Y ¿qué hablar el deporte? Abnegación, espíritu de equipo,
superación… ¿Realmente? Cuando escucho deporte veo opio del pueblo, veo dopaje,
veo corrupción, veo competitividad en el peor sentido, veo pasiones desatadas,
veo que los que disfrutan con el deporte son en su mayoría pasivos, y que
defienden lo suyo aunque no tengan razón. Y hay casos verdaderamente
demenciales. ¿Cómo se puede ser de un equipo sólo porque lleva el nombre de la
capital de tu provincia? ¿No cambian los jugadores de equipo de un año para
otro?
Los clubes defraudan a hacienda, los jugadores se drogan (a veces
estas sustancias están incluso prohibidas), las rivalidades llevan a la
violencia… Y además, desde pequeños. Los orgullosos padres llevan a sus hijos
al fútbol, a la escuela de tenis, a la de baloncesto. Y todos los fines de
semana se levantan temprano, como una liturgia, para ver a sus vástagos correr
y hacerle frente a un árbitro sin conocimientos y unos rivales sin educación.
En la tierna infancia hay que hacer frente a no ser el
mejor, a que otros sean titulares, a que festejar los triunfos ajenos a menudo
se convierte en ocultar vergonzosamente los fracasos propios. Porque el deporte
es un hábito, una rutina, una técnica del yo para embeberse de competitividad.
Como el lema de las olimpiadas, "Citius, Altius, Fortius". Nunca es
suficiente. Es la dialéctica de siempre más allá. Siempre consumir más, siempre
conseguir más cosas, nunca disfrutar de lo que has conseguido, ni siquiera del
camino recorrido, ni de disfrutar de lo que estás haciendo.
¿Dónde queda el espíritu olímpico? En países compitiendo
unos contra otros. En recuento de medallas. En deportistas que se entrenan en
EEUU y que ni siquiera hablan correctamente castellano, en rapidísimas
nacionalizaciones de atletas del tercer mundo. Siempre a la mayor gloria de
EsPaña, con P mayúscula, con golpe en la mesa, con el orgullo de ser español,
aunque no hayas dado una carrera en tu vida. Si la guerra es la política por
otros medios, el deporte cada vez se parece más a la guerra con otros modos.
No estoy en contra del deporte porque haya política por en
medio, por los boicots que cada cierto tiempo se hacen. Eso sí me parece
interesante. Estoy en contra porque el paso del juego al deporte es
mercantilización. Correr por el patio del colegio es gratis, jugar al fútbol
sólo necesita algo parecido a un balón y unas mochilas haciendo de porterías.
Fair play. ¡Alta! Pero el deporte es otra cosa, cuesta dinero, muchísimo
dinero. Zapatillas, bicicletas, suspensorios, cintas, de marca, por supuesto.
El deporte no es un disfrute, es una obligación, un sufrimiento,
miles de horas ¿para qué? A menudo se dice que la belleza es efímera y hay que
buscar en el interior de las personas. Más efímera es la gloria deportiva. Esta
carrera por los éxitos siempre acaba demasiado pronto. Y en el panteón de los
héroes sólo quedan algunos, más conocidos por sus peculiaridades y
excentricidades que por su pericia.
Un deportista, por ejemplo, un corredor de fórmula 1, no es
un héroe individual. Es un equipo, una tecnología, una decisión de empresa. ¿A
qué viene tanto bombo? ¿Por qué nos fascinan tanto? No es el éxito individual,
no es el ejemplo que da, es la gloria que sentimos por neuronas espejo como
cuando se ve porno. Excitados por lo que hacen otros.
¿Para qué sirve el deporte? ¿Para mejorar la salud? El que
hacen otros, para nada mejora nuestro estado físico. Al contrario, incita a la
borrachera de excitación o de depresión. ¿El propio? Hacer deporte, sobre todo
para el deportista profesional es una carrera, nunca mejor dicho, de lesiones y
de incomodidades. Y no vayamos a recordar los entrenadores dictatoriales de las
repúblicas comunistas o de los equipos de gimnasia rítmica o natación
sincronizada. Del deporte dominguero, bueno, ¿quién no se ha torcido un tobillo
por querer emular al brasileño de moda?
El deporte es una metáfora del capitalismo más salvaje. Tú
dependes de ti mismo, de cómo has nacido y de cómo te entrenas. El mundo es una
lucha por conseguir más y más. Aunque luego te des cuenta de que no estás sólo,
que necesitas patrocinadores, que necesitas subvenciones y derechos de emisión
para poder subsistir. No digamos nada de la posibilidad de competir con los
grandes.
Los partidos de máxima rivalidad exigen un gasto público
enorme en seguridad y destrozos. Gasto que pagamos todos, aunque no nos guste
el fútbol. Los políticos utilizan los equipos a su antojo, son el método
perfecto para anestesiar a la población. Lo decía Vicente Bernabéu, la gente
quiere divertirse, necesita escapar de sus problemas. ¡Qué bien nos ha venido
la copa de fútbol! Y por supuesto, las irregularidades financieras de los
clubes son porque el resto de países nos tienen envidia.
Quiero recordar que la segunda manifestación en importancia
en Sevilla no fue contra el terrorismo (tercera), ni en solidaridad con los
familiares de Marta del Castillo (cuarta), ni por la autonomía en los lejanos
tiempos de la transición (primera); fue una manifestación para evitar que Betis
y Sevilla descendieran a segunda por sus problemas financieros. Se dice que un
pueblo que exige más a su seleccionador de fútbol que a su presidente del
gobierno está perdido.
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