Mariano de Hossorno es, podríamos
decir, un poeta secreto. Un artista que se ha ido camuflando entre los nombres
y las obras, entre las palabras, las imágenes, las intervenciones… Un artista
total y un sabio. En El maestro y
Margarito Mariano, el autor, es ese discípulo ante su sensei y es, también un sensei
socarrón heredero de muchos episodios de Abel Martín. Una espiritualidad por
encima y por debajo del hombre, una búsqueda y un camino entre las trampas del
lenguaje y de los sentidos que, a fin de las vueltas nos han hecho desconfiar
de ellos para ofrecernos la realidad desvelada: “Estaban el dios de la
misericordia y el dios del hambre. / El dios del infortunio y el dios de la
generosidad. / El dios de las sombras y el dios de la clarividencia. / El dios
de la piel inmaculada y el dios de los tatuajes /(que hacía de demonio /
febril, / travieso, / melancólico). /…/ Hombres, los llamaban al despedirlos, /
conforme lo tenían todo perdido”
En un homenaje
evidente a Buljákov Mariano Hossorno reflexiona sobre cualquier enseñanza. Es
el tiempo de la libertad para los que no reconocen amo ni aún el propio yo: “El
Padre es un nombre –dice el Maestro Halfon en el libro. / El nombre de El
innombrable –le ofrece el Maestro Beckett / por subtítulo”. Cuanto más, por
supuesto un Yo supremo que es a la vez Padre e Hijo (“Que dios sea para que
nadie ocupe su lugar –está escrito /…/ Un día habrá un hombre en el lugar de un
dios, / mas solo cuando dios así lo quiera”). Una empantanada lucha contra esas
enseñanzas sagradas y morales: “La semejanza nos redime de la culpa, // Es así
que el hombre mata por costumbre, / a la vez que en entregado a la muerte por
los suyos”
La metáfora
básica de la enseñanza no es la imitación, es el camino: “No busque que vaya
contigo, / a tu lado, / como un amigo. // –El Maestro no quiere que Margarito
pueda ver en sus ojos las amargas firmas de la edad ni de la duda”. Un viaje
caminando, a pie, a escala humana, por eso, “La forma correcta de talar a un
hombre es por los pies. /¿Cómo, si no, voy a seguirte, Maestro? –le requiere
más asustado que fiero. / ¿Cómo, si no, van a dejar de seguirme? / –le responde
el eco que barre las huellas del camino”. Continúa el Maestro, “Dios hizo las
manos del hombre para estrangular al hombre / ¿Tendrá los pies en su sitio un
dios inamovible? / Dios le dio pies al hombre para huir del hombre”.
Este es un
libro sentencioso sin ningún tipo de presunción: “Y el Hombre miente por tres
veces. / Miente ante su madre. / Miente ante el espejo. / Miente ante la
muerte”. El paso del tiempo, la huida de la muerte, el ser-ahí, “Y a lo suyo,
iba matando el tiempo / igual que se mata a un enemigo / muy querido”. Son una
serie de relatos del hombre que se cuestiona. Este es un libro sobre la
sabiduría en la que se desconfía de la enseñanza, “Desconfía de aquel que llama
a la luz su aurora”.
Un pensamiento, el de Mariano de
Hossorno, que debe mucho a Nietzsche, en su radicalidad, en su sospecha sobre
el lenguaje, en su rechazo a cualquier forma de modelaje: “Atado a la muñeca de
su amo, / será el perro quien saque al hombre / de su pronto desconcierto. //
¡Cómo se desilusionará cuando lo sepa!”. Y, a la vez, es un poeta consciente de
sus propios miedos y de sus propias trampas: “Se devoró el hombre a sí mismo /
–en esas fechas tan tempranas – / como la hembra religiosa devora / al macho
que se adentra en su mecanismo”. Otros maestros son Jabés o Maillard. Al menos,
son los explícitos.
Más que sobre
el aprendizaje, este es el territorio de la enseñanza, de la labor del gurú al
que se le supone guía en cualquier aspecto o situación, desde lo más concreto a
lo más sublime. Y es también un anuncio de la relación entre discípulo y
maestro, “El saber es como el amor / (hubiera podido explicarse el réprobo) /
crece en ti al igual que el pelo y las uñas. / No hay mérito en ello, que yo sea/
(Al Maestro no le disgusta la actitud desvergonzada de su pupilo)”. La relación
tiene mucho que ver con la del Padre, y Mariano de Hossorno conoce bien el
Antiedipo: “(Es así que los hombres piensan en la maestría de los Maestros como
en un grave desaire que se perpetúa en el hijo y el poema)”.
