Este fin de semana me ha pillado
sobrecargado de actividad y de emociones y se me ha pasado el tiempo de
contestar a una columna en la que el autor se despachaba a gusto alrededor del
Pin Parental. A su juicio la polémica es una tontería porque efectivamente se
adoctrina en la escuela. Se adoctrina en valores democráticos, en respetar a
los gais o a “razas diferentes”. También constata que hay ocasiones en las que
las charlas han resultado sectarias, y que abundan más las relacionadas con la
violencia de género “y asuntos colindantes” que terminan por provocar un “efecto
rebote”. Preferiría el autor que se impartieran más contenidos de educación
vial, mucho más necesarios. Al final de lo que se trata es de denunciar el
adocenamiento que provoca la educación formal, el igualamiento, la
homogeneidad. Es importante recordar que el sr. columnista trabaja de profesor
en un instituto de secundaria público.
El sr.
columnista confunde adoctrinar (que tiene que ver con inculcar las ideas de
manera forzada) con educar (que tiene que ver con inculcar las ideas). Los
valores, cualesquiera que sean, pueden ser enseñados de manera doctrinal o de
manera informal, puede utilizarse la violencia o puede seducir al educando. Hay
una educación democrática y otra autoritaria. Cualquiera con experiencia en el
ramo, como alumno o como profesor, sabe distinguirlas. En las escuelas se
procura no adoctrinar, lo que no quita que nos encontremos con casos y casos.
En las escuelas, siguiendo el mandato de la constitución y de las leyes
educativas, se transmiten valores. Y así debe ser. Tratar esta enseñanza como
adoctrinamiento es un despropósito, es decir, convierte en un despropósito
cualquier tipo de enseñanza.
Da la
impresión de que el sr. columnista tiene un sesgo acerca de las charlas. La
mayoría tiene que ver con los hábitos de vida saludable (incluida los aspectos
relacionados con la sexualidad) y si se repiten los relativos a la violencia de
género es porque una charla es la manera más fácil que se tiene de tratar estos
tipos de temas cuando llega la advertencia desde la consejería (ahora en manos
de la derecha), de la misma forma que llega un concejal cuando se acerca el día
de la Constitución. A veces, si estamos tratando el tema del bulling,
presencial o virtual, también es normal que salga el tema del género y el
colectivo LGTBI. La oferta educativa
municipal incluye la educación vial y así van los alumnos al parque de educación vial. Quizás sea insuficiente, por lo que animo al
sr. columnista, dada su condición de docente, a que solicite o incluso organice
alguno para sus alumnos.
Que el
currículum oculto de la educación sea el adocenamiento es una falacia muy querida
por los defensores de Ayn Rand. El síndrome de Procusto al que hacen referencia
todos los que, principalmente desde la derecha, sirve como arma para atacar a
la escuela pública. Sin embargo, mucho me temo que el problema de la educación
no es que quiera igualar (eso es bueno en muchos sentidos, como el sentirse que
uno no es el hijo de papá que le saque las castañas del fuego, sino alguien que
tiene que cumplir con lo que se requiere), el problema, repito, es que quiere
seleccionar. Los buenos para ciencias, los regulares para letras, los malos
para ciclos. Los que pueden pagarse las clases particulares y sobrellevar las
matemáticas con los que no tienen ninguna motivación en sus casas.
Muchas veces
pregunto a mis alumnos qué es lo primero que se aprende en la escuela, unos
dicen que a leer, o los números. La verdad es que lo primero que se aprende es
a ponerse en fila. Los teóricos del currículum oculto han puesto de manifiesto
algunos de los efectos colaterales de una enseñanza unidireccional y
jerarquizada. Y es evidente que se puede incidir en una educación competitiva o
se pueden introducir elementos para que se estimulen hábitos más de
cooperación. Pueden parecer una majadería muchas de las innovaciones
pedagógicas que hemos ido sufriendo en parte por la transición postfranquista y
en parte por la vorágine postmoderna. Pero también sería una temeridad obviar
muchos de los avances en la enseñanza que tienen que ver con la puesta en
cuestión de un modelo clásico de educación.
Hace unos días
se recordaba la figura de Gianni Rodari, un maestro que acercaba no solo la
lectura, también la posibilidad de estimular la imaginación y la creatividad a
través de experimentos y juegos con la lengua. En todas partes se las prometen
muy felices con la gamificación y con el trabajo por proyectos. Y, a pesar de
que hablemos los profesionales de “estándares” de evaluación, la variación de
los alumnos es muy grande y eso es un gran potencial.
No podemos,
por supuesto, olvidar que hay maestros a la vieja usanza, que tienen su alumno
ideal en la cabeza y quien no se ajuste, es tildado de poco interés, de conformista,
o de mal estudiante. Ahora bien, no son solo maestros tradicionales de
memorización, también los hay muy modernos, muy colegas, muy provocativos, que
ponen en aprietos a los alumnos y las alumnas que sean por su naturaleza más
tímidos o que les guste más lo académico. Tan adocenador es quien pretende que
todos respondan los nombres de los ríos como quien no atiende a los que
prefieren el análisis sintáctico a la redacción creativa.
Afortunadamente
hay muchos maestrillos y aún más librillos. Y lo que unos no te damos, otros te
lo niegan o te atiborran. La escuela como institución no consigue doblegar los
gustos ni las costumbres de sus alumnos. Eso solo está en mano de influencers como Netflix o Instagram. Más
homogéneos están de puertas para afuera, en la calle, con las mismas zapatillas
deportivas, con las mismas sudaderas, intentando triunfar en el mundo del rap,
del reguetón o del trap, o soñando con La isla de las tentaciones.
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