“El hambre era
Ayunar
con un orgasmo”
La actividad de
la algecireña Cecilia Quílez abarca las colaboraciones con los medios, la coordinación
de exposiciones y otras actividades culturales, tanto como la escritura de
artículos y relatos. Desde 2004 La posada
del dragón ha publicado cinco libros de poemas. En su escritura confluyen
muchas influencias, pero sin duda, clara es la huella de Juan Carlos Maestre y
Chantal Maillard: “Quien escribe desde esos párpados lo que a la nada acontece
como una espada afilada sobre el tiempo?”. Tenemos, como acostumbra, una
variedad formal (Siglo XXI es un caligrama)
en el libro para dar cuenta de las diferentes necesidades expresivas que los
remas requieren. Escribir como toma de conciencia, como confesión, como
urgencia.
En la primera parte. Caligrafías, nos dice, “Rendido ante el
cielo / El hombre inventa catedrales”. Una de esas catedrales simbólicas es la
palabra. Cecilia Quílez practica una poesía en-carnada y des-carnada: “Y si la
bestia fuera yo /…/ No hay óleo / Que alivie el ser no siendo / La tortura /
Está marchita en otra hoja / Noto a la bestia aquí / Me hace sangre / No es
suficiente / Aún no he podido escribir / Cómo asesinarla” (p. 15). Toma la voz
como cualquiera podría tomarla, “Las palabras no saben de medidas” (p. 16), “Cualquiera
podría ser poeta” (p. 17). Pero va más allá, hay una profunda revelación entre
los versos, es necesario “Exhumar sin misericordia / El cristal crisálida / En
el dócil párpado / de los ultrajes infantiles” (p. 22). Fruto de esa voluntad
de diseccionar y de análisis es la cartografía de los sentimientos: “El amor es
una distracción del deseo / No me gusta que me vea desnuda / Ni cualquier dios
/ NI cualquier dueño” (p. 18).
Plantea una relación compleja
con el pasado, que no idealiza –dice– pero que añora, porque fue el momento de
las heridas y era el momento del futuro abierto. “No hay motivos para endulzar
el pasado / Tanto homenaje / Por lo que fue / O pudo ser” (p. 23). El pasado
debe ser estimado en la medida que anticipa el futuro y con él calculamos
nuestras fuerzas para enfrentarnos al futuro: “Que mi última voluntad / Es
siempre la primera / Y escribir todo esto / NO será nunca una derrota” (p. 26).
La relación es compleja, decimos, por la importancia que hay que otorgarle al
pasado-,
“Olvidar
(ser)
El
poema
Y volver a escribirlo” (p. 27)
El estilo de Cecilia Quílez
juega con la sencillez, consigue la musicalidad como al dejar caer las palabras
como gotas de lluvia sobre un tejado de uralita. Y con la misma nostalgia nos
habla del desencanto. Especialmente patente en la segunda parte, Cartilla de símbolos, donde “El verbo
sujeta la voluntad del frío”, con una clara Influencia de Gamoneda.
Estos versos saben de la
fascinación elocuente del silencio: “Muy quieta por dentro / Tan solo mirar”
(p. 33); “La que otra boca / calló siempre” (p. 35). Da cuenta de la necesidad
del silencio a la palabra escrita de la primera parte. Ahora, nos dice, “Amé en
silencio” (p. 36), “He recogido el mercurio de tu lengua” (p. 37).
La dicotomía entre el pasado y
el olvido corre pareja a la del silencio y la palabra. Cuando grita que “Nosotros
aullamos / Otro evangelio” (p. 39), lo que está tratando de expresar es la
perplejidad, “Porque ahora / Ni a mí ni a ti / Nada nos importa la poesía” (p.
39) a la vez que “Mientras despertamos / Las palabras que nos nombren” (p. 40).
La clave podría estar en la voluntad de la comunicación: “Consumida ante el
yugo / Indolente de la perfección / Entro en el infierno de lo inasible” (p.
42). La relación de lo inasible torna en una aspiración a “Empezar el mundo
desde cero / Aunque estén las luces apagadas / Y yo tenga miedo / Mucho miedo”
(p. 43) y, paralelamente a glosar en poemas de la rutina de la convivencia: “Y
aun así Amor / No sobró nada / Ni siquier este invierno” (p. 44).
El juego de contradicciones se
va manteniendo a lo largo del poemario, aludiendo al arte cómplice: “Despierten
si es posible / Y justifiquen lo mejor que puedan / Esta pesadilla” (p. 45); a
los conflictos internos del poeta: “Perder la voz / El olfato / El púber acto
contra la inocencia / Y seguir amando el fuego / Idolatradamente / Confuso /
Ante la escritura / Como único asilo” (p. 48)
La última parte Performance
del Ángel, salta de lo personal y lo relacional de la pareja a lo social
como un alegato “Contra el desencanto” (p. 51). Así se planta Cecilia Quílez: “Me
niego a callar” (p. 52); “Mis palabras / No lo que había antes de ellas” (p.
53); “Ni mapa / Cada vez más pequeño / Ni miente ni contesta / Es todo lo que
necesito / Para envejecer” (p. 54).
“El infortunio de ser mujer” (p.
55) da paso a varios poemas centrados en la sororidad (p. 56 y p. 59):
“De dónde vienes mujer
De
la fortuna
De
la escasez
De
la muerte
De
la resistencia
La
misma ira
De
otros nadies
Suficientemente
Nombrables
Qué
importa
Tú
Los otros
Seremos
iguales ante el olvido
No
llores
Florecilla
del anhelo
A
día de hoy
He
contestado
A
casi todo
Sin
haber existido las preguntas
Y
no
No sé si acierto” (p. 59)
La mujer debe
ser libre, lo es, “Indómita tú” (p. 58). Y en esa lucha, confiesa, “He
comprendido / Que fracasé en la misión de la caridad / Contra los ilustres /
Revolucionarios de conciencias // Descansa ya obsolescente / Mujer tranquila /
Que no te atrape el error / Despierta dormida / Tuyo será el crepúsculo” (p.
63).
Como
poeta, la palabra es el arma, “Pero haced el favor / Usad la última bala / Para
reconquistar la palabra” (p. 60); “Veteranos de la confusión / Escribid sólo si
los puñales / están hacia dentro” (p. 66). El tono se vuelve más reivindicativo
al final del poemario (p. 67 por ejemplo): “Nadie es dueño del aire /… / Da
igual la corona / Dan igual nuestras espinas” (p. 65). La dialéctica radical en
la que “Nunca dejaré de preguntarme / Para quiénes sirven las respuestas”; “La
mayoría de las veces / Era una necesidad / Sentir que sentía / Y escribir
después” (p. 73). Y concluye el volumen en un impactante monólogo, como el que
iniciaba Trainspotting, donde se vuelca la rabia y la fiereza para
enfrentarse a un mundo con la palabra desnuda y la conciencia herida.
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