A no
ser que vivas en una burbuja, e incluso ahí, uno no tarda en darse cuenta de
que la condición humana está salpicada de sufrimiento. A veces se trata de
grandes tragedias, de inconsolables desgracias que azotan a las personas, pero
hay muchas otras que consisten en pequeños contratiempos, en estados de ánimo
que tiñen de tristeza la vida entera.
Se hace
duro cuando conoces gente que sufre una pérdida, cuando hablas con amigos que
no encuentran su sitio en la vida, incluso con niños que tienen en su interior
un sufrimiento incierto, difuso, líquido.
Jóvenes
que se enamoran de otros jóvenes que están enamorados de otros jóvenes. Y como
decía el genio de Aladín, no puedes hacer que alguien se enamore de otro
alguien. El amor duele, decía Gram Parsons en una bella canción country.
Incluso hay quienes niegan que sea amor si no hay sufrimiento. Y hablamos de
algo hermoso, porque el amor es algo hermoso. No son accidentes, no es una
enfermedad, no es un contratiempo. Se sufre cuando el amor no es correspondido,
se sufre cuando sufre la persona amada, se sufre cuando no es el mismo amor el
que se da y el que se recibe.
La
aspiración del amor en muchas ocasiones deriva en convivencia. Y la convivencia
trae sus conflictos y sus sufrimientos. Luchar por alcanzar los sueños a veces
implica un sufrimiento, una impaciencia al menos. Pero mucho más sufrimiento y
depresión es no tener sueños que cumplir.
Las dos
grandes verdades que nos legó Buda son que la vida es sufrimiento y que la
fuente del sufrimiento es el deseo. La vía (en realidad, las vías) que propone
el budismo van encaminadas a la eliminación del deseo. Dándole toda la razón a
Siddharta en cuanto a la primera parte, creo que una vida sin deseo no es un
nirvana, es una depresión clínica.
Escuchas
a especialistas decir que la depresión no sólo afecta a personas que han
sufrido traumas, que hay muchos jóvenes, incluso niños que la padecen. Jóvenes
hastiados, sin enfermedades ni padecimientos de huesos que se arrastran por la
vida sin otro sentimiento que el dolor de estar vivo. Rubén Darío prefería ser
una piedra por no sentir. No puede ser
sólo cuestión de la edad y las hormonas. Creo firmemente que esta sociedad nos
está haciendo enfermar, nos hace sufrir más de lo que otras sociedades, quizás
más duras, quizás con menos comodidades o menos medios.
Además
de hacernos creer que nunca somos lo demasiado delgados, ni nunca tenemos
demasiado de nada, ni nunca debemos pararnos en la loca carrera de desear y
desear. A lo mejor son los alimentos que tienen hormonas y nos hacen sufrir.
Quizás sea el sistema educativo que hace que una bofetada doliera pero esto que
no sé muy bien cómo definir nos tenga completamente devastados.
Por eso
no perdono a los que causan dolor a caso hecho, a los que hacen y dicen, y
dejan de hacer cosas con el afán de divertirse con las penas de los demás. Los
que critican, los que emponzoñan, los que, con sus altos ideales acaban por
destrozar la vida de muchos. Algunos serán lejanos y no verán sus rostros
abatidos. Otros estarán a la vuelta de la esquina. Y se creerán en la misión de
cumplir la recta razón, de hacer lo inevitable, de culparlos encima de lo que
les cae sobre los hombros.
¿Y qué
hacer si es uno el que causa sufrimiento? No es sólo la vergüenza de haber
realizado un acto concreto, es saberse uno responsable de hacer sufrir. No es
sólo el remordimiento, ese comezón que te devora por dentro, es ser consciente
de que tu acción o tu inacción podría haber aliviado, podía haber evitado un
sufrimiento en un mundo que ya trae bastantes penas.
Recuerdas
tu niñez y seguro que encuentras cualquier recuerdo en el que protagonizaste un
sufrimiento, una pena. Una pedrada, un mal golpe, un insulto, un mal
comentario, un susto, una cobardía que causaron el dolor, un dolor que ni
siquiera imaginaste, que puede marcar, o contribuir a marcar a alguien a quien
querías, o al menos, al que no tenías inquina especial.
Cuando
uno se va haciendo mayor, que no necesariamente maduro, tiene que hacer cosas
que no endulzan la vida. Uno pasa de ser el que tiene que esperar la digestión
a ser el que obliga a esperar los interminables minutos. Educar a otro es
coartar su apetito, es postergar sus recompensas, es imponer de vez en cuando
tu voluntad sobre la de otro. Dedicarte a enseñar profesionalmente es aún peor,
porque no cuentas con el vínculo de afecto que se supone que tienes con tu
prole. Mandas callar, das un suspenso, impones un castigo… Dosificas el
sufrimiento.
Entonces
recuerdo un poema de Pedro Salinas. Es un poema de amor, un poco extraño ese
amor, pero yo quiero entender los primeros versos de una forma especial.
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Pero no siempre somos maestros
de nadie, y no siempre tenemos misiones, y siempre tenemos que intentar hacer
del mundo algo mejor. Con una sonrisa al menos, con algo de belleza que salga
de unas palabras torpemente escritas en una pantalla.
Javier, me ha encantado tu texto, cuánta verdad en tu reflexión. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias, Isabel. Me alegro mucho que te haya gustado
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