domingo, 23 de junio de 2019

Una golondrina no hace verano


La sentencia del Tribunal Supremo sobre la autoproclamada “manada” ha suscitado todos los debates que se temían. Aunque no pudiéramos estar seguros de si iban a ser de un lado o de otro, porque con la Justicia uno nunca puede afirmarse de antemano. Estaba tan cantada la polémica que los argumentos estaban preparados previamente.
                Debo confesar que me congratulo con el fallo. Y más aún con la manera que tienen de confirmar lo que a muchos nos parecía sangrante. Tomando la primera sentencia resultaba a todas luces increíble que, describiendo los hechos probados con tantísimo detalle y rigor, no siguiera una consideración de violación. Sobre los hechos probados no hay ninguna duda excepto la del primer juez que encontraba jolgorio en el sufrimiento de la chica.
                Sin embargo, varios jueces en diversas instancias no vieron la agresión sexual, no vieron la violencia que a tantos nos parecía evidente. Eso motivó la indignación general y la multitud de manifestaciones de protesta. No estoy al tanto, pero me parece que en otras condenas por violación no se ha registrado tanta movilización general y feminista en particular. No solo es el apoyo a la víctima lo que ha agitado es la insensibilidad de la Justicia en las primeras instancias.
                Muchos aspectos del juicio me han resultado, al menos a mí, incómodos. Por ejemplo, que se admitiera como prueba de inocencia el comportamiento posterior de la víctima, como si fuera en detrimento de su testimonio el coraje para continuar con su vida lo más normalizadamente posible. Tampoco me gustó que se dieran a conocer los rostros de los acusados antes de la condena. Por simple precaución de inocencia. Y mucho más grave que se filtraran los datos de la víctima.
                Ahora, después del fallo, podemos alegrarnos de que la Justicia esté tomándose en serio la perspectiva de género. Es decir, la conciencia de las particularidades de este tipo de delitos. Creo que a nadie se le escapa la coacción si, en circunstancias parecidas, estos cinco tipos nos pidieran el reloj o el móvil, pero parece ser que hay que concienciar a una serie de jueces para que tengan esto en cuenta.
                Se está criticando mucho que algunos (Pablo Iglesias, por ejemplo) haya agradecido a las manifestaciones el cambio de sentido en la sentencia. Critican que podía estar dando pie a una justicia a la carta de las masas, a un linchamiento o a una prevaricación por las presiones sociales. Personalmente no lo veo así. Para empezar, me dio la impresión de que precisamente esas manifestaciones, esa presión feminista hizo que la primera sentencia fuera escrupulosamente pro reo, para no ser tachadas de influenciables. Una manera de demostrar la independencia de la sentencia es ir contracorriente y no condenar por agresión sexual. Es decir, un término medio salomónico entre la absolución y la violación. Y así felicitó un columnista ultraconservador por estos lares al juez que apostaba por la inocencia. Así que creo que la presión puede ser tanto a favor como contraproducente y eso es una prueba de la independencia del poder judicial.
                En cambio, sí me parece que han sido importantes las manifestaciones y la movilización social para que el Poder Judicial tome conciencia de la gravedad de la sentencia. Quizás sin estar en el foco mediático podía correrse el riesgo de dictar una sentencia demasiado a la ligera, sin la minuciosa jurisprudencia que de ella se deriva. No sería la primera vez. La sensibilidad social hacia ciertos delitos va cambiando y es lógico que se vaya transformando la legislación. En el ínterin, los jueces tienen que adelantarse a las nuevas sensibilidades. Un ejemplo sangrante es la que deriva de la Ley Hipotecaria, que tiene más de cien años y que no se ajusta a las nuevas realidades.
                Lo que tiene poca justificación es la de cierto juez famoso por ser apartado de la judicatura precisamente por prevaricación en estos temas. Es una vergüenza que ni su propio partido está por permitir. Sin embargo, seguirá ahí y seguirá condicionando la política de la Comunidad Autónoma de Andalucía.
                Vergüenza también de las televisiones aprovechando la polémica para llenar minutos dándole voz a un abogado que ha procurado mantener un espectáculo en el que los violadores se convierten en víctimas de juicios paralelos. Y, aunque algunas presentadoras le recriminen sus declaraciones, ahí quedan, en horarios de máxima audiencia.
                Por lo demás, seguirán las cabriolas incoherentes de quienes solicitan mayores penas para los violadores, pero se niegan a condenar esta violación. Los que temen más a las feministas que a los violadores y temen que su hombría no les permita diferenciar unas relaciones consentidas de unas forzadas y más aún que una chica despechada les pueda acusar de cualquier despropósito. En estos casos, no sé si tienen costumbre de emborrachar, ir entre varios, quitarle el móvil y dejar a la chica medio desnuda abandonada en un portal. Si esto nos son pistas claras. Lo tenemos muy difícil en esta sociedad.
                Luego llegan las respuestas de aquellos cuyo racismo puede más que su sentido de la justicia. Todas esas cuentas que se quejan de que las feministas sólo se movilizan cuando los acusados son españoles y dejan de lado a las víctimas de inmigrantes marroquíes. Ciertamente me gustaría saber más sobre estos hipotéticos casos de los que sólo se hace eco la prensa más recalcitrantemente mentirosa. A parte de la solidaridad mostrada en estos casos, lo que ha indignado más a la opinión pública ha sido la respuesta tan inconcebible de la Justicia que, en varias instancias negaba lo que ella misma describía.
                A diferencia del racismo implícito en estos casos, con la Manada no se ha insistido en su origen andaluz, por ejemplo, ni se ha descalificado a la Benemérita porque uno de sus miembros haya participado. Eventualmente tienen una procedencia y tienen un oficio a los cuales deshonran con su actitud chulesca y con su horrendo delito. No por ello vamos a desconfiar de los sevillanos que vayan a Pamplona a emborracharse ni de los guardias civiles en sus ratos libres.
                Como suele suceder, los casos tan polémicos y excepcionales –confiemos que sean excepcionales– retratan perfectamente a las personas y a las instituciones. Todavía demasiado patriarcales, me temo. Una golondrina no hace verano.
               


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