En
estos días inciertos se ha renovado el clásico tópico “la juventud está pervertida”
por otro nostálgico que nos advierte que se ha perdido la “cultura del esfuerzo”.
Se repite tanto que mis sentidos arácnidos se disparan y me pongo
inmediatamente a sospechar que hay gato encerrado. Me pasa lo mismo con la
diferencia entre igualdad y equidad, pero eso es otra historia y deberá ser
contada en otra ocasión.
¿Qué
significa una cultura del esfuerzo? Así, a bote pronto, tiene un regusto
religioso que no logro identificar bien. Por un lado parece que tiene un aroma
afrutado, como de purgatorio, en el que tenemos que pasar por una serie de
penalidades para conseguir redimir el pecado original. Un pecado original que
en nuestro caso tiene que ver con la vagancia y la comodidad, entendidas como
una imperdonable mácula. No es exactamente la pereza –grandioso pecado
capital-, pero se le emparenta.
Por
otro lado, se aprecia un resabio a roble puritano, a esa manera tan americana
de entender la vida como una carrera hacia un triunfo. La búsqueda de la
felicidad, suelen decir, pero acaba por consistir en una acumulación incesante de
riqueza, influencia y poder. Un reconocimiento en vida, donde todas las mujeres
te deseen y todos los hombres te envidien.
“Cultura
del esfuerzo” para el trabajo, para los estudios, para mantener la línea, para
conservar un matrimonio, para sacar al país de la crisis.
Entonces,
¿a qué viene eso de la “cultura”?, ¿quién la propone? Pues ahora mismo pienso
en dos tipos de personas. Los empresarios como aquel que se ha hecho rico
gracias a una cadena de supermercados que rima con “prima donna” y los
encargados de rehacer las leyes educativas del partido en el gobierno –que esto
se parece más a Penélope que a un desarrollo democrático.
Por lo
que me toca estoy más sensible a los asesores pedagógicos que siempre me dan
miedo. Con la mala conciencia, además, que siempre tiene uno que se dedica al
sistema educativo como parte de los Aparatos Ideológicos del Estado. El término
“cultura del esfuerzo” –que tomo el esfuerzo de poner siempre entre comillas-,
empezó a ponerse de moda para contrarrestar la mala influencia de la LOGSE,
que, asústense, permitía a los alumnos pasar de curso con todas las asignaturas
suspensas. No voy a entrar aquí a discutir si la educación comprensiva o el
constructivismo tienen razón de ser, sólo recordar que Japón tiene también
promoción automática en la que todos los alumnos pasan de curso y tienen un
sistema educativo más que eficiente, que aunque parezca lógico a los japoneses,
es más bien un misterio. La “cultura del esfuerzo” se resumía en poner un
límite al número de asignaturas que un alumno podía suspender y pasar de curso,
pero entraba en contradicción con el hecho de que sólo se permitía, con la
nueva ley, una repetición por curso…
Además,
esta nueva mentalidad se supone que premiaba los mejores resultados de los
alumnos que “se esfuerzan”: becas, plazas en la universidad, bachillerato de la
excelencia… Así se ponía freno a esa mediocridad del sistema educativo que
igualaba siempre por abajo. El caso es que los resultados cantan –y cantan un
himno religioso-: los mejores resulta que son alumnos de clase social acomodada
con alguna excepción, y los centros privados –y también algunos concertados-,
los que más eficientemente consiguen ese “esfuerzo” de los alumnos. Y como no
quiero dedicar todo a la educación, ¿qué más añadir?
Cuando
los empresarios hablan de la cultura del esfuerzo resuenan en nuestro interior
los malos tiempos de la posguerra (que no la hemos vivido muchos, pero flotaba
en el ambiente de nuestra niñez), de la privación, de la resignación y la
conformidad. Ahora son los tiempos del yogur y las natillas en la nevera, de
los videojuegos en la consola y los malos resultados en PISA.
Los
empresarios se quejan de poca implicación en la empresa, de poco esmero en el
desarrollo de las tareas, de dejadez, de falta de voluntad, de absentismo, de
desinterés. ¿Y qué pretenden con las condiciones laborales que imponen? ¿Pretenden
identificación con una empresa siendo fijos discontinuos? Eso no lo consiguen
los equipos de fútbol ni con primas millonarias. ¿Quieren esmero en un puesto
de trabajo en el que apenas se lleva uno un mes o dos? Un artesano de los
antiguos necesitaba toda una vida para dominar una tarea. ¿Aspiran a la total
entrega a base de bajar sueldos y exigir horas extras? Sigamos su ejemplo
cuando venden una empresa si los beneficios no cumplen sus altísimas
expectativas.
Que los
empresarios se llevan las veinticuatro horas del día y los siete días a la semana
pensando en la empresa es lógico, es suya. Y no olvidemos que pueden disfrutar
de unas merecidísimas vacaciones con todo el lujo del mundo en cualquier parte
del mundo. ¡Como todo el mundo! Pues resulta que no.
Muchos estamos
orgullosos de haber conseguido lo que tenemos por nuestro esfuerzo, pero no
olvidemos agradecer siempre la escurridiza mano de la suerte, de las
circunstancias, de la ocasión. No hagamos pedagogía de ello. Ojo,
no estoy diciendo que no haya que esforzarse en la vida, ni que las cosas
valiosas no se alcancen sin un esfuerzo. Lo que me escama es hacer de ese peaje
una cultura. Como ya he reflejado alguna vez no creo en el espíritu olímpico
del "más rápido, más alto, más
fuerte". Creo que debemos entrenarnos muchas veces porque en ocasiones la
vida es tan puñetera que no alcanzamos lo que queremos en el instante que lo
queremos. Aprendemos a ser pacientes, a invertir tiempo, trabajo, inteligencia
para lograr objetivos a largo plazo. Pero creo que de eso no hay que hacer un
estilo de vida deseable. Es como si para evitar la salmonelosis nos
acostumbráramos a comer productos en mal estado cada día en cada plato.
Tristemente,
la mejor forma de lograr los frutos del esfuerzo es poseerlos de antemano. Parece
como si sólo adelgazan los que nacieron delgados, sólo lograran buenas
posiciones sociales los que nacieron en buenas familias, sólo puntúan alto en
los tests los que no los necesitan
para conseguir un buen puesto en un buffet. La única forma de hacerse rico es
nacer rico. Así se da la paradoja de que sean éstos los que pidan el esfuerzo
de otros. Un esfuerzo que beneficia más a los primeros que a los segundos. No
deja de ser curioso que pidan esa “cultura del esfuerzo” aquellos que no han
necesitado ninguno.
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