El filósofo y ensayista Miguel
Catalán hace un hueco en su proyecto magno Seudología para entregar un
diccionario peculiar, un diccionario que, a semejanza del de autoridades, no
trata de encontrar una definición en sí, sino de recopilar definiciones de
otros autores. Además, dichas definiciones tienen que condensarse en forma de
aforismos cortos, donde la expresividad cuente más que la precisión
terminológica. La dificultad es extrema y su preparación muy laboriosa.
“Esta obra,
lenta como un elefante, concluye su andadura cuarenta y tres años después de
que un estudiante de bachillerato se puso a buscar, diccionario de alemán en
mano, el puente que unía algunas palabras abstractas o compuestas con sus
significados concretos o simples para conquistar un «territorio propio» donde
no pudiera perderse”.
A cambio, la lectura es
extremadamente gozosa, gracias al ingenio, la ironía y el buen tino de las
acepciones entresacadas.
La
tarea de definir es uno de las actividades mentales más recurrentes y
exigentes. Todos podemos manejarnos con una idea difusa de los conceptos, pero,
cuando se nos pide que explicitemos una definición, es entonces cuando nos
damos cuenta que no somos capaces de ser tan precisos, cuando aquella
advertencia de Aristóteles que preside este Diccionario lacónico nos supone un
desafío inabarcable. Preferimos recurrir al ejemplo, a la casuística, es
cuando… Una definición ortodoxa es aquella que nombra la especie y luego especifica
cuál es el aspecto que distingue lo definido del resto de su especie. En modo
alguno deberemos definir por extensión, nombrando uno tras otro los incluidos
en la categoría.
Barca. Cuna recobrada (Gaston
Bachelard)
Caridad. Virtud que precisa de la injusticia
(Jaume Perich)
Casarse en segundas nupcias. Triunfo de
la esperanza sobre la experiencia (Samuel Johnson)
Estrangular: asesinar a mano (M.
Catalán)
Las definiciones que Miguel
Catalán ha ido recopilando brillan más por su expresividad que por ajustarse a
esta definición de definición: “No todas las definiciones de este diccionario
son esenciales, pero su primer criterio sí es el de la precisión sucinta” (p.
8). Unas son propuestas ya desde los textos originales, en los que los autores
pretenden ofrecer una definición, mientras que otras son entresacadas de
fragmentos en los que, de manera oblicua, acaban siendo clasificados y
explicados los conceptos. La consecuencia es que el diccionario pierde en
objetividad porque gana en la subjetividad de los autores, que es la principal
baza a la que jugamos en este diccionario.
La
realidad es inaprensible y la tarea de conceptualizar es una de las más
esenciales para luego lograr aprehender y controlar lo definido. En la ciencia
da paso a la técnica, en estas definiciones más literarias y filosóficas, da
paso a un escepticismo sano y ocurrente. A fin de cuentas, el arte, la poesía
no son sino otras formas de conocimiento.
Felicitación. Civismo de la envidia (A.
Bierce)
Izar. Arte de ahorcar banderas (Isabel
Bono)
Jabón. Disolvente higiénico (Eloi Roca)
La nómina de autores es enorme y
son reflejados fielmente en los índices a través de los diccionarios de
autoridades y las compilaciones de citas, desde el inevitable Chesterton hasta
el propio Miguel Catalán, autores clásicos y modernos en varios idiomas, los
grandes definidores, Aristóteles, Burke,
Chateaubriand, Pascal, Bierce y los humildes que meten el dedo en la llaga de
la definición. A veces recurre a la etimología o al monumento de la palabra
española que es el Diccionario de María Moliner, que resultan ser tan
ingeniosas y brillantes como una greguería de Gómez de la Serna.
Definiciones
muy heterogéneas, porque las hay que privilegian el ingenio, el humor, mientras
que otras pretenden un contenido más filosófico, que apele al asombro y la
concisión. Es un libro que se puede leer como una colección de aforismos, pero
que, incluso puede ayudar como diccionario en toda regla. Con todo ello no
podemos dejar de ver, detrás de estas definiciones ajenas y esta voluntad
enciclopédica, a un autor, a un Miguel Catalán que nos ofrece su particular
versión del mundo, un filósofo que está pensando a través de las palabras de
otros. No olvidemos que en sus colecciones de aforismos (recopilados en Suma Breve, Trea 2018), siempre se
acompañan de aforismos ajenos que le hubiese gustado al autor haber escrito. A
pesar de lo que el autor nos confiesa, “que la fórmula elegida haya despertado
mi interés no significa que la suscriba, sino solo que constato la huella
impresa en mi mente por un enunciado cuya fuerza actúa por encima de las
diferencias personales” (p. 10). No deja de ser una cartografía espiritual y
filosófica del autor, de los temas que le preocupan, de sus cuestiones
polémicas, una crítica a unos tiempos inciertos que parecen olvidar todo lo que
el pasado ha establecido.
Judíos ortodoxos. Personas cuyo estilismo no tiene perdón de Dios (José
Delgado)
Microscopio. Aparato que engrandece el
universo (Chesterton)
Precipitación. Hermanastra del retraso
(Alfred Tennyson)
Julio
Cortázar llamaba en Rayuela
“cementerio de palabras” al diccionario y nos proponía en el famoso capítulo
del tablón practicar unos “juegos de cementerios” en los que desacralizáramos
la pomposidad de las definiciones encorsetadas y violáramos su sentido
original, desafiáramos la inteligencia para utilizar en la misma frase las
palabras que el orden alfabético había situado próximas. El juego de cementerio
que nos propone Miguel Catalán es recrearnos en las palabras que otros han
definido con otras palabras, porque así nos asomamos a otros puntos de vista,
otras realidades que no dejan de ser las nuestras. Lo sabremos cuando la
sorpresa, la sonrisa, incluso la carcajada nos haga alzar la vista de las
páginas del Diccionario y la cabeza asienta dando la razón a lo que acabamos de
leer.
Viaje. 1. Trayecto que nos aleja de
nuestra cama (Ana Pérez Cañamares). 2. Serie de
incomodidades que se transforman en buenos recuerdos (J.L. Borges y A.
Bioy Casares)
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