Alejandro Cabrera es un autor
granadino nacido en Melilla que ejerce de profesor de secundaria y por fin se
ha lanzado al mundo editorial después de cuarenta años de creación literaria.
Este proyecto quiere ser un homenaje a las novelas de terror mediante la
creación de un personaje de ficción fuera de los habituales del género, los nuncavivos no son ni zombies, ni vampiros, ni rehechos de
retazos de otros muertos… Alejandro Cabrera aporta a este mundo unos seres muy
reales, aunque su corporeidad esté fuera de nuestra comprensión.
Inquietante
desde el mismo diseño de la portada (aportado por su hermano Álvaro) y escrita
y reescrita varias veces, la novela utiliza diversas técnicas narrativas. La
principal es la de la fragmentación. En un alarde preciosista digno de un
relojero, los distintos personajes hablan desde diversas fuentes: extractos de
narraciones, emails, verso, cartas, chats en internet… cada una de las cuales
tiene, precisamente, una fuente tipográfica y disposición particular, que,
además, nos sirve de guía para adentrarnos en este inquietante mundo. La
fragmentación remite, por momentos, al inicio de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, aunque éste en
otro registro, o, más actuales, Alba
Cromm, de Vicente Luis Mora (2010) y Videojugarse
la vida (2014), de Daniel Cotta
Lobato.
Otra
de las bazas de Alejandro Cabrera es el estilo, en el que abundan los homenajes
implícitos. El género epistolar lo conecta con el Frankenstein de Mary Shelley y el Drácula de Bram Stoker dos ilustres precedentes. Otra sombra que
planea sobre la narración es la de Edgar Allan Poe y, por supuesto, Howard
Phillips Lovecraft, cuyas atmósferas enrarecidas se respiran claramente en Los nuncavivos, en especial en el
relato, en forma de texto encontrado, que pretende dar explicación de los
extraños fenómenos que jalonan la novela.
Por
supuesto, una buena novela de terror, como las de ciencia-ficción, tiene que
tener otros ingredientes. Los personajes es otro puntal esencial. Esta es una
narración en la que el escaso número de personajes conduce a una asfixiante
relación entre ellos. Una exitosa editora al final de su carrera, un profesor y
un amigo, lúcido –y pesimista, como todos los lúcidos–. El profesor se ha
ofrecido a encauzar los arrebatos líricos de alguien que va a terminar por
intoxicar las relaciones entre ellos más allá del mundo virtual en el que se
desarrolla la novela.
Precisamente
la elección del ciberespacio es otra de las aportaciones al género y lo conecta
con las novelas de Vicente L. Mora y Daniel Cotta. Sirva de reflexión la
confusión entre la realidad y la virtualidad como el escenario donde se
desarrollan las luchas internas de nuestras conciencias. Más allá de una tópica
denuncia de la paradójica soledad en un mundo hiperconectado y de los peligros
de la red, Alejandro Corona se marca un paisaje fantasmal fuera del universo
adolescente del terror que triunfa en las salas de cine. Es otro tipo de cine
quien da el tono. En la casa,
película de 2012 dirigida por François Ozon nos ofrece otra de las claves para
entender cómo se puede introducir un elemento tóxico en la burbuja que los
personajes tenían creada para ellos.
Aprovecha
también el autor para hacer una exposición de una teoría lírica, de una
concepción precisa de lo que debe ser la poesía, de su forma y de su función,
de cómo encarar la escritura, de lo que sobra y lo que nunca debe faltar en
ella.: “Unos cuantos poemas no fabrican un poeta, y eso lo sabes tú mejor que
nadie”.
Uno
no puede evitar pensar en el mensaje que Alejandro Cabrera nos está intentando
dejar a lo largo de las páginas, como los pequeños guijarros de Pulgarcito.
Intuir hasta qué punto intenta reflejar una realidad que nos es conocida, a la
que debemos mirar como se mira un espejo, encarando los propios fantasmas, los
que viven y los que nunca lo han hecho y nos manejan como marionetas con las
cuerdas rotas.
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