Hablar de Ultramor de Alfonso Bezmes con tanto
retraso obedece, sobre todo, a compartir la sobrecogedora belleza que se
encuentra entre sus páginas. Abre con lo que podía parecer una queja ante la
imposibilidad de la expresión verdadera, ante lo inefable de la verdad y se
enfrenta con ironía: “Escribo para traductores, para locos /…/. Puede que
alguna vez acierte sin saberlo”. Brezmes es un poeta sobrio, elegante.
“Lo que ves aquí no es lo perdido,
es lo que queda después del huracán.” (Pregúntame)
No se puede
negar un tono confesional, de conversación, de tú, que no le impide el tema
filosófico: “No sé bien por dónde empezar. Verás, la realidad no existe, / pero
existe su posibilidad, y eso / es lo que mantiene al mundo en vilo” (El mundo en vilo) y cierra “Verás, no
existe la realidad: es su deseo el que la hace posible, / pero al menos estamos
juntos / en el sueño de un dios muy borracho / que acaba de quedarse dormido”. En
El primer poeta recoge la herencia
platónica del poeta como embaucador: “así fue cómo el primer poeta inauguró /
con palabras de miel la época del ruido”, así que, “Qué insensatez la tuya de
leerme” (Proustiana).
Dejando al margen estas
consideraciones previas, el poeta se sumerge en las relaciones humanas: “Donde
he perdido algo / lo perdido me llama / y algo de mí llama a lo perdido” (Perdido). El tono se vuelve aún másreflexivo:
“No es verdad que el tiempo nos destruya, / ni que contemos nuestras horas /
como un avaro cuenta su oro pobre: / son ellos los que nos cuentan a nosotros”
(Maneras de despertar de un sueño).
Catulo sonríe al escuchar su eco.
“Elegí para vivir este desorden,
esta ciudad de invierno, esta tundra
de edificios grises, como augurios,
para poder soñar lo que me falta:
aquella isla, la luz, sus arrecifes,
en donde brilla oculto ese tesoro
que un día enterré junto a mi infancia” (La isla)
El oficio de
poeta, en estas páginas, es tanto la expresión de un yo que siente y que
reflexiona sobre lo que le circunda, lo que anhela y lo que le espera tanto
como un medio para conectar, para sentirse acompañado: “Hoy no quiero escribir
para escuchar / el dulce percutir de las palabras / armas cargadas apuntando /
al corazón de todos los silencios” (La
llamada). Con la misma insistencia neoplatónica con la que Juan Ramón
interrogaba, el poeta sabe que “Los nombres que regresan a las cosas” (La llamada) y que las palabras tienen un
poder de conjuro que conmueve (“Escribo para que lo otro sea esto, / para que
las cosas cambien de lugar / y las viejas historias recuperen / la frágil
densidad de lo posible”, A la que sueña)
y que protege (“Así viaja la luz / por esta casa sin puertas / cuyos muros son
palabras: / iluminando unos cuartos, / tras dejar otros a oscuras”, La casa sin puertas). No es de extrañar
que venga a acompañar Borges, pasando de Dios a Homero.
“Es la belleza, estúpido –me
digo–.
Y lloro” (Je crois entendre
encore)
Predominan los paisajes
urbanos, domésticos incluso: “Me dan miedo los espejos, esos será / que,
después de hechos añicos, / siguen siendo cada uno en cada trozo. // Se parecen
demasiado a un corazón” (La memoria
herida). Estos paisajes, son el marco para el sueño y el despertar, la
metáfora de la vida y la conciencia, la realidad y la imaginación, la realidad
y el deseo, el recuerdo, la niñez: “Cuando comprendí que era cierto / como la
vida misma, salí huyendo / de la realidad y sus disfraces, / y cerré suavemente
los ojos / para poder volver a soñarla” (Ensoñación).
Una necesidad subyace entre los versos, la de asirse al mundo de manera etérea:
“Yo no estoy, yo voy, / y ese es mi estar en el mundo. // Como esas plantas que
crecen hacia abajo / para poder echar raíces en el aire” (Hipermetropía); “Creí en cosas que no pudiera tocar, / pues el
deseo no conoce / la rara condición de lo tangible” (Arte de cetrería). Alfonso Brezmes participa de la fragilidad de la
existencia como esencia de la propia existencia y suspira como Alberto Caeiro,
“Pero tampoco importa” (No sé).
