Con prólogo de Antón Troches, Sin óbolos para Caronte, es quizás uno de los libros más inquietantes
de la poeta boliviana Ruth Ana López Calderón. Una concepción doliente del
poema que pretende “proyectarse en el sufrimiento del otro”. Estos poemas
parten de lo corporal, del sufrimiento físico para abarcar un sufrimiento más
esencial, más de raíz, más existencia. Sin embargo, “Aun cuando la aproximación
a la muerte es un acto necesariamente personal”, no se convierte en el
solipsismo, una poeta solitaria no es obligatoriamente una poeta centrada en su
propio universo. El silencio, uno de los temas que van transcurriendo entre los
versos es tenido como apertura, como lugar para la escucha. La escucha que
atiende, en primer lugar a la propia muerte. Con un poema emocionante, un poema
muy duro, con muchos matices y con una sombría belleza. La voz de la muerte que
fascina como el abismo:
“Aquí estoy con la máscara cubriéndome el
rostro
para no
espantarte, para que no salgas corriendo
/ … /
Una vez sofocado
el grito desde el interior
y las manos aladas
tapan la boca
–es la conciencia
que emerge de su grieta–
y exasperado
clama:
¿sabes lo que
es ser mujer y no poder serlo?” (Detrás
de la máscara)
La muerte no es la sombra de lo
pasado, es la nube que planea sobre el porvenir, que se rompe como un rayo
cuando llega la noticia y hay que asumir la muerte que llega: “No, no es fácil
/ aceptar esas palabras «no queda más por hacer» / … / Comienza el cuerpo su
abandono. / Y el espíritu, su rebeldía. / Y gritar, y se cruzan / y claman –un poco más de tiempo” (No es fácil). La muerte es una realidad
siempre presente: “Tal vez solo un fantasma que olvidó su muerte y aferrado a
los despojos, / se arrastra, gime y blasfema, / flota” (Tal vez). La muerte toma muchos rostros, muchas máscaras, una puede
ser la imposibilidad de alcanzar el vuelo de una mariposa (Monarca); puede tomar la presencia absorbente de quien no puede
rechazar su paso: “Vencida la mirada, anquilosada la sed, / sumergida en la
espera del no mañana / un muerto ya seco, / un cadáver ausente, / no hay esqueleto
a enterrar” (Luto). Ante esa sombra,
Ruth Ana López Calderón sabe que puede optarse por la inconsciencia (“Hay algo
macabro en el inconsciente / cuando muerto los espejos / en los que busca la
imagen y no la encuentras”, Inconsciente), la locura (“Voy a sumergirme en
trance de locura / buscaré la risa”, Lo
haré) y el delirio (La soga de mis
delirios). Un poco de locura para ser libres, sólo un poco.
El poema toma
corporeidad en objetos cotidianos, en la observación de la naturaleza, en las
percepciones concretas. La nada es un vuelo de golondrina, la muerte el de una
mariposa (Monarca, Llamada), vuelo del cuervo: “El cuervo
vuela a lo lejos, / la pluma sigue en mi mano” (El umbral). Poemas como Invierno
en Buenos Aires nos recuerdan que muchas muertes que son la muerte.
Encontramos en estos poemas intensos dos facetas: lo concreto contemplativo
frente a lo abstracto, las percepciones frente a los conceptos, la piel ante la
razón. En Obituario confiesa: “de
carne débil y enfermiza, ni la sombra del pasado / la que siento / doliente
hasta los huesos / la piel como pergamino viejo / y el dolor que nubla la
conciencia, / estrangula la esperanza; desintegra, / y mi alma se quiebra en un
gesto mudo”.
En un monólogo
interior, Anestesia, nos abre de
nuevo una rendija al abismo, de un lado la muerte, de otro lado la
inconsciencia. En un diálogo bergmaniano, la poeta se enfrenta: “Estoy reunida
aquí cara a cara con la vida y con la muerte / sumidas en una tertulia de solo
tres, como si más nadie” (Cara a cara con
la vida y con la muerte), poema largo y muy emocionante. “anda, suelta mi
mano y deja el alma en paz”.
Poca solución tenemos, “Ni una
sola palabra que pueda alejar la tristeza“(Ni
una sola palabra), un respiro en cuidados intensivos, “Solo 24 horas en
terapia intensiva van y vienen”. Porque, al final, sabemos que “Todo perece,
todo, todo” (Gira). Mientras tanto,
la incertidumbre y el dolor, la ilusión y el fracaso (“¿atrapa el haz de luz
entre los dedos, / cuando la luna invade por la ventana / acorralando su
belleza, esporas marchitas / no saben de alegrías, ni de roces?”, Haz de luz), seguir, momentáneamente,
vivo: “No, no puedo ser preciso: / no sé cuánto tiempo ha pasado, / solo el
calor de la sangre y el llanto de las venas / dicen que aún estoy de este lado”
(De este lado). Ruth Ana López
recapitula, “Nada es simple en la vida / solo la muerte” (La mazmorra).
En el fondo la
muerte es el todo, habría que explicarse qué es la vida, la condición de
extraño, como diría Efi Cubero, es la de vivir, todos somos expulsados a este
ser-ahí que no es nuestro y al que no pertenecemos: “Todos los espacios tienen
dueño / Todos los tiempos son vividos. / De otros, por otros y es el fin del
conjuntivo. / Intrusa la intención / La presencia y la voz también intrusas” (Intrusa). Sin embargo, por ahora, y, más
a través de la escritura, aún seguimos a este lado: “Aquí están los cántaros
llenos / ¿aún puedo beber algo de ellos? / o ha pasado el tiempo y queda solo
el recuerdo / del aroma y el sabor / en la seca boca del destierro” (Hexaedro en bemol).
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