La costumbre que se está instaurando dentro de las democracias occidentales de estar en campaña electoral continua confieso que me abruma. No porque considere que los ciudadanos debamos desentendernos de la arena política durante largos periodos entre comicios, más bien al contrario, porque necesitamos una serenidad a las que las campañas electorales dan poca tregua. No estoy de acuerdo con la extendida acusación de polarización de la lucha política. El clima de crispación tiene antecedentes muy claros en la campaña mediática y política contra el PSOE de Felipe González que supo aprovechar la cantidad indecente de casos de corrupción e inmoralidad.
No son ajenos los cambios tecnológicos en la recreación de batalla dialéctica continua. En los momentos del “váyase, señor González” la irrupción del formato tertulia brindó a los medios de comunicación una manera relativamente barata y sencilla de rellenar espacio de emisión y de transmitir mensajes muy claritos a la audiencia. Un presentador lee el periódico y entre todos comentan las novedades. Llamaba mucho la atención la enorme cualidad intelectual y cultural –léase en modo ironía– de todos estos tertulianos que lo mismo opinaban de la operación Atlanta que de la inflación en la zona euro, de los contactos privados de un presidente de comunidad autónoma que del sistema de subvenciones del cine español. Pero sobre todo se trataba de llamar la atención. Primaba el que más espectáculo podía ofrecer, no necesariamente el que más gritara, pero sí el más faltón, el que insultaba de manera más soez, el que tomaba partido por los suyos comulgando con ruedas de molino porque así el oyente podía identificarse sin sonrojo. ¿Cómo van a mentir si piensan lo mismo que yo? No soy tan despreciable por apoyar a mis corruptos, los otros son de largo mucho más sinvergüenzas… Así se alimenta el autoengaño y se convierte la política en un juego de hooligans enrabietados.
La llegada de Twitter ha llevado al paroxismo esta tendencia que, por otra parte, hace desconectar a los participantes del mundo real. Periodistas y tertulianos se quejan de que en la selva de las redes se opina sin tener conocimiento, arrogándose una autoridad moral y profesional que, francamente, están muy lejos de poder reclamar. No en todos los casos, por supuesto. No es que unos sean menos neutrales que los otros, es que el filtro editorial que marcan las empresas dueñas de periódicos, televisiones o radios establece qué se puede decir, qué línea hay que seguir, sobre qué temas se puede hablar y de qué forma. En los tuits se pueden saltar cualquier límite razonable para que luego salte al whatsapp o telegram y se difunda sin control, como la publicidad de los influencers. Aquí también triunfan los malos modos, que son los que aplauden unos e indignan a otros y que a todos hace participar.
Comentaba el otro día con una investigadora sobre el maltrato infantil las diferencias entre los conflictos entre iguales durante mi infancia en los que podíamos llegar a un momento de rabia intensa y mala sangre, pero que terminaba olvidándose al día siguiente porque habían pasado unas horas desde el final de las clases y el inicio de la siguiente jornada en las que los ánimos se iban calmando. En el fondo nos caíamos bien y lo mismo peleábamos como jabatos que hacíamos trabajos de ciencias juntos. Esa desconexión no sucede en la actualidad, los acosos, los insultos, la mala sangre se perpetúa durante toda la jornada y parte de la noche gracias a los mensajes de whatsapp, de los tik-toks y las indirectas en Instagram.
Los políticos en campaña son como los adolescentes con Whatsapp. A la gresca continua porque necesitan copar el espacio publicitario 24/7 de las redes sociales. La mesura y los buenos modales no consiguen motivar la participación y mucho menos la adhesión de los votantes. La campaña electoral en la Comunidad de Madrid resulta clarificadora de muchos de los defectos de la sobreexposición a los medios. No ayuda el clima bélico en los discursos, eso lo sabemos, como también tenemos la certeza de que cumple su función electoral. Sin embargo, la manera de referirse al fenómeno es muy ilustrativa de las posturas de políticos, periodistas y votantes.
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