No sé si
será del conocimiento general que un juez ha llamado a declarar a un compañero
en Baena tras la denuncia de una familia por una actividad relacionada con la
violencia de género, concretamente un reportaje sobre el caso de Ana Orantes.
Desgraciadamente,
no es la primera vez que se cuestiona la autoridad del profesor, pero este caso
reviste una especial gravedad. En primer lugar porque se trata de una actividad
recomendada desde la propia administración. Y no solo recomendada, sino que es
nuestra misión como educadores contribuir a una sociedad más justa y libre de
violencia.
Es gravísima
también porque un juez haya admitido a trámite una denuncia de este tipo, que
abriría las puertas a que se cuestionara de manera judicial cualquier decisión
del currículum, contenidos incluidos. Nada impediría que otros padres
denunciaran a compañeros de biología por enseñar la evolución, o por enseñar
que la tierra es una esfera. La nuestra no es una educación caprichosa, los
contenidos están determinados por la ley y responden a un mandato
constitucional de contribuir a la educación integral de la persona.
En cada
claustro coexisten muy variadas ideologías y esa es una de las grandezas de la
enseñanza pública, pero en conjunto debemos presentar una posición común en la
que defendamos nuestra labor fuera de la injerencia y manipulaciones de
cualquier familia que considere inoportuna nuestra enseñanza.
Quizás
alguno piense que esto sucede por tratar asuntos que no son estrictamente
curriculares, pero habría que recordar, no sólo los valores éticos con los que
debemos trabajar, sino que son contenidos oficiales, recomendados por la
propia administración educativa.
Este suceso
siembra un precedente muy peligroso y propongo tomar, como claustro, una
respuesta, bien con un comunicado, con algún acto institucional o retomando el
vídeo de la polémica.
Esta fue la carta que he enviado
al claustro de mi centro y he compartido en las redes sociales. El caso es un
paso más en una escalada de acoso a los profesionales de la enseñanza. Por
supuesto que hay casos que merecen una sanción, no voy a ponerme corporativista
para defender siempre a los profesores. Hay momentos en los que todos hemos
cometido errores y todavía podemos encontrar a quienes son cualquier cosa menos
profesionales. Sin embargo, el acoso no es nuevo. Muchos políticos se unen a
las críticas poniendo el foco del fracaso de la educación en el maestro. A
veces se disfraza insistiendo en la formación que tienen que tener, que debemos
tener. Pocas veces se insiste en los recortes y en el gasto inútil de algunas
partidas.
Todas las
nuevas pedagogías, empezando por las que están basadas en competencias hasta
las que santifican el trabajo por proyectos tienen en común obviar los
contenidos que se aprenden. Con la excusa de que el mundo está cambiando y
cambiará mucho más rápidamente se menosprecian los contenidos que se deben
enseñar en cada materia. Es más se propugna la desaparición de las asignaturas.
Como si no fuese necesario acercarse a la biología, la historia o las
matemáticas como un conocimiento integrado en la metodología concreta de una
ciencia concreta. Con esta perspectiva es fácil que los padres opinen que se
pueden saltar cualquier contenido que no se ajuste a sus estrechas miras.
Es cierto que
debemos debatir cuáles son los contenidos que los alumnos deben tener y sería
conveniente llegar a un acuerdo lo más cercano al consenso. Así tendría la
consideración de valioso saberse los números primos, las diferencias de los
primates o la fotosíntesis o los escritores de la generación del 98. Estos
sectores, normalmente cercanos a doctrinas ultraconservadoras pretenden que no
se enseñe nada que tenga que ver con el género que no sea el gramático, que no
se hable de solidaridad ni se haga una lectura crítica de la historia.
Adoctrinamiento, acusan. Siempre pongo el ejemplo de un alumno que tuve hace
muchos años, testigo de Jehová y, como tal, creacionista. Él contestaba las
preguntas sobre la evolución empezando: “los científicos dicen…”. De esa forma
demostraba los conocimientos y no actuaba en contra de su fe.
También
podríamos discutir cuáles son los contenidos adecuados, a mi juicio, la caza en
primaria es algo superfluo, y la insistencia en la cultura emprendedora que
sufrimos en secundaria un auténtico adoctrinamiento. Y estoy dispuesto a
debatir con quien sea sobre el despropósito que supone dar religión en los
centros educativos –incluso en los privados, desde mi punto de vista–, pero
nunca se me ocurriría denunciar a un juez, ni incluso a un inspector de
educación a quienes, cumpliendo la normativa, lo hagan.
El
cuestionamiento de la autoridad del profesor está también en la base de la
denuncia porque nos considera caprichosos y arbitrarios. En este caso es
sorprendente que el juez haya tramitado la denuncia porque son instrucciones de
la Junta de Andalucía tratar estos temas.
Confunden los
denunciantes, creo que con algo de mala fe, las actividades complementarias y
las extraescolares. Y la normativa tampoco ayuda a esclarecerlas. Las
actividades complementarias son obligatorias, pertenecen al currículum y se
hacen dentro del horario escolar. Las extraescolares no son obligatorias y se
pueden hacer fuera del horario. Al ser optativas nadie puede discutir la
legitimidad de una familia para negarse. Sin embargo, en las complementarias no
se da esta circunstancia. El llamado PIN parental ataca sin aclarar si se
refiere a unas o a otras, porque, probablemente solo sea un primer paso para
luego atacar al currículum obligatorio.
Aquellos que
denuncian la dictadura progre o feminazi no están defendiendo el derecho
de sus hijos a no ser adoctrinados. Están luchando para que sean adoctrinados
sólo en sus propias ideas, están negando a sus hijos la posibilidad de tener
una visión alternativa y crear una conciencia crítica. Eso sólo se consigue
exponiéndose al debate y confrontando ideas. El bien superior del alumno
debería estar por encima de los caprichos de los padres. Digo caprichos porque
los contenidos, en una sociedad democrática, no son caprichosos, sino decididos
por la voluntad popular a través de las urnas. Hacen un uso perverso de la libertad
de elección de centros para cerrar las burbujas ideológicas de sus vástagos y,
en este camino, van acusando a la universidad (facultades de sociología, por
ejemplo) y a la enseñanza pública de ser nidos de rojos, y así van destrozando
lo bueno que pueda tener la educación pública en este país.
Javier, como siempre, chapó. No podría estar más de acuerdo con lo que dices.
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