En los
años 70 y 80, de la mano de los antipsiquiatras y de las obras de Deleuze y
Guattari se produjo una fascinación por la enfermedad mental en general y la
esquizofrenia en particular. Parecía que aquellos pobres dementes encerrados en
terribles asilos mentales representaban la verdadera esencia del ser humano, el
último reducto resistente ante la colonización mental del capitalismo, que
trataba de adocenar y malear a las masas. El individuo convertido en masa. El
hombre unidimensional. Por supuesto, no todos los enfermos mentales, los
obsesivo-compulsivos, los ansiosos, los depresivos resultaban demasiado
aburridos y predecibles, subproductos derivados del capitalismo explotador. Los
esquizos, los imprevisibles esquizos serían, pues, la virtud de la creatividad,
de la libertad, del salirse de la norma y de la norma de la norma. Los rizomas anticapitalistas.
Alguien voló sobre el nido del cuco. Dejando aparte las consecuencias
apocalípticas que estas teorías tuvieron cuando se aliaron con la reducción de
gasto público y lograron la desinstitucionalización de los enfermos mentales y
lanzaron a las calles y a las familias la responsabilidad de mantener una
medicación y un control –físico y emocional- de estos sufridores. La enfermedad
mental se sufre o se disfruta.
Pero no
estaban equivocados sólo por eso. ¿Y si la esquizofrenia fuera causa del capitalismo?
En lugar de un escape para libertad, ¿no nos estaremos convirtiendo en esquizos
viviendo en este mundo absurdo? La magnífica novela de Elvira Navarro, La trabajadora, ilustra de una manera
muy clara el nexo de unión entre las nuevas, precarias y explotadoras formas de
trabajo –mejor, empleo- y la enfermedad mental. Escuchamos voces –de la
televisión, de nuestro iPod-, nos sentamos y las imágenes se suceden ante
nuestros ojos sin que nada en realidad se mueve. Las pantallas virtuales, de la
televisión, de los portátiles, de las tabletas, de nuestros smartphones, de nuestras gafas google nos ofrecen una realidad que no
está. Gracias a estos ingeniosísimos aparatos podemos estar a la vez presentes
y ausentes, podemos estar aquí y allí, compartiendo un café en la cafetería y
un beso furtivo en un autobús camino a cualquier parte. Vemos un evento y lo retransmitimos
inmediatamente. Somos las voces que otros escuchan.
Somos a
la vez sujetos interactivos y sobre los que actúa la interpasividad –las risas
enlatadas, argumentos ready-made en
las tertulias, los pensamientos envasados en memes-. Los “Me gusta”/”I
like” implican de una manera maravillosa la interactividad y la
interpasividad. Interactividad por cuanto se nos provoca una respuesta que
“libremente” damos o no damos. Interpasividad por que se nos impone una forma
de decir, sin molestarnos en escribir, en pensar, en articular siquiera
mentalmente una respuesta. Ponen en nuestras manos –que no en nuestras bocas-,
palabras que son sentimientos, actitudes, gustos, afinidades, solidaridad,
simpatía, adhesión.
El
tiempo y el espacio no pueden ser separados en esta colonización. La mal
llamada deslocalización es una dislocación de la personalidad que consiste en
esconder el proceso productivo en las naciones del primer mundo –esto es,
llevarlas como aves migratorias, a los lugares donde más barata esté la mano de
obra, donde menos impuestos y más se pueda contaminar- es inseparable del
encumbramiento del consumo. Pero si no se está inmerso en el proceso productivo
no se cobra, y por eso no se compra. En los países del tercer mundo se produce,
pero se cobra tan poco que no se consume. Deslocalización.
El
trastorno de déficit de atención con y sin hiperactividad no son una
consecuencia indeseable del trabajo multi-task,
de las ventanas, de las múltiples pantallas, de los anuncios y el estrés del
trabajo y la vida moderna. Es el rasgo definitorio del homo novo. Desde las bebidas energéticas a las drogas de diseño. La
fuerza de trabajo es flexible en el espacio, en el tiempo, en las tareas. Fernando
Broncano glosando el último libro de Jonathan Crary, 24/7: Late Capitalism and the Ends of Sleep, lo aventura, los
medios no intentan adormecer al espectador, al contrario, lo despiertan, lo
excitan, lo incitan. Luego colonizarán ese tiempo ganado.
El
capitalismo tardío no sólo consigue hacer rentable las horas de trabajo,
también ha colonizado, continúa Broncano, el espacio fuera del tiempo
productivo. Somos consumidores a tiempo completo. Internet ha conseguido que el
mercado sea global en el espacio y completo en el tiempo. El tiempo de ocio es
productivo, a través de las redes sociales nos utilizan como fuentes de
información de estudios de mercado, para vendernos, para intercambiarnos, para
que votemos y compremos. La insistencia en la creatividad y la cultura del
emprendedor no sólo hacen que la responsabilidad de nuestras desgracias esté en
nosotros mismos, también es un negocio redondo. No hay que preocuparse de
políticas activas para conseguir el pleno empleo, simplemente hay que confiar
en los emprendedores. Los deprimidos, los parados, los jubilados también
gastan, producen riqueza y la redistribuyen por los canales habituales, cada
vez más habituales. Los más jóvenes son el target
más deseado, no tienen responsabilidades y son más fáciles de disparar su
deseo.
Pero no
sólo porque compramos, somos productivos porque ofrecemos nuestra información,
nuestra intimidad, nuestras enfermedades, preferencias, habilidades, desgracias
y rostros, vacaciones, familia y redes de amigos. No necesitan siquiera
espiarnos, les regalamos la información nosotros. No roban nuestra privacidad,
la administran y nosotros la llenamos de contenido. No dormimos enganchados a
un grupo de WhatsApp, a un muro de Facebook o a un blog. Luego nos quejamos y
ponemos candados y visillos, defendemos nuestros secretos, interponemos
demandas y exigimos el derecho al olvido.
Como
los esquizos somos uno y contenemos multitudes. Somos a la vez sensatos
decididores racionales y compulsivos compradores. Tenemos el corazón progre y
ecologista mientras votamos a favor de la bajada de impuestos. No tenemos
problemas en ser hipster y escuchar a
Bon Iver y a la vez brincar con el gangnam style. Defendemos nuestros
derechos laborales mientras nos aprovechamos de las condiciones miserables del
trabajo de otros. Tenemos el corazón partío,
la razón dividida, la identidad escindida. Si esto no es esquizofrenia, que
venga Deleuze y lo vea.
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