Tras la más
que pertinente antología La misma
monotonía (La Isla de Siltolá, 2013), Juan Peña nos regala un magnífico
volumen de versos. Tiene el poeta no sólo las cualidades necesarias para su
oficio, también es oportuno a la hora de titular sus libros subrayando en pocas
palabras la esencia de su poética. ¿Qué mejor expresión que la misma monotonía para una selección de
textos que se recrean en ese sentimiento tan adictivo? En este caso, destilaciones, es una clarísima declaración
de intenciones. Destilar en el sentido de depurar el poema y la vida, como una regla
monástica, buscar su esencia: “Eres lo que destilas, lo que das” (Oud). Ambos mundos, la poesía y la vida
no están tan lejanos en las aspiraciones del autor que aspira a: “… no ser el
que escribe. Ser lo escrito” (Vida en el
escenario).
Continúa el poeta de Paradas con su visión del mundo entre la melancolía
(“Hay algo grato en estar triste”) y la ironía, (“Tan fácil es, y nada exige /
sentirse desdichado”), aunque, con mayor madurez, aporte ahora un matiz
importante: “ante la llamarada con la que arde la vida / qué poco es la
tristeza” (Incendios). Insiste en la
mala imagen de sí mismo, explorando la posibilidad de que de lo malo pueda
salir lo bueno, lo más puro, el milagro: “Tanta miseria. / Pero quién negará /
tanta belleza” (Decuria).
En este camino hacia la esencia, puede tomar senderos de mística como Francisco o Criatura o puede tomar el del sentido del humor, como el juego de Amor y geometría, o las travesuras entre
campos semánticos (Jardines de puerta
oscura). Y en esos senderos metafóricos se despliegan viajes reales, Lisboa,
Roma, San Miguel de Lillo, la Sierra Blanca… o al pasado y la infancia (Ritos de paso, Foto en el corral, Niños,
El tiempo, Visita al que tengo 10 años). Como en Dura seda (2011), el viaje, ya sea a una plaza cercana o a los más
remotos paisajes, es una excusa para la reflexión poética (Mar). Juan Peña puede parecer un poeta bucólico en el sentido que
puede serlo José Manuel Benítez Ariza, pero también transitan en su poesía la
ciudad y la tecnología, ordenadores, redes y grandes metrópolis: Una piel y Cuerpos Celestes, por ejemplo.
Conviven en sus palabras ecos clásicos, como el estoicismo de Vida eterna, también ese particular tono
épico de algunos poetas ingleses como Auden o Keats, que juegan con la herencia
clásica y con la ironía (Nuevos tiempos
para la épica). Participa también la mística algo zen que opone vida y la
quietud de la piedra: “Dura / para siempre lo que muere” (Ad vitam ad mortem). “He subido esta noche a la azotea” (El tiempo) podría ser la versión
materialista del aliento místico de San Juan de la Cruz.
La anécdota (Noche de diciembre) o los objetos (Al mirar una foto tras un viaje) ofrecen
motivos también de meditación poética que alcanza niveles filosóficos del mismo
modo que es filosofía Juan de Mairena o el cante jondo: “Y qué más da: / mi
mentira es mejor / que tu verdad” (Decuria).
Juan Peña nos ofrece un repertorio elegante de imágenes, dominio métrico en
verso libre, blanco, estrófico, aliteraciones (“La nada alada”) y precisión de
orfebre –escasísimos encabalgamientos, por ejemplo– en la terminología para
hablarnos de la muerte y la vida, la vida de la muerte y la muerte en vida. Más
allá de ser un tema o un punto de partida para la escritura, la enfermedad (Parálisis de Bell, Habitación 411 o Convalecencia)
es, para este autor, la oportunidad para apreciar la vida:
“Bendita enfermedad
que no nos mata
que nos deja vivir desentendidos
de exigencias, de ansias,
lamiéndonos la herida
que nos abre los ojos
al asombro olvidado de estar vivos.” (Herida)
En estos poemas tiene cabida la familia (Siesta en los jardines del valle, Las tareas del campo, Nochebuena),
la sensualidad (Beso, La raíz del mundo), el amor (Mundo, Wife and son) y, por encima de todo, con una visión muy
nietzscheana, la belleza: “Una frágil belleza, imbatible / que vale todo y vale
nada” (San Miguel de Lillo).
“Y eres puro y sucio.
Y el vaso florentino en el que caes
lo vuelves, cuando escribes, alambique
que destile de ti
lo mejor que no eres.” (Destilaciones)
Y el vaso florentino en el que caes
lo vuelves, cuando escribes, alambique
que destile de ti
lo mejor que no eres.” (Destilaciones)
Un soberbio libro de grandes poemas plenos de serenidad y sabiduría de
alquimista, para saborear entre las sombras del día esperando la clara luz de
sus palabras.
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