El fanatismo es
un modo de entender la vida muy sugestivo, puede basarse prácticamente en
cualquier asunto. El fanático no sólo es entusiasta, se requiere una dosis de
cierta agresividad contra quienes no piensan como él o disfrutan como él. Los
hay de muchos tipos, pero los más peligrosos no son lo que ostentan mayor grado
de fanatismo, sino los que tienen mayor poder para hacer daño. Lo decía la
madre de Kirikú, aquel niño africano que protagonizó un par de memorables
largometrajes de animación. La sabia madre del pequeño iluminaba a su hijo
sobre el mal. La malvada bruja no era peor que sus compañeros de juegos que le
vitoreaban en sus triunfos pero que, inmediatamente, lo marginaban y lo
insultaban. El problema es que la bruja tenía más poder.
Esa es una importante cuestión
con respecto a los fanatismos. Si, como dice Rosario Troncoso, se presenta uno
en una tienda de Apple o en el Falla insultando a quienes están por allí, es
descabellado, pero no tendría mayores consecuencias que, si acaso, algún
altercado. En cambio, si Willy Toledo insulta las creencias de los cristianos
–mayormente católicos, por aquello de la Virgen–, las consecuencias no son sólo
una respuesta con el mismo desprecio, la respuesta ha sido una querella de unos
insensatos que se hacen llamar Abogados Cristianos y que un descabellado juez
ha admitido a trámite. Hay que recordar que el actor no profirió tan
escatológico insulto porque sí –eso lo hemos hecho muchísimos en muchísimas
ocasiones–, sino como protesta ante la condena hacia las activistas de la
procesión del Coño Insumiso. Quizás el fanatismo de los Abogados Cristianos no
sea mayor que el de Willy Toledo, pero las consecuencias de la acción de uno o
de otro son muy distintas.
Mucho me temo que está de moda
criticar, ya sea a dios o al ateísmo. No sólo por conseguir apoyos virtuales,
también por expresar la indignación que unos y otros sentimos. Creo que en una
sociedad democrática deben caber todas las críticas a las ideas, siempre que se
haga con respeto a las personas. Es una insensatez peligrosa abstenerse del
debate de ideas amparándose en la libertad que cada uno tiene de profesar sus
creencias. Con esta dejación lo que conseguimos es convertir la sociedad en
reductos ideológicos incapaces de dialogar entre sí.
Con igual furia se critican las
utopías sociales. Está de moda desprestigiar todos los intentos de cambio
social que sí que han conseguido una mejora en las condiciones de vida de
millones de personas, principalmente en el primer mundo. Se les acusa de
ingeniería social y se toma como un dogma de fe el refrán de que el infierno
está empedrado de buenas intenciones. Todas las conquistas sociales logradas
gracias al sacrificio de miles de sindicalistas, sufragistas y de militantes en
partidos obreros de todo el mundo son apartadas y despreciadas por el colapso
de la Unión Soviética y los atroces crímenes del estalinismo y el maoísmo.
Nadie niega esos extremos, pero la jornada laboral de 8 horas, los seguros
sociales o las vacaciones pagadas no las ofrecieron los patronos por su buen
corazón, fueron la lucha de muchos hombres y mujeres. Aun así, son
vilipendiados en las redes.
También se critica mucho la
ilusión del amor, el amor romántico, el enamoramiento es símbolo de ñoñez, de
influencia del peor Hollywood, para unos un embeleso infantil, para otros una
trampa para el patriarcado. Mucho cinismo genera la búsqueda del amor
verdadero, de la media naranja, o el medio plátano.
Y es que, para muchos
intelectuales –y aspirantes–, el peor pecado es pasar por ingenuo. Criticar es
muy sencillo y, a menudo, divertido. Por eso, criticar el día de la Hispanidad
o la existencia del Ratoncito Pérez (que, por cierto, en mi casa era Abelardo
Pérez), no debería sorprendernos. La espiritualidad tiene un lado oscuro, aquel
en el que unos se aprovechan de otros y también el engaño que nos hacemos a nosotros
mismos, como esas navidades en las que sabíamos quiénes eran los Reyes Magos y
aun así queríamos creer. Poner la fe en algo que no podemos creer tiene el
riesgo de no tener manera de saber si es algo positivo, si es neutro o si nos
es perjudicial, porque la fe tiene por orgullo lo contrario que la ciencia: las
pruebas. Si no puedes probar la existencia en los dioses hindúes y persistes en
no dudar de su existencia, eso es fe. Y quizás te ayude a pasar momentos
difíciles, pero no deja de ser una muleta psicológica. Lo que no quiere decir
que no sea útil.
Mi condición de ateo es
sobrevenida, me eduqué en el catolicismo y tuve una formación bastante
competente gracias a una de las personas más sabias y generosas que he llegado
a conocer, un sacerdote, el padre Eugenio, que fue colaborador de Monseñor
Romero en El Salvador (recién santificado) y que fue la persona que más sabía
de marxismo, judaísmo y tenía una fe enorme, también un respeto por la fe
popular. Más tarde me he ido haciendo, no más descreído, directamente ateo. Pero
no suelo tratar de hacer proselitismo de mi manera de pensar. Por muy
improbable que sea no me gustaría que nadie pueda perder su fe porque yo no la
tenga y, además, porque creo que las cuestiones de fe pertenecen a la esfera
privada y no es posible un razonamiento al respecto. Si alguien tiene la
revelación de dios, ni él me puede convencer a mí, que no la he tenido, ni yo
puedo convencerlo de que ha sido una alucinación.
Los gustos también pertenecen a
la esfera privada y yo no puedo comprender cómo triunfan algunos grupos de
música o algunos escritores, pero lo hacen. Sin embargo, puedo discutir horas y
horas en contra de Queen o de Dire Straits porque creo que no afectan a la
identidad de la persona. No creo en el consumismo y me parece pernicioso para
la humanidad, y criticaría a todos aquellos que acumulan cacharros
electrónicos. Lo que no sé es si lo haría gritando en una tienda de
informática. Lo primero, por la cuestión de respetar a la persona por mucho que
haya que criticar a la idea. Pero sospecho que no es el mismo nivel.
Los seres humanos somos bastante
contradictorios. Como decía Chesterton, lo malo de dejar de creer en Dios es
que se acaba creyendo en cualquier cosa. Frase brillante como muchas de las
suyas que encierra mucha verdad en un mundo desacralizado que puede dejar
desiertas las iglesias los domingos, pero llenos los bares que retransmiten
partidos de liga. A esa religión, la del balompié, sí que me gusta criticar
porque encierra gran parte de los males que tiene la humanidad. Y lo peor, está
lleno de fanáticos, algunos con mucho poder.
Qué magnífico artículo, y pese a que hay alguna que otra discrepancia entre opiniones vertidas por ti, en determinados temas, soy de las que piensa que la mejor forma de conocer a una persona es respetándola, y saber que la amistad, el afecto hacia la calidad humana está por encima de cualquier otro factor. Y, por cierto, me uno a tu crítica rotunda a la religión del balompié.
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