Cuando Max Weber fijó su atención en las profesiones
“vocacionales” consideró que los ejemplos más importantes eran el político y el
científico. Ambos exigían un sentido de servicio a la comunidad. No negaba
Weber los problemas y las servidumbres a su vez de los ciudadanos hacia el
político, toda asociación supone una dominación venía a decirnos, pero era un
peaje que debíamos pagar para conseguir los fines que permitían la vida, la
seguridad y la libertad –dentro de un orden quizás prusiano-. El ethos del científico era descrito como
una renuncia, una vocación ascética, pero, sobre todo, también al servicio de
la comunidad.
El siglo XXI ha traído, en cambio, otros dos modelos, el
emprendedor y el deportista. El emprendedor reclama para sí imponerse tanto en
el ámbito de lo público como en lo privado. La gestión pública, se dice, es
mala, siempre ha sido mala y siempre lo será. Los casos de corrupción, los
problemas de despilfarro, la ineptitud son la norma en la administración de lo
público. Pero, ¿quiénes son los despilfarradores? ¿Quiénes son las personas
concretas que lo hacen? Precisamente pertenecen al grupo de políticos. La
derecha se alza como adalid de la buena gestión, en primer lugar denunciando
las atrocidades en la gestión que ellos mismos hacen.
Y son precisamente los mismos que son encausados por
corrupción y tráfico de influencias, los mismos que salen de la puerta de la
política para entrar por la puerta de la empresa privada. Siempre que un
político se corrompe hay detrás un empresario que ofrece un maletín. Cuando una
empresa privada quiebra por mala gestión, por desfalco o por ineptitud, nadie
piensa que el modelo privado no funciona. Pero cuando un político lo hace, es
que lo público no es funcional. ¿Cuál es la realidad? Que lo privado
desaparece, esa empresa desaparece mientras que el Estado sigue, con sus
pérdidas, con sus vergüenzas y con sus miserias. Las vergüenzas privadas
parecen exclusivas de los individuos, las de lo público, son del sistema.
Y es que los beneficios son privados porque las pérdidas
siempre son públicas. Fallan los bancos –se especifica, las cajas de ahorros,
que son públicas-, entra papá Estado para salvarlos. No se paga una hipoteca,
¿dónde está papá? Papá Estado está más sensibilizado con los poderosos, porque
son de la misma familia, literalmente, hermanos, primos, cuñados, exmaridos…
¿Cuál es la solución que se propone? Privatizar y en todo
caso gestionar como una empresa lo que quede del Estado. Habría que recordar
que el Estado siempre debe ser deficitario, no por mala gestión, sino por
vocación. Si sobrara dinero en algún ejercicio, el Estado debería reinvertirlo
en bienestar, cultura, sanidad, educación, fomento… El Estado no debería cuidar
los beneficios de las empresas privadas, el Estado debería considerar el
bienestar de los ciudadanos que lo componen.
Pues no, que cada uno imagine su propio futuro. Que emprenda
su propia empresa, con sus riesgos y con sus pérdidas. Es lo que se dice un
timo, la culpa es tuya por no salir adelante. Los parados son personas que no
encuentran trabajo, no son personas despedidas, afectadas por la
“deslocalización” o por EREs. Uno tiene que labrarse su destino, al margen de
sus condiciones iniciales; al margen de sus amigos de pupitre del colegio, de
sus conocidos, de sus familiares… Cuando observamos quiénes son los que tienen
nombre, nunca faltan los apellidos, self-made
men, hombres que se han hecho a sí mismos… pero con ayuda de la famlia. El
emprendedor supera la lógica del empresario.
Un empresario es aquel que tiene una empresa, y es de
suponer que la cuida porque de ella viene su sustento y su riqueza. Es una
palabra igualitaria, porque pone al mismo nivel al dueño de una mercería y al
propietario de un emporio de moda. Todos están del mismo lado, tienen la misma
posición económica, son de la misma clase social. Ya no son capitalistas
explotadores, son empresarios, dueños o gestores, accionistas o directivos. Es
un sueño al alcance de todos, de todos los emprendedores.
El empendedor va un paso más allá. No es necesario siquiera
que la empresa dure generaciones, ni muchos años. Al contrario, es preferible
ir cambiando, renovándose, emprendiendo
nuevos caminos. El emprendedor crea su empresa, tiene un proyecto, una idea. No
necesita capital, no es un capitalista, es un idealista que por encima de todo
cree en su capacidad, en su valor individual. Se equivocará muchas veces, pero
siempre seguirá adelante, sin ayuda, confiando en su instinto.Por supuesto no importan los pocos contratados que de nuevo vayan al paro.
Todos debemos ser emprendedores, arriesgar nuestros pequeños
ahorros, poner nuestra casa como aval, empeñar la indemnización cobrada de una
vez. Luego trabajar treinta horas al día, ser nuestro propio relaciones
públicas, buscar financiación extra, realizar el papeleo –maldito papeleo-. Lo
que crea valor no es el trabajo acumulado –¡qué equivocado estaba Marx!-, es la
idea, fruto del espíritu emprendedor heredero de los más bizarros
conquistadores y exploradores del nuevo mundo de los negocios, de la selva de
la competencia.
Y voilá, aquí está. El espíritu del nuevo capitalismo. No es
la predestinación, ni el protestantismo, ni siquiera los kikos. Es el poder que tenemos dentro de nosotros mismos. Yes, we can. Si tienes fe en tu idea, y
lo intentas con todas tus fuerzas, al final, lo conseguirás. Da lo mismo si es
la autoedición de un libro, o un nuevo restaurante-cafetería-librería o una
empresa.com. Igual que con la depresión, el colon irritable o el cáncer. Tienes
que creer en tu curación, visualizar tu salvación. Tú eres tu destino.
Claro que si no lo logras es por tu culpa, porque tu idea no
era la adecuada, tu trabajo no ha sido suficiente, tu personalidad no es
arrolladora, porque no lo has intentado de verdad. No tiene que ver, por
supuesto que la competencia feroz de las empresas ya consolidadas operen con
unos márgenes de beneficio que para ti son inasumibles; ni que las grandes
corporaciones se comporten como mafiosas manejando los poderes públicos y las
inspecciones de trabajo y hacienda como si fueran primos hermanos. No son las
condiciones materiales, ni las estructuras, ni la coyuntura económica, ni la
crisis, es por tu única y exclusiva culpa. Si estás en el paro, si tu empresa
fracasa eres tú el fracasado. Tú, el emprendedor de pacotilla.
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