jueves, 13 de febrero de 2020

Reseña de Mariano de Hossorno: ‘El maestro y Margarito –contra toda enseñanza–‘. Ojos de río. 2019


Mariano de Hossorno es, podríamos decir, un poeta secreto. Un artista que se ha ido camuflando entre los nombres y las obras, entre las palabras, las imágenes, las intervenciones… Un artista total y un sabio. En El maestro y Margarito Mariano, el autor, es ese discípulo ante su sensei y es, también un sensei socarrón heredero de muchos episodios de Abel Martín. Una espiritualidad por encima y por debajo del hombre, una búsqueda y un camino entre las trampas del lenguaje y de los sentidos que, a fin de las vueltas nos han hecho desconfiar de ellos para ofrecernos la realidad desvelada: “Estaban el dios de la misericordia y el dios del hambre. / El dios del infortunio y el dios de la generosidad. / El dios de las sombras y el dios de la clarividencia. / El dios de la piel inmaculada y el dios de los tatuajes /(que hacía de demonio / febril, / travieso, / melancólico). /…/ Hombres, los llamaban al despedirlos, / conforme lo tenían todo perdido”
En un homenaje evidente a Buljákov Mariano Hossorno reflexiona sobre cualquier enseñanza. Es el tiempo de la libertad para los que no reconocen amo ni aún el propio yo: “El Padre es un nombre –dice el Maestro Halfon en el libro. / El nombre de El innombrable –le ofrece el Maestro Beckett / por subtítulo”. Cuanto más, por supuesto un Yo supremo que es a la vez Padre e Hijo (“Que dios sea para que nadie ocupe su lugar –está escrito /…/ Un día habrá un hombre en el lugar de un dios, / mas solo cuando dios así lo quiera”). Una empantanada lucha contra esas enseñanzas sagradas y morales: “La semejanza nos redime de la culpa, // Es así que el hombre mata por costumbre, / a la vez que en entregado a la muerte por los suyos”
La metáfora básica de la enseñanza no es la imitación, es el camino: “No busque que vaya contigo, / a tu lado, / como un amigo. // –El Maestro no quiere que Margarito pueda ver en sus ojos las amargas firmas de la edad ni de la duda”. Un viaje caminando, a pie, a escala humana, por eso, “La forma correcta de talar a un hombre es por los pies. /¿Cómo, si no, voy a seguirte, Maestro? –le requiere más asustado que fiero. / ¿Cómo, si no, van a dejar de seguirme? / –le responde el eco que barre las huellas del camino”. Continúa el Maestro, “Dios hizo las manos del hombre para estrangular al hombre / ¿Tendrá los pies en su sitio un dios inamovible? / Dios le dio pies al hombre para huir del hombre”.
Este es un libro sentencioso sin ningún tipo de presunción: “Y el Hombre miente por tres veces. / Miente ante su madre. / Miente ante el espejo. / Miente ante la muerte”. El paso del tiempo, la huida de la muerte, el ser-ahí, “Y a lo suyo, iba matando el tiempo / igual que se mata a un enemigo / muy querido”. Son una serie de relatos del hombre que se cuestiona. Este es un libro sobre la sabiduría en la que se desconfía de la enseñanza, “Desconfía de aquel que llama a la luz su aurora”.
Un pensamiento, el de Mariano de Hossorno, que debe mucho a Nietzsche, en su radicalidad, en su sospecha sobre el lenguaje, en su rechazo a cualquier forma de modelaje: “Atado a la muñeca de su amo, / será el perro quien saque al hombre / de su pronto desconcierto. // ¡Cómo se desilusionará cuando lo sepa!”. Y, a la vez, es un poeta consciente de sus propios miedos y de sus propias trampas: “Se devoró el hombre a sí mismo / –en esas fechas tan tempranas – / como la hembra religiosa devora / al macho que se adentra en su mecanismo”. Otros maestros son Jabés o Maillard. Al menos, son los explícitos.
Más que sobre el aprendizaje, este es el territorio de la enseñanza, de la labor del gurú al que se le supone guía en cualquier aspecto o situación, desde lo más concreto a lo más sublime. Y es también un anuncio de la relación entre discípulo y maestro, “El saber es como el amor / (hubiera podido explicarse el réprobo) / crece en ti al igual que el pelo y las uñas. / No hay mérito en ello, que yo sea/ (Al Maestro no le disgusta la actitud desvergonzada de su pupilo)”. La relación tiene mucho que ver con la del Padre, y Mariano de Hossorno conoce bien el Antiedipo: “(Es así que los hombres piensan en la maestría de los Maestros como en un grave desaire que se perpetúa en el hijo y el poema)”.
Los contenidos no son materia banal como no lo es el hecho mismo de la transmisión de sabiduría: “La piedad que se agita en el corazón de los hombres, / y que le emparenta con las bestias más antiguas, / no está en el corazón roído del hombre. // En eso no, no son iguales”. En el fondo, “Poco sabe el hombre del alacrán y de la víbora, del ciempiés y de la avispa. // Mas conoce bien de sus venenos y lo aprovecha”. Tomemos nota
La segunda parte, Sobre el libro, pone el foco en la diferencia entre el maestro hombre y el maestro libro. Como se puede dialogar con los que no están presentes, la consabida farmacia de Platón (en realidad, siempre supimos que era de Sócrates porque Platón robaba las drogas del botiquín de su Padre). En el maestro-materia, “El vacío. La espera. El olvido / de una página en blanco donde, desde hace tanto tiempo, / también los forasteros se precipitan”. Entre las páginas, “En las orillas del libro / merodean las alimañas / y los hombres que las cazan / para comerlas. // Ya apenas se los distingue. / Su parecido es tan grande / como el que entre sí se guardan los minerales”. El poeta sabe, como el Maestro sabe, como Margarito sospecha que, aunque “En las palabras del libro / encontramos la verdad / que nos salva de su acecho: / es un delito / el contacto con los hijos / de las bestias. / La piedad / hacia la bestia sería / el fin del libro”, siempre supimos “Mas las palabras del libro resultan engañosas / Son turbias, arenas movedizas / bajo su apariencia plana / para el viajero que no lee sino lo que está escrito”.
Conocemos de sobra que “El viaje hasta el libro les fue largo y tortuoso / –algunos perdieron la vida en él / pero de ellos nunca se habla – / En su recorrido se vieron envejecer”. Y conocemos que cualquier acto de cultura es un acto de barbarie y “El libro está escrito sobre la piel arrancada al cuerpo de las hembras”. La codificación moral no ha estado exenta de lucha y de contradicciones, “El motivo de la discordia fue: / un trozo de pan / y una aceituna. // (Nadie pensó en el hambre que traían los contendientes /…/ (Entonces éste dijo: la rabia, y no el hambre os enfrenta) / …/ ¿Cómo saber dónde se oxigena el odio?/ La asepsia con que se ha de escribir el libro nos lo impide”.
Las relaciones se nos antojan simplemente una metonimia, el todo está contenido en cada una de las partes: “El Maestro y Margarito. / El Hombre y el Tiempo / El libro… / Son ya el testimonio de los turbios anhelos que adornaban a un dios inmisericorde. / Un día de cuyo pecho manaba leche negra, recalentada, / con la que supo agriar el carácter de los hijos / que pese a sus esfuerzos en contra le sobrevivieron: / Sumisos a su voluntad”. Este poemario sabio se llena de ironía porque la ironía es otra forma que tiene la sabiduría de los tiempos inciertos:
“Ese día es el cual habrá confetis y serpentinas suficientes
para que parezca que la fiesta continúa hasta más allá del millón de mañanas
que aún le queda al hombre para empezar a mostrarse arrepentido”

