¿Cómo mantenerse
en el equilibro entre la autoestima y la vanidad, entre la humillación y la
soberbia? Difícil cuestión que se encuentra enturbiada por confusiones
conceptuales que se asumen en la vida cotidiana sin que nadie se de cuenta de
ello.
Cuando se dice que una persona no
tiene autoestima se da por sentado que es alguien inseguro. La inseguridad
proviene, seguramente, de que no haya tenido un amor incondicional de sus
padres, que haya fracasado en su vida amorosa o laboral, que tiende a equivocarse
en las decisiones, a dudar de los resultados de las cuentas… No sabe si es
digno de ser amado o respetado, por eso tiene una baja autoestima. El amor
propio –sinónimo tanto de la autoestima como de la masturbación– puede apoyarse
en una seguridad en las propias cualidades, pero no siempre tener lucidez sobre
uno mismo deviene una valoración positiva. Alguien que se mire honestamente al
espejo y se vea feo puede, por esta razón, tener poco amor propio y no es por
la duda, sino precisamente porque no las tiene, porque sabe con toda certeza de
su fealdad. Hay un viejo chiste de psiquiatras que lo ejemplifica también. Un
señor entra en la consulta del doctor diciendo que tiene complejo de
inferioridad. El psiquiatra lo niega, “usted no tiene complejo de inferioridad,
¡usted es inferior!”.
Habrá quien aconseje en estos casos
el maquillaje, incluso una visita al cirujano plástico. Imagino que estará
claro que es un ejemplo, que el espejo puede ser metafórico y la fealdad sea
moral. Para estos, la cirugía estética no es una opción. Metafóricamente
estaríamos sugiriendo que la persona haga todo lo posible por mejorar su
comportamiento, procure ser agradable en el trato, ser menos insoportable, más
solícito y menos egoísta. Si no es capaz de hacerlo a lo mejor no es por dudas,
sino porque cuesta mucho trabajo y prefiere abandonarse a los viejos hábitos,
empantanarse en su decrepitud moral y sentirse miserable. Seguirá teniendo una
autoestima por los suelos pero no será por inseguridad.
Y a lo mejor tiene razón. Porque, a
priori, todos los seres humanos deberíamos ser dignos de ser amados –aunque sea
por nosotros mismos–, pero, a posteriori, según nuestro comportamiento quizás
lo justo sería establecer grados de apoyo y concluir que hay individuos que no
son dignos de amor en absoluto. Tampoco que haya que odiarles o condenarlos a
la pena capital.
Evidentemente pueden existir casos
de patitos feos que no se conozcan realmente y tengan una pésima opinión sobre
sí mismos cuando deberían estar orgullosos de cómo son. Para ellos escribió Lou
Reed, I’ll be your mirror,
una de las más bellas canciones de amor. Y quizás por ellos se piense que tener
un apego seguro, un amor incondicional de los padres, es la mejor fuente para
tener una sólida autoestima.
Sin embargo, ese cariño puede ser un
arma feroz contra la autoestima cuando no se ve continuado por el resto de la
humanidad. Una sensación de estupefacción, de no comprender cómo los demás no
caen rendidos a tus pies como han hecho tus padres durante toda la vida mina el
amor propio de manera definitiva. Más dura será la caída, dicen.
Conozco muchos casos, demasiados, de
personas que te venden un complejo de inferioridad, una machaequeo continuo que
esconden, en realidad, una soberbia tremenda. Sé que lo que normalmente se dice
es que un complejo de superioridad suele
corresponderse a un complejo de inferioridad camuflado, pero estos son lobos
disfrazados de corderos, pretenden ser muy humildes, porque a humildes no los
gana nadie. A un subtipo se les ve venir porque la vanidad es muy evidente. Son
las que se quejan de gordas para escuchar que están muy delgadas, los que
presumen de ir desarreglados esperando un halago. A poco que te habitúes, los
controlas., aunque hay otros más sibilinos más difíciles de detectar, pero que
repiten, “yo, realmente, no soy tan” tonto, torpe, feo, malo… Son los que se
dan golpes en el pecho y se torturan como pecadores, pero a la vez se perdonan
todo y miran a los demás con la superioridad del creyente. Estos no tienen
problema de autoestima, aunque lo parezcan.
Tampoco es una cuestión de
autoestima estrictamente la de depender de los juicios de los demás. Sin
embargo, es un mantra que se repite demasiado a menudo. Para tener buena autoestima
no puede uno estar pendiente de lo que digan los demás. Otra confusión. No sólo
porque el amor propio no deba estar en manos de las valoraciones del prójimo,
sino porque muchos soberbios lo son precisamente por buscar las atenciones del
público. El exhibicionismo es símbolo de buscar el aplauso, pero nada dice de
autoestima alta o baja.
Paralelamente, la timidez tampoco es
síntoma de carecer de autoestima. Hay personas a las que no les gusta llamar la
atención y tienen un ego estratosférico. Igualmente el miedo. Hay personas que
son miedosas, no porque sean inseguras o no tengan autoestima, sino que callan
para no sufrir daño. Se ocultan para sus fechorías egoístas. La vergüenza puede
ser una manera que tenemos de controlar nuestros impulsos menos nobles, más
interesados y criminales.
Ahora, si mezclamos todos estos
conceptos acabaremos dando recetas contraproducentes a los problemas. Tienes
problemas de autoestima, es decir, te quieres poco a ti mismo, pues deberías
tener más confianza, ser más extrovertido, no estar pendiente de lo que digan
los demás, no tener miedo... Y, a poco que nos descuidemos, habremos fabricado
un monstruo egocéntrico, parlanchín y desvergonzado que nos amargue las fiestas
y nos haga imposible la convivencia en el trabajo.
Una sana duda sobre nuestras
actuaciones, cierta vergüenza torera cuando empeñamos nuestra palabra
–principalmente con nosotros mismos–, la precaución de comprobar en el rostro
de los demás si nuestro interés provoca un daño innecesario, el miedo imprescindible
para reflexionar antes de actuar pueden ser ayudas muy valiosas para mirarnos
al espejo cada mañana y no sentirnos defraudados con quienes vemos en él.
Genial artículo, mi querido amigo y una lección que muchos deberíamos y me incluyo de incluir en el manual de vida que nos hace ésta más agradable y también la de los que nos rodean. Gracias por tus continuas dosis de genialidad.
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