Los contenidos
no son materia banal como no lo es el hecho mismo de la transmisión de
sabiduría: “La piedad que se agita en el corazón de los hombres, / y que le
emparenta con las bestias más antiguas, / no está en el corazón roído del
hombre. // En eso no, no son iguales”. En el fondo, “Poco sabe el hombre del
alacrán y de la víbora, del ciempiés y de la avispa. // Mas conoce bien de sus
venenos y lo aprovecha”. Tomemos nota
La segunda parte,
Sobre el libro, pone el foco en la
diferencia entre el maestro hombre y el maestro libro. Como se puede dialogar
con los que no están presentes, la consabida farmacia de Platón (en realidad,
siempre supimos que era de Sócrates porque Platón robaba las drogas del
botiquín de su Padre). En el maestro-materia, “El vacío. La espera. El olvido /
de una página en blanco donde, desde hace tanto tiempo, / también los
forasteros se precipitan”. Entre las páginas, “En las orillas del libro /
merodean las alimañas / y los hombres que las cazan / para comerlas. // Ya
apenas se los distingue. / Su parecido es tan grande / como el que entre sí se
guardan los minerales”. El poeta sabe, como el Maestro sabe, como Margarito
sospecha que, aunque “En las palabras del libro / encontramos la verdad / que
nos salva de su acecho: / es un delito / el contacto con los hijos / de las
bestias. / La piedad / hacia la bestia sería / el fin del libro”, siempre
supimos “Mas las palabras del libro resultan engañosas / Son turbias, arenas
movedizas / bajo su apariencia plana / para el viajero que no lee sino lo que
está escrito”.
Conocemos de
sobra que “El viaje hasta el libro les fue largo y tortuoso / –algunos
perdieron la vida en él / pero de ellos nunca se habla – / En su recorrido se
vieron envejecer”. Y conocemos que cualquier acto de cultura es un acto de
barbarie y “El libro está escrito sobre la piel arrancada al cuerpo de las
hembras”. La codificación moral no ha estado exenta de lucha y de
contradicciones, “El motivo de la discordia fue: / un trozo de pan / y una
aceituna. // (Nadie pensó en el hambre que traían los contendientes /…/
(Entonces éste dijo: la rabia, y no el hambre os enfrenta) / …/ ¿Cómo saber
dónde se oxigena el odio?/ La asepsia con que se ha de escribir el libro nos lo
impide”.
Las relaciones
se nos antojan simplemente una metonimia, el todo está contenido en cada una de
las partes: “El Maestro y Margarito. / El Hombre y el Tiempo / El libro… / Son
ya el testimonio de los turbios anhelos que adornaban a un dios inmisericorde.
/ Un día de cuyo pecho manaba leche negra, recalentada, / con la que supo
agriar el carácter de los hijos / que pese a sus esfuerzos en contra le
sobrevivieron: / Sumisos a su voluntad”. Este poemario sabio se llena de ironía
porque la ironía es otra forma que tiene la sabiduría de los tiempos inciertos:
“Ese día es el
cual habrá confetis y serpentinas suficientes
para que
parezca que la fiesta continúa hasta más allá del millón de mañanas
que aún le
queda al hombre para empezar a mostrarse arrepentido”
Se acompaña de una separata en la
que otros discípulos “Hablan de El
Maestro y Margarito”. El poeta y amigo José Carlos Rosales, que cita a Haflon,
Becket, lo describe como “La crónica de un aprendizaje ancestral, un
adiestramiento basado en el diálogo”. Esta es una sección en la que ya no está
el discípulo, solo el libro. Podemos sospechar de las intenciones del libro, de
si está la seriedad o la broma estas sentencias a partir de Bulgakov que dio
pista al Sympathy for the Devil
stoniano. Mariano es un iconoclasta y este es “Un libro vivo, una especie de
breviario moral o vivencial que exige una lectura pausada para poder percibir
mejor el suave contrapunto” (14). Y así lo documenta, junto con un repaso
crítico a la obra de Mariano Hernández de Ossorno, José Carlos Rosales, “Los
maestros (con mayúsculas) nunca dicen todo lo que saben, se ven obligados a
repetir aquellos que generó seguridad o certezas” (16).
Aquí podemos
recordar los proyectos en los que el autor ha estado involucrado, como Centro
de Iniciativas para la Recuperación del Tiempo Perdido, la Biblioteca
Desfavorable y todo lo que se ha ido reuniendo en el Archivo Ossorno 1971-1975.
Porque Mariano Hossorno es también un artista plástico y la revista Perdura fue
un elemento fundamental, aunque, como dice Louis Gutiérrez Faíle, “Y todo ello
perpetrando en el más absoluto secreto”.
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