La condición de poeta –y de sujeto– es la del desdoblamiento, sujeto
escindido en varios poemas: “Hace tiempo que se ha ido / el hombre que escribía
mis poemas /…/. Hace mucho que no ha vuelto / el hombre que un día quise ser” (El hombre que escribía mis poemas); “Mirarte
al espejo / y no reconocerte” (El doble).
De nuevo el ambiente borgiano de los espejos (“El precio de lo impar es
despertar / y no verse reflejado en el espejo”, Las casas impares), aunque me gusta especialmente la conexión de
poemas como Vértigo con poetas como
Juan Peña, tanto como el recurso a las fábulas: Fábula, La casa… Homenajes a Poe (Nevermore, El paquete), a Kafka: “Me
dije: La literatura siempre vence”,
Lewis Carroll: “Inventé este país para salvarme” (A través del espejo); Alicia
y el sombrerero loco (Respuesta a un
acertijo embrujado).
La simbología de la luz se hace muy patente entre estas páginas: “Fue
como la luz: / algo tan evidente / y al tiempo tan oscuro, / que me hizo ver / y
no supe quién era” (Claroscuro); “Al
despertar, la luz / de nuevo nos confunde: / no hay nada que temer; / los
fantasmas no existen, / amor, porque nosotros / somos los fantasmas” (Nos otros).
En la segunda parte, Corazón
que presiente, encontramos una especie de oración, Invocación. Ella es, por
su parte, una lista de misterios y deseos. El territorio limítrofe entre el
sueño y la vigilia es el paisaje donde se sitúan versos que cuestionan la
percepción de la realidad y la trascendencia: “La realidad nos encontró
despiertos” (La pregunta), “En el
silencio exacto de la noche / todo lo que no soy yo / llega a mí y me señala, /
reclama su lugar en mi hendidura” (Nocturno
invertido); “El riesgo del deseo es despertar / y no haber regresado desde
el otro” (Mientras); “Ahora viajo con
el peso invisible / del recuerdo, ese extraño pasajero / en este tren que
viaja hacia el ayer, / sentado en un
asiento de tercera” (La fortuna de Sísifo);
“Así el deseo –ese topógrafo cojo– / dibuja sus mapas a oscuras / cuando las
casas aún duermen, / y en cada lecho del mundo / deja una cruz con un nombre, /
para que siempre estemos allá / donde otro nos sueña, / y nunca estemos aquí /
donde nadie nos nombra” (Topografías).
Es la memoria quien posibilita esos saltos del tiempo, la identificación del yo
que siente y anhela: “habla, memoria, cuéntame / otra vez mi vida y levanta /
sobre el árido solar de las ruinas / el castillo encantado en donde sea / el
nuevo hogar de tus apariciones” (Donde
muere el olvido). Pese a reconocerse propio de la oscuridad, Alfonso
Brezmes lucha por encontrar balizas para orientarse: “Aprendí a escribir en lo
oscuro, / a yacer callado en las palabras” (Aviso
para navegantes); “En ese lugar, en ese instante, / que sabes que el viaje
ha comenzado, / porque tú eres ahora el horizonte” (Alguien). Es la búsqueda la que da sentido a la escritura y a la
vida. En su hermoso poema dedicado a Abelardo Linares sostiene:
“Todos los poetas han muerto
en una epidemia selectiva,
el mundo ha vuelto a creer
en lo que no precisa ser cantado,
y la belleza consiste ahora en escuchar
cómo algo se escribe dentro de nosotros,
mientras en las ruinas de antiguas bibliotecas
los pájaros se posan en silencio,
con la emoción apenas contenida
de aquello que está a punto de decirse” (Después de todo)
Ultramor es el poema que
da título al libro y se ancla en la atmósfera del Lorca de Poeta en Nueva York.
Con este poema Brezmes completa el círculo que transita del yo al nosotros, de
la mirada del sujeto a las sujeciones de cada individuo, envuelto en la música
de una ciudad despiadada en la que, tras el elemento aparentemente inerte de
ladrillos y cemento, asfalto y luces, palpita una vida que sufre y trasciende.
“Hay suburbios, ciudades y piscinas donde duermen los niños
vagabundos
y un museo muy blanco del que
escapa
un pequeño ladrón de guante negro
que lleva bajo el brazo tu retrato” (Ultramor)
Hay obras a las
que volver en diferentes ocasiones para gozar de los matices y recrearse, con
el paso de los años, en la melodía sabia y emocionante de un poeta con
mayúsculas.
Así lo leí yo:
ResponderEliminarhttp://mequedaresinentenderlo.blogspot.com/2018/01/ultramor-el-mundo-en-vilo-de-alfonso_26.html
Así lo leí yo:
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