Lentamente construye el poeta Jesús Aparicio su propio mundo donde reina el asombro por lo cotidiano, la sabiduría de encontrar el poema en gotas de agua, en reflejos de luces, en la paz de la mañana o en la oscuridad de la noche. En Cómo vencer al ruido se ocupa de la necesidad de silencio (“Silencio que precede / al viaje de este día. / Callemos”, Silenciario; “En el silencio / la paz tiene su escudo”, Proverbios; “y detrás del cristal solo hay silencio. / Y el silencio nos hace libres”, Frente al espejo);”No fue en vano respirar. // El origen de todo pensamiento / es esa débil nota / desechada de un himno / que fertiliza la imaginación”, Breve son), de reflexión, de concentración en el instante (“Sin mérito, sin precio, / recibido por dos / te despierta esa luz / donde el todo se oculta”, Epifanía; “La plenitud es este instante, / no hay más allá”, En pleno descampado). Se condensa en el excelente poema que da título al volumen: “Abrir oídos a quien llama dentro / y hacen nuestro castillo de silencios” (cómo vencer al ruido).
En este sentido está muy cerca de la metafísica de Valente, pero acercándose con elementos sencillos a la auténtica esencia de la vida: “Despertar por bien de una palara / que nos desvela al fin la identidad / a la que estamos abrazados. Somos / del viento que nos llama, su canción” (Despertamos). La honda preocupación de Jesús Aparicio está en encontrar los momentos de plenitud, como explica elocuentemente en Un trompo: “La felicidad es esa peonza / que giro siempre sobre un mismo punto / llamado esperanza”. Y descubrir el secreto, apartar siquiera momentáneamente el velo, para describir las esencias tras las sombras: “Quien espera en la noche / que le abra las puertas / del misterio que ocultan / silencio y soledad / en su baile de sombras” (Pregunto a un desconocido); “Más allá, / muy lejos y muy ancho y muy dentro, / en ese todo que hoy no ves / las llagas ciegas / de nuestros pies cansados” (Más allá).
La preocupación por la verdadera realidad se va mostrando en diversos poemas: “Confundimos el ser / con ese arcoíris / imaginario que nos desorienta” (Confundimos el ser). La herramienta que usa el poeta es la palabra y el poema: “La poesía es / presentir el misterio” (Avena loca); “Así esa palabra / perdida entre las sombras del silencio / busca ese nido / que la sepa mecer / con la música de lo eterno” (Palabra al vuelo); “En medio del vivir y siendo vida: / la fe de este poema” (Función y sentido); “La mirada insegura / y frágil nuestro verso” (Meditación); “Que la palabra limpie heridas /…/ haya de sus silencios / escueto de secretos / y trono de humildad” (Poética del cuidado).
No hay duda de que la obra de Jesús Aparicio puede ser calificada de contemplativa: “Ama y protege / la sangre de amapola / el tronco seco” (En breve son); “Tras toda una vida / contemplando su paso / las nubes de este cielo / harán futuro el río” (Plazos); “En esta madrugada / cuando recoge el sol / las vendas derramadas, / estos hijos son / aquí y ahora / el nuevo rostro del milagro” (Resurrección). Y, a pesar de que sostenga que “La memoria es una caja / de cerillas vacía: / no pierdo ningún fuego / el viento que se fue” (Globos perdidos), no hay nostalgia ni pesadumbre en esta mirada, sino gozo y sentir el instante: “Posa el rocío / su beso entre la hierba / semilla de agua” (Al ojo abierto). “Desnudarse de sombras / que enredan nuestros pasos” dice en Vencer al miedo.
También aspira a ir más allá de la propia razón y la ciencia fría: “Se ocultan las razones: / ignora toda ciencia / la magia del vivir” (Se ha puesto de rodillas). Defiende el misterio como esencia de la experiencia humana: “Naturaleza abunda y se hace dueña / en silencio y poder no imaginado / de un pequeño universo desmedido, / con su savia que aquí se sobrepone / al paso de los siglos a un cosmos sin redes” (La piedra fracturada).
Como en el caso del excelente Daniel Cotta, hay un anhelo de trascendencia en este gozo: “Entonces mi corazón / busca sus nuevos labios / y el agua fluye amando entre mis dedos / para el mejor poema: / alimenta un ángel”. Comparte también una urgencia por no desperdiciar cada minuto: “Aprovechar el tiempo / sin que se pudra el día” (Aprovechar el tiempo); “que el miedo esconde los lápices, cierra el cuaderno, guarda las manos, apaga las luces y engaña a los sentidos que han confundido al hombre” (Un niño y sus monstruos). Y, de pasada, el miedo a la noche de El beso de buenas noches: “La noche ya es olvido” (Laurel amanecido).
También encontramos mucho de Bécquer (Olvidado rincón) y de Espronceda (En breve son), (Breve son) para dar paso a unos poemas donde el existencialismo, el dolor de vivir cobra protagonismo de diferentes formas: “Me piso los cordones, / los abraso de barro” (Zapatos desatados); “Ante el propio dolor / estamos solos”. La opción lírica y vital de Jesús Aparicio siempre es la del superviviente que aprende a gozar de los momentos: “Un tiempo, vano, inútil, / superfluo, / improductivo: / claramente feliz” (A ratos). Que procura vivir con los riesgos: “La rama te araña, / la roca te rompe, / para mejor caer / aprende a soltarte” (Caída libre) y que asume la parte más oscura de la existencia: “Son ojos, manos, piernas, boca, oídos, / al lado del que sufre negaciones. / Sembrar de sueños sus renuncias y / que florezca la noche” (Acompañar); “Tres monstruos que en la noche nos dejaron / sin memoria, sin sueño, sin palabras” (Tres monstruos).
La recta final albergan quizás los poemas más emotivos del volumen, los que tienen que ver con la certeza de un final: “El final de la vida / en espera / a que nos llegue al tiempo / de que nos llamen / para dar ese paso / del umbral de lo oscuro / hacia lo eterno” (Pinturas interrumpida); “La última palabra / en llave hacia un silencio / en el que otros encuentran / semillas de esas voces / que guardarán memoria / de lo que fue tu música” (Principio y fin). Para contrarrestarlos, como Emily Dickinson, Jesús Aparicio recuerda que “La esperanza es un pájaro que huye / de la oscuridad” (Eterna epifanía). De nuevo un soberbio poemario que huye de grandilocuencias y destila lirismo y hondura en cada verso.
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