pérdida de España. Pasó al menos un siglo hasta que los mudéjares huidos a la corte de Alfonso III recurrieran a la conexión entre visogodos y reinos cristianos.
Por otra parte, tan importantes fueron las luchas entre estos reinos cristianos entre sí como los que realizaron contra el Califato o los reinos de Taifas. Rodrigo Díaz de Vivar, el famoso Cid, lo mismo luchaba con unos que con otros, y ganó la plaza de Valencia para reconciliarse con el nuevo rey al que había acusado de matar a su propio hermano para hacerse con el reino de Castilla. Curiosamente el término España en el Cantar del Mío Cid se refiere más bien a Al-Ándalus, a la España musulmana. Los otros eran Castilla o Aragón. Con todo, la confrontación entre cristianos y musulmanes sirvió para estructurar una esencia de lo español en la que se identificaban los primeros con la herencia romana y se desechaba a los segundos como un mero barniz, pese a que en determinados lugares se habló árabe más tiempo que latín.
Por otro lado, asistimos con asombro a la creación de nuevos mitos, como el que identifica la Corona de Aragón con els Paisos Catalans. Sin duda se encontrarán documentos que avalen esta descabellada interpretación, pero no dejará de ser abusiva y especialmente útil a cierto nacionalismo separatista del siglo XXI. Las fronteras de los pueblos ancestrales se van moviendo como una cuna con ruedas, de Euskadi a Euskal-herría hay más de una provincia y media. Tartessos podría ser el origen del andalucismo mítico. El simple detalle de que esas realidades han sido inventadas a posteriori no significa que no sean necesarias y que no tengan repercusiones reales y legales.
La alianza de Dios con su pueblo sirve al imaginario sionista y al del Destino Manifiesto norteamericano. La política exterior de Estados Unidos no se basa en la famosa doctrina Monroe, “América para los americanos”, sino más bien que se arroga para sí la función divina de ser el faro de la libertad y la democracia que ilumine al mundo, la mansión en la colina cuyo ejemplo sigan el resto de las naciones. Es una constante en el pensamiento político que podemos rastrear desde el siglo XIX hasta los discursos de Obama o Trump. Sin embargo, pocos podemos creer en serio que ha sido la Providencia Divina quien ha realizado el encargo a tan joven nación, y nos inclinamos a considerar una excusa muy útil para salvaguardar los intereses de las grandes corporaciones a lo largo del mundo y una visión muy particular de la geopolítica.
Tampoco deberíamos extrañarnos de la intromisión de la divinidad en las vidas cotidianas. Constatadas en documentos hay innumerables apariciones que han propiciado la construcción de basílicas y catedrales, que han movilizado año tras año a los peregrinos. La fe mueve montañas, dicen. Los sociólogos prefieren hablar del Teorema de Thomas, “si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”.
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