Stole me a dog eared map
And called for you everywhere
En pocos días he tenido la oportunidad de visitar lugares
que conozco muy bien con la intención de mostrárselos a personas que no los
conocían de nada. Uno tiene la intención, al principio, de enseñar los hitos
más importantes, lo que diríamos, la visión turística de la ciudad, iglesias,
monumentos, plazas emblemáticas… pero van asaltando los lugares de la infancia.
Aquí nací yo, aquí me bautizaron al día siguiente. Detrás de ese callejón
estaban las casas de los maestros, donde pasé mi infancia y adolescencia. En
ese estanco conocí a mi mujer. Esto lo llevan unos primos. Ahí presentamos la
revista, en estos bares entraba cuando era joven. El muelle que marcó con
tantas noches. Las casas que trascalan,
donde las chicas entraban como para visitar a alguien y salían por la calle
paralela, dejando a los impertinentes que las seguían, esperando con un palmo
de narices. En este bordillo me senté un día después de haber metido la pata.
Esta fue la playa donde paseamos tantas veces.
Los
paisajes que me han ido acompañando desde el pasado van cobrando una inesperada
vida. Inesperada porque soy de los que se sienten extraños en cada sitio. Como
llegado cuando la película lleva empezada un tiempo y, aunque pillas el
argumento, eres el intruso, con la sensación de no saber todos los detalles que
los demás sí conocen bien unos de otros. Si fuera de las personas que aman su
pueblo, o de aquellas otras que tienen su patria en la infancia sería
comprensible este ejercicio de añoranza. Pero no va por ahí mi sentimiento. Es,
más bien, la constatación de la acumulación de recuerdos que están encarnados
en distintos puntos del mapa.
Paseando
por la capital sucede lo mismo. Hay tantos rincones que son especiales. Siempre
voy a recordar la papelería de la calle Sierpes donde compro el calendario
todos los años, y también el rincón donde el sol deja unas sombras más
adelante. Los lugares que han desaparecido, las tiendas donde compré un anillo,
una cesta, los discos. El bar donde leí aquel horrendo libro. Los paseos con el
carrito de bebé. Las vueltas buscando el cine. Galerías de arte que echaron el
cierre y muchos rincones que parecen que han desaparecido o que quizás sólo
hayan estado en mis sueños.
Son
caprichosos los recuerdos y más aleatoria su cartografía. No siempre van
acompasados. ¿Por qué siempre aparecen en mis sueños esta calle y no la
contigua? ¿Por qué un beso y no el siguiente? El tiempo también hace de las
suyas y alterna edificios que se desdibujan con solares construidos, el paisaje
se altera con negocios que se hunden, tiendas de discos, librerías que se
arruinaron, calles que se hacen peatonales, nuevos edificios que se derrumban y
transmiten la extraña sensación de que el espacio es conocido, pero también nuevo
y extraño.
El
cuerpo ha marcado unos territorios en el mapa, ha olvidado muchos y lo sabe. Es
sensible. La piel se eriza y un acongojamiento sube por la garganta. También
por esa cartografía emocional, por todos los lugares imaginados y recordados.
Por la luna que se ocultaba entre los árboles y por las nubes que descargaban
cortinas de agua cerrando el paso al autobús que se iba.
Uno ya
va cumpliendo unos años y es indudable que tiene una vida a las espaldas.
Muchas vidas. Los paseos imposibles cogidos de la mano. Los besos que todavía
emocionan. Los taxis callejeando por el laberinto de las aceras llenas de
gente, de los rincones del centro más turístico subrayan otra ciudad distinta
de la que ven los visitantes. Conviven en capas las vivencias de quienes,
asombrados, no dejan de llevar la cara levantada, buscando cada uno de los
lugares que vienen recetados en su mapa turístico con los recuerdos, eléctricamente
cargados de emociones, que se fijan en otros rincones, en los escaparates de
tiendas que ya no están, en bancos del parque, consultas de médicos, agencias
de viajes... Agencias que nunca recomendarán poner el foco de la cámara en objetivos
tan banales.
La melodía que suena al pasar la
mano por cierta reja, al pisar por esos lugares se acompaña con los olores que
vuelven contundentes, el azahar, la primavera en las terrazas, el calor de las
noches de verano… Así la ciudad compone una sinfonía caótica en la que las
melodías se van entreverando y quizás sean audibles sólo para algunos. Y quizás
suene al unísono para quienes sepan escucharlas, para los que tienen en sus
poros el oído del recuerdo. No valen las narraciones, no valen los mapas. La
ciudad, las calles, el pueblo, los rincones tienen la memoria geográfica del
espacio de los recuerdos, de la identidad que uno va esparciendo a lo largo del
tiempo. Apenas si los recordamos en el vaivén diario, en el tiovivo cotidiano
que aturde nuestros días y nuestras noches. Sólo es necesario tener la
oportunidad, aunque sea en silencio, para que afloren los recuerdos, todos los sitios
que hemos compartido, todos los lugares en los que hemos sido.
Curiosa publicación, en estos días en los cuales he recorrido la población que me vió crecer he tenido pensamientos parecidos...muy curioso
ResponderEliminarEl título me encanta. Gracias