Se acompaña de una separata en la que otros discípulos “Hablan de El Maestro y Margarito”. El poeta y amigo José Carlos Rosales, que cita a Haflon, Becket, lo describe como “La crónica de un aprendizaje ancestral, un adiestramiento basado en el diálogo”. Esta es una sección en la que ya no está el discípulo, solo el libro. Podemos sospechar de las intenciones del libro, de si está la seriedad o la broma estas sentencias a partir de Bulgakov que dio pista al Sympathy for the Devil stoniano. Mariano es un iconoclasta y este es “Un libro vivo, una especie de breviario moral o vivencial que exige una lectura pausada para poder percibir mejor el suave contrapunto” (14). Y así lo documenta, junto con un repaso crítico a la obra de Mariano Hernández de Ossorno, José Carlos Rosales, “Los maestros (con mayúsculas) nunca dicen todo lo que saben, se ven obligados a repetir aquellos que generó seguridad o certezas” (16).
Aquí podemos recordar los proyectos en los que el autor ha estado involucrado, como Centro de Iniciativas para la Recuperación del Tiempo Perdido, la Biblioteca Desfavorable y todo lo que se ha ido reuniendo en el Archivo Ossorno 1971-1975. Porque Mariano Hossorno es también un artista plástico y la revista Perdura fue un elemento fundamental, aunque, como dice Louis Gutiérrez Faíle, “Y todo ello perpetrando en el más absoluto secreto”.

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