Me encantan los imaginarios
sociales, cómo se construyen y cómo se van esparciendo hasta llegar un momento
de convertirse en incuestionables, evidentes y recurrentes. Uno de los que más
me irritan es el que acusa a la enseñanza pública de ser un nido de rojos.
Tradicionalmente ese apelativo poco cariñoso se atribuye a las facultades de
Ciencias Políticas y Sociología. No sé exactamente, ¿cómo podría saberlo?, la
experiencia que tienen todos y cada uno de los que tienen esa opinión. Yo, como
licenciado y doctor en Sociología, me he encontrado con profesores de todo
tipo, desde eminencias como Antonio Escohotado a libertarios como Emmánuel
Lizcano. Profesores muy comprometidos con el activismo tantos como ministros
del Partido Popular, caso de Pilar del Castillo, en cuyo manual no existía el
PSOE. El PP se medía con el PS durante todo el texto. Este tipo de
generalizaciones también afirma que en ADE sólo hay niños pijos de derechas. Y
así nos va.
Lo
interesante de la Universidad pública, de la enseñanza pública en general, es
que su acceso no está mediatizado por condicionamientos de un propietario. Por
supuesto que hay rencillas y bandos, que hay tendencias ideológicas, algunas
muy sutiles. De ellas tampoco se libra la privada, que además, pone un especial
interés en contratar profesores de cierto talante ideológico o religioso.
En
los centros donde he trabajado me he encontrado de todo. Exalcaldes
socialistas, diputados nacionalistas, exalcaldes comunistas, concejales de
derechas, beatos tradicionalistas, conservadores neocatecumenales, directores
que se han creído CEO de una empresa privada y echaban de menos la capacidad
para despedirnos a todos… Militantes de Podemos y militantes de Vox de los de
antes de su boom. No se discrimina a nadie por su ideología.
También
he tenido que soportar repetidamente la sospecha de ser adoctrinador por el
mero hecho de ser de izquierdas. Me han llegado rumores incluso de que aprobaba
o suspendía según las ideas políticas de los alumnos. Como si yo las supiera.
Como si ellos mismos las supieran. Entre mis antiguos alumnos los hay
implicados en el activismo de izquierdas, del LGTBI+, de causas sociales de
diversa índole, y también falangistas, partidarios de Vox, católicos
practicantes y defensores de la Bandera de EsPaña. No puede ser de otra manera.
Cada persona va forjando su ideología política en su propio mundo y está bien que
así sea. También, afortunadamente, he tenido alumnos que me agradecen que haya
sido objetivo y crítico con todas las posturas políticas. Ese es mi objetivo.
Sin
embargo tengo que decir que no todos mis compañeros han sido así. Lo que pasa
es que los que tienen ideologías conservadoras no suelen ser tachados de
adoctrinamiento. Quizás les llamen fachas en los pasillos o en sus casas, pero
nadie parece tener la sensación de que tener una bandera de España con su
mástil en una clase sea adoctrinar, mientras que en mi aula desapareció un
cartel de un concurso de investigación histórica sobre la represión en la
Guerra Civil.
Profesores
de inglés o educación física, de lengua o de matemáticas que les decían a sus
alumnos que la crisis del 2008 había sido motivada porque habíamos vivido por
encima de nuestras posibilidades como quien dice que el Pisuerga pasa por
Valladolid, sin darle mayor importancia a una verdad incuestionable. Como
insistir a los alumnos que las huelgas no sirven para nada, que son inútiles y
perjudiciales. Y nadie puso el grito en el cielo por realizar una misa en el
patio del centro público.
Estos
días ha saltado una noticia que me es familiar y mucho me temo lo va a ser
mucho más en el futuro. Una
madre de un alumno de un instituto amenaza a un profesor por meterse en
política. El profesor había calificado a Vox como partido de ultraderecha y
la madre amenaza, no solo con ponerlo en conocimiento de las autoridades
educativas, sino de manera mafiosa. Vamos a dejar de lado el inquietante tono
de esta madre, vayamos a lo esencial. Según creencia compartida, los profesores
estamos para transmitir conocimientos y deberíamos dejar la política (los
valores, los temas LGTBI o de sexualidad) a los profesionales o los padres. Lo
dicen como si a la política se accediera por unas oposiciones y fuera un
compartimento estanco. Todos somos políticos, todos hacemos política lo mismo
que todos educamos con valores, queramos o no. La callada por respuesta, la
inacción, la neutralidad es también una toma de postura.
Por
supuesto que no se trata de machacar a los alumnos que tal partido sea bueno o
malo, que su ideología sea perniciosa o no, así, a priori. Uno, como profesor
de historia, debe enseñar la evolución de las especies (les guste o no a los
creacionistas) y las características del fascismo (que, por cierto, comparten
en un porcentaje muy alto con la formación política con nombre de diccionario),
así como las consecuencias que eso ha tenido en la historia y la sociedad.
¿Cómo vamos a asegurarnos una vida si los dirigentes (que no es igual que
político) no conocen los fundamentos de la economía o la sociedad? Uno puede
pensar con buena intención que tal medida es razonable y los científicos
sociales saber a ciencia cierta cuáles son las consecuencias de llevarlas a
cabo.
No
se puede permitir que un partido político, sea de la tendencia que sea, mienta
descaradamente a la población con datos o con conceptos. Los votantes, que
somos todos, y que serán dentro de pocos años los alumnos que pasan por mis
aulas, deben estar preparados para saber el funcionamiento del sistema
parlamentario, las amenazas de los totalitarismos, y la barbaridad que es el
racismo o el machismo. Estos son temas de mi negociado, pero, de igual forma,
estoy seguro, que también rozan los temas de conversación en inglés, los
comentarios de textos de lengua, o la interpretación de las gráficas de
matemáticas. Educamos a niños y adolescentes que serán quienes manejen los
votos y las administraciones cuando estemos jubilados. Más vale que estemos
preparados y no devaluemos la labor que se realiza en las aulas despreciándolas
de progre.
Ojalá
fuera la escuela pública progresista. Ojalá pudiéramos traer el progreso.
Mientras
tanto, si la ideología de cada uno es el veneno para otro, siempre será mejor
la escuela pública donde se escuchan todas las voces. Al menos, ir variando de
venenos.
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