Recuerdo lejanas las lecturas de El dardo en la palabra, de Lázaro
Carreter y su insistencia en el uso adecuado y correcto de los vocablos, su
negativa a los calcos de otras lenguas y, sobre todo, los avisos por las
derivas sociales y políticas de los usos interesados del lenguaje. Nos
contaminamos del sentido que “bizarro” tiene en el inglés y, en lugar de pensar
en alguien valiente y con arrojo, lo usamos para sucesos extraños y algo
desagradables. “Lívido” hacía, en origen, referencia al color azulado de los
muertos mientras que ahora, como a los cadáveres los vemos blancos, “lívido” es
sinónimo de palidez. Las causas de los desplazamientos de significados suelen
ser azarosas, como el que ha sufrido el “incierto”, que de antónimo de
“certidumbre”, es decir, de “duda” ha pasado a sinónimo eufemístico para
“falso”. Esa acusación es incierta no es una declaración de inocencia, debería
ser una constatación de falta de seguridad en las pruebas.
Pero
no todos los cambios son inocentes, especialmente, los relacionados con el
ámbito político. El insulto “fascista” ya es polivalente y se usa a diestro y
siniestro, nunca mejor dicho. Lo único de lo que me alegro, como muchas veces
digo, es que se siga considerando un insulto. Otra palabra que se está
devaluando mucho es la de “dictadura”. Y no deberíamos después de haber sufrido
una durante casi 40 años y que es responsable de gran parte de las herencias
más dañinas para el funcionamiento de nuestra sociedad.
Deberíamos
aclarar el término. Hay quienes no saben exactamente en qué consiste una
dictadura. Y claro, se lían y ven que Franco no lo era y sí el feminismo. ¿Cómo
pueden confundir el feminismo con una dictadura y no ver que el franquismo lo
era? Aventuro a pensar que quienes confunden estos términos vienen de estirpes
que no tuvieron problemas con el régimen, quizás al contrario, se vieron
beneficiados, o, por lo menos, no se apartaban demasiado de los presupuestos
ideológicos.
Una dictadura
no es un régimen en el que se critica a los adversarios, es un régimen que
prohíbe y encarcela, que no permite otros partidos políticos. No hay libertad
de prensa, ni siquiera de pensamiento. Y el castigo no es que te critiquen en
las redes, sino que acabes con una multa, despedido o encarcelado. Y que, yo
sepa, el feminismo no encarcela a quienes no opinan como ellos. La dictadura es
el abuso absoluto del poder, es utilizarlo, con todas sus herramientas para sus
fines, no ideológicos, sino de intereses económicos, de estatus, de dominación.
Es muy difícil ser dictadura fuera de las estructuras de las instituciones.
Las estirpes
que protestan tanto de que el feminismo, o el ecologismo, o el progresismo son
dictaduras se quejan de no poderse expresar como machistas, no poder decir
barbaridades sobre el medio ambiente o contra la izquierda. Quizás no tuvieran
problemas para expresar su xenofobia, su clasismo, su desprecio a la mujer o a
los gangosos y no notaran la acechante presencia de la dictadura. Quizás
tuvieran problemas, pero sus conocidos y sus contactos les librarían y podrían
contar aquellos incidentes como hazañas y batallitas del abuelo. Incluso
Fernando Savater haciendo un llamamiento contra “la dictadura del puritanismo
estupidizante con excusa feminista”. Que es más sangrante en su caso, que tiene
un currículum.
La dictadura
no permite otras voces, y cuando estas se pronuncian, aplican la ley. El delito
es simplemente decirlas (más grave aún si, además, hay actuaciones, como
manifestaciones o protestas). Con el Fuero de los Españoles, Franco intentó
maquillar la dictadura con el paraguas de la “democracia orgánica” y el
beneplácito de Estados Unidos. A pesar de ello, seguían apareciendo artículos,
cuya cuidada redacción dejaba entrever el carácter opresivo del régimen. Por
ejemplo, en su artículo 6 se proclama que la religión católica (escrita en
mayúsculas) es la religión oficial y gozará de protección oficial.
Supuestamente “nadie será molestado por sus creencias religiosas ni por el
ejercicio privado de su culto”, y añade, “No se permitirán otras ceremonias ni
manifestaciones externas que las de la Religión Católica”. Eso explicaría el
procesamiento de las organizadoras de la procesión del Coño Insumiso.
Si
formalmente, todos los españoles parecían tener derecho a participar en las
funciones públicas de carácter representativo, no se permitían otros partidos
políticos. Más aún, “Todo español podrá expresar libremente sus ideas mientras
no atenten a los principios fundamentales del Estado”. Todos podíamos ser
libres de pensar igual que el Caudillo. El franquismo ilegaliza a partidos
políticos, no permite sindicatos que no sean los oficiales, obliga una religión
oficial. Y por mucho que se maquillase en el desarrollismo la aplicación de las
leyes y la utilización del Tribunal de Orden Público lo demostró ampliamente.
Todavía estoy buscando el Tribunal de Orden Feminista, o Progresista, con sus
uniformadas persiguiendo a golpes a los Bertines Osborne, Javieres Marías o
Marios Vargas Llosas.
Quienes
sostienen que Franco no sería tan malo si instituyó la seguridad social, las
pagas extraordinarias o las vacaciones pagadas olvidan que también había
sanidad pública, pagas y vacaciones en la órbita soviética. Además de no querer
saber que la protección social es anterior a la llegada de Franco. Está claro
que algunos vivieron cómodos en una España que defendía sus valores y sus
modales y ahora andan desconcertados cuando ven que no siempre estuvieron a la
altura. Es ahora cuando sienten algo de censura social y se asustan. No se
amedrentaron cuando la que existía era la censura judicial, con multas y
cárcel. No cuando la persecución era policial y paramilitar y se cobraba en
golpes, tortura y asesinatos.
Es posible que
no comulgues con algunas posiciones del feminismo o que no te sientas progre en
absoluto, que seas conservador y que abomines de la globalización y los
sindicatos. Tendrás razones para ello y tendrás derecho a expresarlas como
mejor te parezca. Podrás utilizar la palabra para denunciar excesos o avisar de
errores y desmanes, serás crítico con todo lo que lo merezca desde tu punto de
vista. Pero, como defendemos en democracia, tendrás que acarrear con las consecuencias
si a otros no les parecen oportunas tus críticas o no comulgan con tus
propuestas. Críticas, contracríticas y vueltas a la crítica son la esencia de
una opinión pública. Si Julio Medem tenía derecho a hacer una película sobre el
llamado conflicto vasco, tenía que aceptar la crítica de quienes se sintieron
menospreciados en su dolor. Si criticas el feminismo crítico del #MeToo,
tendrás que aceptar que alguien critique tu crítica. Si descalificas un
movimiento, te arriesgas a que el movimiento te descalifique a ti.
La dictadura
consiste en prohibir la disensión esencial y permitir menudencias, utilizar el
poder del Estado para reprimir la libertad de pensamiento. No es, desde luego,
que las leyes protejan a unos y a otros en sus críticas cruzadas.
Y es que me
sigue pareciendo muy raro que las leyes acaben beneficiando a las grandes
corporaciones o rescatando bancos y constructoras de autopistas, propiciando la
entrada de multinacionales mientras que se reduce el presupuesto de la Ley
Integral contra la Violencia de Género, las pensiones se estanquen, las ayudas
al paro disminuyan. Y que con todo eso, la dictadura sea de los progres y las
feministas. Me sigue pareciendo raro.
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